Ordóñez: Qué orgullo de embajador

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Se podría creer que las declaraciones del embajador se dieron al calor de algún aperitivo. Pero no: como es debido, Ordóñez las escribió y las leyó.

No lo sabíamos, aunque nunca es tarde para aprender. Todo es el fruto de una conjura. Gracias, Alejandro Ordóñez, nuestro embajador ante la OEA, por aclarar. 

Joya de la literatura diplomática colombiana, que quedará en los anales de nuestra política exterior:

“La dictadura de Nicolás Maduro hace parte de una agenda global para irradiar en la región el socialismo del siglo XXI. Para ello la migración, y las alianzas transcontinentales son parte de la estrategia para concretar ese propósito… es una estrategia fríamente calculada para irradiar en la región el socialismo…”

Creíamos, por montones, ingenuos, que la salida de millones de venezolanos era una expresión del grado de empobrecimiento  generado por un modelo económico y político que colapsa.

Imagen tomada del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG)

Pero no: es tan exitoso, que consigue armar un simulacro con la consigna de infiltrar la región y convertirla al castrochavismo. Obviamente, la consecuencia, para nuestro flamante embajador en la OEA tiene que ser solo una: frenar ya la invasión de venezolanos de todas las condiciones, por sencillas razones de seguridad nacional. Y proceder a cuidarnos de los agentes encubiertos ya infiltrados en territorio patrio que, según los datos oficiales, están bastante por encima del millón.

Venezolanos de todas las edades, por decenas de miles, caminando por el páramo de Berlín, a más de tres mil metros de altura, en la vía que de Pamplona conduce a Bucaramanga, son parte de una puesta en escena del regimen venezolano.  Así como la penuria simulada de los que están pidiendo limosna en los semáforos de Ibagué, en los de Cali y en las ciudades de la Costa. Trabajo patriótico de parejas jóvenes del Zulia con sus hijos, a la salida de supermercados, que fingen necesitar alimentos.

Grupos de músicos  callejeros que interpretan de maravilla el cuatro, el arpa y las maracas, procedentes de Cojedes, Portuguesa y Barinas, otros del oriente que le añaden tambor, estudiantes de conservatorio tocando el violoncello al pie de los centros comerciales, son, en realidad, agentes encubiertos del Sebin, el servicio de inteligencia venezolano. Verdaderos prodigios del arte, dispuestos al sacrificio personal por Diosdado y Nico.

Son los migrantes parte de la estrategia de Maduro y su camarilla para infiltrar las naciones y difundir el socialismo del siglo XXI. Son la peor amenaza de seguridad en la región, nos ha enseñado Ordóñez. Sin duda, el Sebin es la cumbre del arte melodramático en América Latina y el pueblo venezolano, el más fiel defensor de la revolución.

Ha sido teatro puro: que los migrantes hayan dejado sus activos, su vivienda y su carrito y que, a nombre de la revolución, perdieran su patrimonio acumulado en años de trabajo. Gestos nobles por la patria, solo para exportar el modelo bolivariano.

Que el poder adquisitivo se haya reducido, para la inmensa mayoría, a salarios mensuales inferiores a seis dólares sólo fue el resultado de una trama fríamente calculada para que Perú, Colombia, Brasil, Ecuador se sumen al modelo. Es tal a capacidad del Sebin, que logró convencer al FMI de que la inflación en el 2019 alcanzaría 10.000.000%, para hacer más creíble la coartada de la crisis y así poder exportar el castrochavismo a granel.

Se podría creer que las declaraciones del embajador se dieron al calor de algún aperitivo. Pero no: como es debido, Ordóñez las escribió y las leyó.  Adalid de la lectoescritura de primera calidad. Contradice algunas calumnias locales que le atribuyen quemas de libros en los años ochenta.

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