El gobierno de Iván Duque: ideologización y mediocridad

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La ideologización combinada con la mediocridad produce daños irreparables a la democracia, sostiene el exministro Juan Fernando Cristo.

El gobierno de Iván Duque ya tiene el famoso “sol a las espaldas” cuando faltan un poco menos de dos años para culminar su mandato. En las calles se percibe indignación y rabia ante la incapacidad de enfrentar las secuelas económicas y sociales de la pandemia y los rasgos autoritarios de su administración. Las encuestas de opinión que alcanzaron a mostrar un repunte al inicio de la pandemia, regresaron a cifras bastante negativas. Y como consecuencia de esta ausencia de liderazgo y la pérdida de la esperanza de las mayorías ciudadanas en lo que pueda hacer este gobierno en el periodo que falta, los colombianos anticiparon la campaña presidencial el 2022.

Son muchos los problemas desde el mismo momento de su arranque. La sombra permanente y nociva del ex senador Uribe, jefe indiscutible del Centro Democrático, la ausencia de una agenda y de grandes propósitos en el cuatrienio, la obsesión gubernamental por mantener al país en los mismos debates del plebiscito por la paz, los rasgos autoritarios en el ejercicio del poder y la improvisación oficial en la adopción de medidas, son solo algunos de los elementos que contribuyen al desgaste de la figura presidencial y la sensación de la mayoría de ciudadanos que Duque será un presidente sin legado para la historia.

Pero, más allá de esas circunstancias, de la estrategia y las decisiones políticas de la administración, hay un problema de fondo en el gobierno que nunca se pudo superar y que, por el contrario, con el tiempo se profundizó: una ideologización extrema al momento de adoptar políticas públicas y la mediocridad de la administración y sus funcionarios. Una combinación explosiva y dañina cuando se trata de gobernar, porque se adoptan decisiones para unos pocos y no para la sociedad en su conjunto.

Que los grandes logros en dos años de gobierno sean iniciativas constitucionales y legales como la imposición de la cadena perpetua, las objeciones a la Jurisdicción Especial para la Paz y las restricciones policivas al consumo de marihuana en espacios públicos demuestran con claridad el alto componente ideológico del gobierno y sus tendencias autoritarias y anti democráticas, para no mencionar su actitud refractaria al diálogo, la estigmatización de la protesta social, la obsesión por la fumigación de cultivos ilícitos y la indolencia e indiferencia frente al crecimiento de los asesinatos de líderes y lideresas sociales y las masacres, el abierto desacato a los fallos judiciales y la violación a los derechos de la oposición. La excesiva ideologización de los gobiernos, como se ve en los casos de Trump y Bolsonaro, o de Maduro y Ortega, es incompatible con la eficacia en los resultados para una ciudadanía que espera soluciones a sus múltiples angustias y no grandes debates ideológicos y más ahora en medio de la más dura crisis económica y social en el último siglo como consecuencia de la pandemia.

Si añadimos a esa inconveniente ideologización la mediocridad de la función pública, se llega a los resultados que tenemos. Hoy vemos en altos cargos públicos del Estado una devaluación de trayectoria y méritos sin antecedentes. Funcionarios sin ninguna experiencia en sus áreas, improvisación en la ejecución de políticas públicas, desconocimiento absoluto de la realidad del país y serios problemas de coordinación entre autoridades nacionales con las territoriales, precisamente por la mediocridad. Analistas y medios se sorprenden cada vez más de las designaciones del Presidente y la falta de peso político y administrativo de su equipo.

Los hechos de las últimas semanas confirman esa ideologización y mediocridad del Estado en la era Duque. Ante la incapacidad del gobierno de dialogar con los indígenas, la Minga se desplazó a Bogotá, por primera vez en la última década, de manera multitudinaria y pacífica. El gobierno, en lugar de conversar con ellos, decidió estigmatizar falsamente la movilización y señalar una supuesta infiltración del ELN y las disidencias que no existió, y remató su absurdo manejo de la protesta con la huida del jefe de Estado y del comisionado de paz de Bogotá, para evitar el encuentro con las autoridades indígenas. Prefirieron irse a Chocó y el Cauca, donde nadie los llamaba y nadie los esperaba, que atender a los marchantes en la capital. Y dejaron al frente de la situación a una ministra aburrida y ya de salida de su cargo. La decisión prudente y responsable de los indígenas de volver a sus territorios evitó mayores líos, pero la confianza de ellos en el gobierno se rompió de manera definitiva.

El caso de la moción de censura contra el Ministro de Defensa es otra muestra más de esa ideologización extrema con la que el gobierno maneja sus asuntos. Para no afrontar nuevos debates resolvieron, por una proposición de sus mayorías en el Senado, reemplazar el artículo 135 de la Constitución Nacional, de manera torpe, arrogante e ilegal. Decidieron imponer un nuevo procedimiento de moción de censura, por fuera de la Constitución, en una actitud sin precedentes en el país. Ni siquiera en el gobierno de Uribe se les ocurrió algo así. Convirtieron el Congreso de Colombia en una versión mejorada de la Asamblea Constituyente de Maduro en Venezuela. Duque y Maduro, dos versiones distintas y cada vez más cercanas, de cómo la ideologización combinada con la mediocridad produce daños irreparables a la democracia. Desde la izquierda y la derecha por igual. Muy parecidos.

*Juan Fernando Cristo, @cristobustos, ex Ministro del Interior y ex senador.

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