Nuestras riquezas

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Nuestras riquezas
Kaouther Adimi
Libros del Asteroide
181 páginas

Hablamos de los autores, muy pocas veces de los editores. Eso, de algún modo, está bien: en las publicaciones, los reflectores deben estar dirigidos al texto, a quien lo escribe o ilustra, si es el caso. Está bien, digo, pero es injusto. Un buen libro también depende de todas las personas que cumplen una función en su cadena de producción. Y en ella muy especialmente del editor. Lo que pasa es que de este personaje es común que se hable sólo en los círculos de entendidos; sin embargo, ¿qué sería de un autor y de todos los demás que hemos nombrado sin un buen editor? Un escritor amigo mío me definió así a su editor: “es un tipo que da luchas fieras que muchas veces pierde contra los ‘pellizcamonedas’ de mercadeo, vive en un sánduche muy violento entre el fuego creativo de los escritores y las exigencias empresariales”.

Ha habido editores muy luminosos, rutilantes: pensemos en Herralde, Gallimard o Barral, pero son excepciones. Herralde dijo que la edición es como un observatorio donde el editor dibuja constelaciones. Bello eso: un astrónomo que organiza su propio cosmos literario. Pero aún así, un editor debe ser — para explicarlo como yo lo entiendo — como un firmamento, un lienzo que hace que las estrellas brillen; de lo contrario, ya imaginarán, nos encandilaríamos con tanta luz.

Edmond Charlot (1915 – 2004) es un perfecto ejemplo del ‘editor firmamento’: discreto, entregado, laborioso, cazador de talentos. El escritor Jules Roy escribió de él: “Charlot fue un poco el padre de todos nosotros, o al menos fue nuestro obstetra. Nos inventó (quizá incluso a Camus), nos engendró, nos modeló, nos mimó, a veces nos reprendió, nos animó siempre, nos elogió más de lo que valíamos en realidad, nos puso en contacto a unos con otros, nos suavizó, nos pulió, nos respaldó, nos enderezó, nos alimentó a menudo, nos educó, nos inspiró.” No le interesaba escribir; lo suyo era publicar, coleccionar, facilitar descubrimientos, crear vínculos a través del arte.  

El libro que hoy dejo en las estanterías de la Biblioteca de La Línea del Medio es un intento por hacerle justicia a Edmond Charlot. Se llama Nuestras riquezas, escrito por la joven escritora argelina Kaouther Adimi (1986) y editado en español por Libros del Asteroide. La narración empieza invitándonos a un pequeño local en la calle Hamani —antigua calle Charras— número 2 bis de Argel, que hasta 2017 funcionó como anexo de una biblioteca a la que no acudía casi nadie, pero que fue donde Charlot fundó el 3 de noviembre de 1936 la librería Las Verdaderas Riquezas — nombre prestado de una novela de Jean Giono —, cuyo lema era “De los jóvenes, por los jóvenes, para los jóvenes”, y cuya intención siempre fue vender “novedades y libros antiguos, que prestara obras y que no fuera únicamente un negocio, sino un lugar de encuentros y de lectura. Un lugar de fraternidad, en cierto modo, y con un toque mediterráneo: invitar a escritores, lectores de todos los países del Mediterráneo sin distinción de lengua ni religión, gente de aquí, de esta tierra, de este mar, oponerse sobre todo a los ‘argelianistas’. ¡Ir más allá!”.

Para contar esta historia, Adimi no teme mezclar la ficción y la realidad — material del que están hecho las memorias y las biografías —, y nos presenta a Ryad, un joven francés pasante de ingeniero, cuya misión era ir hasta ese local recién comprado por un empresario, botar los libros a la basura y pintarlo para montar en él una venta de buñuelos. Nos presenta también a Abdallah, un enjuto anciano de dos metros de alto quien vivía allí organizando libros, y quien asiste con su mortaja encima a la destrucción de este referente histórico para los habitantes del barrio.

Entonces Adimi nos regresa al pasado y con un lenguaje sin barroquismos, con frases cortas y afiladas como una navaja, nos cuenta cómo fue que Charlot empezó su vida de editor retando a la censura estatal; cómo creó su librería y una casa editorial sin muchos recursos y tuvo que poner en salmuera la mayoría de sus sueños para tener ocupada su mente en estados financieros rojos o en conseguir papel y tinta donde no la había para poder imprimir; cómo acompañaba a un joven Albert Camus con sus primeras obras y trabó amistad o negocios con personajes como André Gide, Saint-Exupéry o Gertrude Stein; cómo sobrevivió a la II Guerra Mundial o la Guerra de independencia de Argelia; como tuvo que huir a Francia luego de que su librería fuera atacada por dos bombas, y fue acusado tanto de ‘gaullista’, como de comunista y fascista al mismo tiempo; cómo sus amigos lo traicionaron y editores como Gallimard le jugaron sucio…

No es, así lo sentí yo, una novela muy profusa en detalles. Me hubiese gustado más profundidad psicológica, navegar un tanto más en todas las facetas de Edmond Charlot. Aún así, Nuestras Riquezas me permitió asomarme a este personaje histórico y a través de él entendí el fundamento de un verdadero editor: un oficio en el que se trabaja con amigos.

*Mauricio Arroyave, periodista, lector caprichoso y frustrado librero, @mauroarroyave. Canal de Youtube El Ojo Nuclear.

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