La muerte de los partidos políticos

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Las ideas en la política, por buenas que sean, se quedan en el ostracismo si no se cuenta con la infraestructura que permita la visibilidad del líder que las promueve.

Hoy se hace más notorio el activismo político porque el encierro y las redes sociales han contribuido de gran manera para que así sea. Esto ayuda a que el ciudadano del común, que tiene acceso a la tecnología, se forme un criterio político más informado y se sienta con la confianza de deliberar, pues la interacción es directa y en tiempo real.

Es una voz cada vez más audible, que expresa el inconformismo de la sociedad con el modelo de gobierno y las estructuras políticas habituales. Una generalidad que dejó de creer en los partidos políticos y – sí – en grandes figuras que no responden a una militancia tradicional. Las campañas ahora se reducen a descargas continuas de cólera, humor, y troles en las redes.

En consecuencia, como ya ni la política, ni nuestra democracia se sustentan en los partidos, que se convirtieron en simples fábricas de avales, es muy probable que, en próximas elecciones, a las celebridades les vaya bien en el ejercicio electoral, pues la gente vota por el que conoce. Que, además, le caiga bien, es un plus.

En este nuevo contexto, es común ver a nuestros artistas, convertidos en íconos políticos. No se trata de criticar su participación, todo lo contrario, la democracia es generosa y lo cierto es que ellos asumen un alto riesgo, pues por tomar partido, se exponen al encasillamiento. Resalto la manera cómo ha cambiado la política; hoy el rasero para definir las preferencias de toda una sociedad está determinado por coyunturas mediáticas, más que por principios ideológicos. ¿Quién creen que ganará unas elecciones entre un candidato con el perfil adecuado, pero desconocido, y otro, que, aunque no cuente con el perfil, nos hace reír y es reconocido? Ojo, no pregunto por quién votarían.

Pero una cosa son las celebridades, que tienen el beneficio de la fama y el voto de opinión, y otra muy diferente, quienes desean hacer política sin tener un amplio reconocimiento. Éstos, sólo pueden aproximarse al éxito de sus iniciativas, si se rodean de gente comprometida. No basta un “me gusta” en Twitter, mucho menos un mensaje al WhatsApp diciendo, “te apoyo”; para ellos, el asunto se resuelve con financiación.

Las ideas en la política, por buenas que sean, se quedan en el ostracismo si no se cuenta con la infraestructura que permita la visibilidad del líder que las promueve. Así como lo leen, vivimos una época en la que las propuestas en las campañas han quedado relegadas a un segundo plan. Lo importante es lograr el posicionamiento del nombre de una marca, a través del marketing político, y eso cuesta mucha plata.

Nuestra gente, en su gran mayoría, es pobre de educación, precaria y sin oportunidades. Con la excepción de Bogotá, sigue eligiendo sin hacer mayores análisis. Votan, no por el que ofrece lo mejor para el pueblo, sino por el que creen que conocen, les gusta cómo viste y les cae bien. También votan por el político al que se le puede sacar algún provecho personal, por mínimo que sea. Y en el peor de los casos, votan, sin mayor valoración, por el que diga el líder al que le creen.

¿Hemos evolucionado o puesto en riesgo a la democracia? ¿Es posible mantener fortalecida la democracia, anulando uno de sus principales sustentos, los partidos políticos? Son las grandes disyuntivas. En lo personal, me asusta este peligroso estereotipo frívolo que desprecia las corrientes ideológicas y se advierte hambrienta de caudillismo.

*Rodney Castro Gullo, Abogado, escritor y columnista. @rodneycastrog

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