Ciudades: ¿no futuro?

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Sacado de Extra Noticias

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Si la marginalidad se queda con el territorio de la gran ciudad y los grupos intermedios escapan de la urbe hacia la periferia, mientras los más poderosos se relocalizan fuera de Colombia, ¿qué puede pasar con una democracia sitiada por el crimen, inhabitable, insostenible, con alto riesgo sanitario, agobiada por desastres climáticos?

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De la crisis de los pueblos vacíos que tanta preocupación ha causado en Europa, villas fantasma casi sin ciudadanos, sin actividad económica y con poblaciones de cabellos grises, hemos pasado a escala global al drama de las grandes ciudades, las metrópolis, superpobladas, exasperantes, fracturadas socialmente, focos de riqueza empobrecedora, y ahora por cuenta del COVID, llenas de edificios de oficinas y rascacielos en proceso de desocupación, plagadas de teatros y discotecas vacíos, avisos de “panaflex” descolgados y locales abandonados, destrozados, ejércitos de indigentes, mensajeros y domiciliarios que obtienen su sustento en feroz competencia y sin leyes de tránsito, con una oferta cultural que casi nadie puede usar, millones de sospechosos que evitan todo roce con los otros sospechosos, cuidadores de mascotas en manada, hombres y mujeres a la caza de “prepago” con la mascarilla bajo la nariz para dejar ver sus atributos y su peligrosidad, promotores bio-seguros de hoteles de paso castigados en su demanda y mercados callejeros infestados de catres-vitrina, voceadores y clientes, todos estos, militantes de la causa que surge de la trilogía oprobiosa: ingreso marginal, baja apreciación de la vida y desesperanza. 

The Economist, en su publicación The world in 2021, realizó, entre otros ejercicios, encuestas predictivas con expertos sobre tendencias para este año. Sus resultados fueron agrupados en veinte puntos de los cuales una buena parte hace referencia a los cambios en las formas de vida.

El trabajo a distancia se consolida y el modelo mixto tendrá un alcance reducido. Son muy pocos los que desean volver a vivir en la maraña del tráfico, el asedio, la inseguridad, la información indeseada, abrumadora y las oficinas cubiculares. Los edificios de oficinas se transformarán y muchos desaparecerán. La mitad de los hoteles de trabajo será eliminada, así como los eventos masivos. Como lo advertí en mi libro sobre La sociedad de la pospandemia, viviremos un ciclo de agorafobia. Merma hasta lo imprevisible el número de grandes eventos, carnavales y festivales. Eventos, congresos y super-seminarios migran hacia la virtualidad y combaten contra la fatiga síquica de las pantallas en cuadrícula y de la actividad cerebral que tiende a remediarlas. Menguan las peregrinaciones y romerías. Personalmente, creo que el mundo se liberará en un buen porcentaje, al menos por un tiempo, de los falsos gurúes. En cuanto a los oradores estelares de los eventos gerenciales, tendrán que revalidar sus títulos y cambiar las tarifas. Las ferias y convenciones serán virtuales, con gran número de asistentes digitales para los visitantes en línea, prototipos en tres dimensiones y apoyos de inteligencia artificial para vivir experiencias personales. Los recintos feriales habrán de reconvertir buena parte de sus campus.

La conectividad es el factor clave en la decisión de localización de la vivienda y de su dotación, los roles de la supervisión y el control cambian en el teletrabajo. Como lo advertimos al inicio de la pandemia, el culto religioso se transforma. Empresas con larga historia y posicionamiento pueden perder terreno velozmente. El turismo de entretenimiento con escenarios abiertos y ligazón sostenible con espacios naturales recuperará espacio. La credibilidad es la clave de las marcas y la reciprocidad será muy incidente en el comercio internacional. La transformación tecnológica y la contracción económica producirán rebrotes en el desempleo. La educación transitará hacia modelos híbridos y la telemedicina se hará más y más fuerte. La composición de la canasta de consumo familiar tendrá variaciones en su interior (menos vestuario, más electrónica) y los centros comerciales vivirán modificaciones con calles abiertas a su interior y explanadas muy aireadas que sustituirán las rotondas de comidas con hacinamiento.

El cambio climático será gran protagonista, la matriz energética se transforma y lo ambiental entra definitivamente a los primeros lugares en las agendas comunitarias barriales, locales y regionales. Lo natural, lo renovable, la economía circular, la permacultura (con la naturaleza y no contra ella), el descenso de los combustibles fósiles y la restauración, como tendencias y como realidades, estarán presentes con intensidad en 2021 y años siguientes. La preparación de alimentos en casa y la dieta sana e imaginativa son factores de cohesión familiar. Las minicadenas socio productivas y sostenibles se abren camino como el horizonte para la mipyme, esa empresa humana, cercana, digital, ligada a lo local, territorial.

Éstos son los tópicos, ésta la realidad, ninguno de ellos parece estar determinado por la vieja idealización de la metrópoli, ni siquiera de aquella “máquina para vivir” bajo la concepción del gran maestro suizo Le Corbusier. La ciudad hasta la escala media representa una forma de organización urbana con legitimidad económica, social y estética. Pero la ciudad como magneto, como dínamo, cuando rebasa esa escala pierde su base deontológica y en los países en desarrollo es un océano para la fractura social y las variadas formas de apartheid.

