Siempre Venezuela

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Tenemos una política exterior sin norte y sin objetivos claros y su fracaso es el reflejo de la ausencia de un gran propósito interno del gobierno Duque.

Para Colombia, las relaciones bilaterales con Venezuela siempre fueron de la mayor importancia. Históricamente, se consideró que, después de Estados Unidos, el país vecino constituía el mayor desafío para nuestra política exterior. Desde la misma época de la independencia, nos reconocemos como países hermanos con una amplia identidad cultural y social y, como sucede siempre con los hermanos, hay temporadas de luna de miel, otras frías y algunas tensas y de franca pelea. Solo en los últimos 40 años pasamos de estar al borde de una guerra a una apasionada luna de miel en los 90s. En la era chavista se pasó de los flirteos y romances iniciales de Uribe y Chávez al odio absoluto. Después vivimos una suerte de acercamiento con Santos, necesario para el acuerdo de paz, que terminó en una nueva ruptura desde agosto del 2015 y el rápido deterioro reciente hasta llegar al rompimiento total.

En este contexto, preocupa la ignorancia de ciertos funcionarios de gobierno y dirigentes del Centro Democrático cuando hablan de la política hacia el hermano país. Desconocen la historia y la cultura venezolana, su dirigencia y sus intereses. Sorprenden las declaraciones por su ligereza y algunos parecen jugar a la guerra en forma inconsciente. Suena fácil la agresión verbal, la gritería y la descalificación del país vecino hasta la conspiración para tumbar su régimen. Juegan irresponsablemente con candela al usar a Venezuela para hacer política interna.

No se puede desconocer que, frente a ciertos sectores, la estrategia funciona. Claro, con un costo muy alto para el país y especialmente nuestras zonas de frontera. El rompimiento total de relaciones, sin dejar abierta ninguna línea de comunicación, significa que Colombia perdió la posibilidad de jugar un papel importante en la búsqueda de una salida democrática para Venezuela, cuando debería ser su protagonista principal. En el plano local, crece la delincuencia organizada en la frontera y aumenta cada día la migración venezolana, frenada temporalmente por la pandemia.

La única salida a esta crisis es la caída del régimen de Maduro. Hace tiempo, Venezuela dejó de ser una democracia y se convirtió en dictadura que, sin una real división de poderes, atropella a sus ciudadanos y viola los derechos humanos. Es urgente una presión internacional más inteligente, unificada y eficaz que logre la convocatoria a unas elecciones libres y transparentes con una verificación efectiva de la comunidad internacional. Para nuestro país, esa debe ser la prioridad y no el sainete que montaron, con algunos sectores de la oposición venezolana, de golpes, conciertos humanitarios en la frontera y desembarcos violentos y pintorescos de mercenarios en La Guajira. No se intentó construir una política independiente y soberana frente a Venezuela, sino subordinada al gobierno Trump, como se confirma ahora por las revelaciones del Consejero de Seguridad de la Casa Blanca en su libro. El Grupo de Lima se esfumó del escenario internacional y hoy avanzan contactos entre gobierno y oposición, trabajan Noruega y la Unión Europea en la búsqueda de soluciones e incluso se abren posibilidades con el propio Trump, mientras Colombia se queda solitaria y atornillada a una retórica anti-Maduro absolutamente inútil.

Aún más triste y lamentable resulta que este desastroso manejo de Venezuela no sea la excepción en la Cancillería actual sino la norma general. En menos de dos años han logrado destruir los avances de la última década en la política exterior colombiana. Regresamos a la ‘narcotización’ de las relaciones con USA y a la alineación con el partido republicano, como lo hizo Uribe hace 12 años con alto costo para Colombia tras la victoria de Obama y la demócratas. Perdimos todos los espacios en los organismos multilaterales, promovemos que Latinoamérica ceda por primera vez en la historia la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo – BID – , desconocemos los protocolos internacionales y la comunidad internacional desconfía de los compromisos de Colombia con los derechos humanos.

En fin, tenemos una política exterior sin norte y sin objetivos claros. Su fracaso es simplemente el reflejo de la ausencia de un gran propósito interno del gobierno Duque. Tal vez el único que existe – tumbar a Maduro y al “castrochavismo” – es un propósito menor frente a los grandes retos que tenemos como sociedad y, además, se ha intentado de una forma burda, torpe y arrogante.

*Juan Fernando Cristo, @cristobustos, ex Ministro del Interior y ex senador.

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