Reimaginando las ciudades, replanteando la política urbana

Aunque el problema de las megalópolis fue discutido hasta el exceso durante los últimos 25 años, el tratamiento hacia las grandes ciudades fue indulgente. La ponderación en favor de su capacidad propulsora medida en función de la contribución macroeconómica dejó en segundo plano los críticos problemas de exclusión, no satisfacción de necesidades básicas para millones de personas y la baja calidad de la vida urbana. Hubo distorsiones apreciativas en favor de la infraestructura de gran magnitud, también valoraciones sobre el desenvolvimiento de firmas y marcas renombradas. El mundo de las megalópolis practicó la idolatría tecnológica y sus expresiones de urbanismo faraónico fueron a menudo transformadas en hitos en nombre de los cuales se caracterizó a toda la ciudad y a todos sus habitantes.

Durante más de un sexenio presencié este tipo de distorsiones como residente en Nueva Delhi, justamente la ciudad cuyas proyecciones demográficas colocan como la urbe más poblada del planeta a finales de esta década. Estamos en el inicio del 2021 y surgen al menos dos grandes interpelaciones según la comunicadora e investigadora Smruti Koppikar que ha promovido el debate en India desde su tribuna en el prestigioso think tank Observer Research Foundation.

La primera, ¿por qué el contraste entre la significativa contribución económica de las grandes ciudades y las pésimas condiciones de vida de los pobladores que llegaron a tales urbes encandilados por los espejismos y aupados por la falta de oportunidades y la extrema pobreza rural, no alcanzó la preponderancia que merecía pese a la evidencia dramática del fenómeno?

Y la segunda, más difícil de dimensionar en tiempos de aparente normalidad, ¿cómo se ha requerido una crisis del tipo de la pandemia para recapacitar colectivamente sobre lo que se presentó ante la sociedad como la mega infraestructura redentora de muchas marginalidades? Apenas ahora nos preguntamos cuál fue la razón para no extender el uso de la bicicleta, por qué abandonamos el trolebús, en qué momento nos fuimos por los sistemas atestados de pasajeros en hacinamiento. ¿Quién introyectó en nuestra subconsciencia la aglomeración como expresión de satisfacción colectiva? La pandemia mostró la política urbana como uno de los escenarios de la ádeiocracia, esa democracia de apariencia, vacía en su interior, sin contar con la participación ciudadana y llena de agujeros éticos. La pandemia puso en cuestión las certezas de las ciudades, su planeación, su diseño y la no prioridad otorgada a la aplicación del ahorro público en tecnologías para el beneficio de los más necesitados. ¿Dónde han quedado las políticas de inclusión económica, calidad educativa, empleo y formalización se pregunta Smruti Koppikar, la dotación hospitalaria y la cultura ciudadana cuya importancia se difuminó entre los cientos de eventos sobre diseño, sustentabilidad, resiliencia y smart cities?

En el 2021, la discusión sobre las ciudades debe incluir como tema inescapable el impacto de la pandemia en diferentes estratos sociales e intervalos de edad, grupos profesionales y los agrupamientos familiares más afectados. Pero debe ir más allá, atendiendo los interrogantes: cómo detener las causas de la fractura social y cómo reconstruir lo fragmentado. ¿Cómo producir cohesión económica? ¿Qué y quiénes sostienen las ciudades? ¿Quién planea las ciudades y para quiénes? ¿Cómo es ese planeamiento, qué políticas han llevado a millones a vivir en infiernos de cemento, desempleo e inseguridad con múltiples espacios desolados sin salida económica?

Colombia, país de ciudades, tiene la obligación de asumir esta discusión. Tenemos la oportunidad de diseñar políticas urbanas integradas donde asuntos como el agua, la matriz energética, el acceso a una salud de calidad para todos, la sostenibilidad, el espacio público, la educación como base, la ciudad como sistema de restauración, ampliación de espacio para la juventud, la mujer y las garantías para los mayores, la seguridad y la libertad como pilares de la paz y una aplicación del ahorro en bienes públicos para cerrar las brechas, son fundamentales. Aún podemos salvar cerca de cuarenta ciudades intermedias. Necesitamos repensar la política urbana y realinear su objetivo sobre el eje integrador del bienestar colectivo y la prosperidad económica para todos.

Las ciudades y la ciudadanía necesitan más y mejor democracia antes que restricciones. Si requerimos foros que vayan más allá de paradigmas agotados, que ahonden en cómo rehacer ciudades incluyentes y sostenibles para la mayoría de sus habitantes. Y eso debe decidirse con la participación de la gente. Es tiempo de superar el escenario de islas opulentas y cinturones miserables, mayorías al margen de los beneficios institucionales y minorías integradas al sistema. Si la marginalidad se queda con el territorio de la gran ciudad y los grupos intermedios escapan de la urbe hacia la periferia, mientras los más poderosos se relocalizan fuera de Colombia, ¿qué puede pasar con una democracia sitiada por el crimen, inhabitable, insostenible, con alto riesgo sanitario, agobiada por desastres climáticos?

Más allá del ciclo de cambios y dificultades, de esta remasterización de la organización ciudad- periferia, las ciudades no van a romper su contrato con el futuro, pero necesitan colocar cláusulas adicionales y una mirada incluyente sobre su destino. Las cifras son elocuentes, un estimado del 55.3 por ciento de la población mundial vivió en las ciudades en 2018 según Naciones Unidas, y se calcula que el 60 por ciento lo hará en 2030. Una de cada tres personas vivirá en ciudades de medio millón de habitantes, un 28 por ciento en urbes de más de un millón y, tristemente en mi opinión, 752 millones de personas van a residir en megaciudades con al menos 10 millones de habitantes. Si Colombia perfila cuarenta ciudades entre 500 mil y 750 mil habitantes con una visión avanzada del desarrollo territorial, nuestra democracia estará a salvo.

*Juan Alfredo Pinto, escritor, economista y exembajador en India y Turquía www.juanalfredopinto.com @juanalfredopin1

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