¿Y qué esperaban?

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El Presidente de la República, Iván Duque Márquez, anunció este lunes a los colombianos la decisión de mantener después del 13 de abril el Aislamiento Preventivo Obligatorio y la ampliación de la Cuarentena Nacional por 14 días.

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Lo que ha pasado en los últimos días no es sino una pequeña muestra del desastre que han sido los últimos 21 meses.

Esa imagen de Iván Duque como una persona querida y bien intencionada ya no existe. Esa angustia de ver a un buen ciudadano con tan poca experiencia asumiendo una función tan trascendental para la vida de millones ha mutado a un sentimiento de absoluta decepción. La promesa de una renovación frente a las malas prácticas clientelistas que han marcado nuestra política republicana ha quedado en eso, en meras palabras.

Sin embargo, lo que más sorprende es aquella fugaz esperanza que muchos albergaban y que, en parte, también es causa de tan evidente frustración. De manera inocente, millones de ciudadanos todavía pensaban que el presidente del uribismo no acabaría con los avances en la implementación del proceso. O que al haber sido “el que dijo” el gran elector colombiano tendría el respaldo de su mentor, quien tristemente, hoy, como esa gran novela de García Márquez, no refleja más sino el otoño de un patriarca. También se asomaba la ilusión de que, por lo menos, se acabaría con la corrupción y la mal llamada “mermelada” que tanto se criticó cuando el presidente hacía parte de la bancada opositora.

Pero estos largos 21 meses de administración no son sino el reflejo del gobierno que la mayoría de ciudadanos eligió. ¿Y es que acaso esperaban algo diferente? Pedirle más experiencia a alguien que saltó de una cómoda carrera en la burocracia internacional y un breve periodo en el Congreso al Palacio de Nariño es como seguir pensando que a punta de oraciones saldremos de la guerra y la pobreza. Esperar de un gobierno uribista que defienda a capa y espada el proceso de paz simplemente refleja el absurdo abismo entre una ciudadanía informada y otra masa fanática alimentada de las noticias falsas y del odio de sus copartidarios. Pretender que un presidente sin gobernabilidad y control del barco que dirige no hubiera caído en los tentáculos del clientelismo es simplemente ignorar cómo funciona la política que hasta ahora nos ha tocado en Colombia y de la cual, tristemente, él también ha sido víctima.

Los eventos de la última semana condensaron un poco todas estas frustraciones colectivas. Anhelar un rumbo diferente únicamente responde al espejismo del deseo.  No sólo se han publicado delicadas denuncias por el perfilamiento ilegal de periodistas, sindicalistas y líderes sociales. También se ha venido a conocer que, con los recursos destinados a financiar la paz, se han colado las facturas para mejorar la caída imagen del presidente. Como si fuera poco, la compañía contratada para tal fin es, ni más ni menos, la misma que acompañó la truculenta campaña del NO y de la cual, ¡atención!, hace parte el hijo de la mano derecha del presidente Duque, Luigi Echeverry.

La fanaticada uribista sigue montada en ese rancio caballito de batalla del plebiscito. O peor, y ya a mitad de su mandato, aplicando el espejo retrovisor. No se avanza porque la única forma en la que conciben hacer política es mediante al ataque del que piensa diferente. Pero los réditos de los insultos son escasos. La gente no se alimenta de gritos; no vive del odio. Quizás esta crisis les sirva para entender que Colombia es mucho más que ese caldero de emociones que los uribistas han logrado prender con el fuego de su histeria.

Cabría también recordarles a los miembros del Centro Democrático que no ganaron las elecciones por su bandera de gobierno. Las ganaron por el miedo a que resultara elegido Gustavo Petro. Se eligió, a juicio de muchos, el menor entre dos males. Pero hoy, los ciudadanos le tienen miedo a la polarización y al autoritarismo. En Colombia, no se quieren ni Maduros ni Erdoganes; ni la extrema derecha, ni la extrema izquierda.

Lo que ha pasado en los últimos días no es sino una pequeña muestra del desastre que han sido los últimos 21 meses. Sin embargo, el 2022 traerá consigo cambios de fondo. El Centro Democrático se dirige irremediablemente a una contundente derrota, no solo porque la mitad de sus votos dependen de la permanencia de Álvaro Uribe en el partido, cosa que parece peligrar. También porque teniendo el poder no han sido capaces de avanzar en ninguna reforma estructural ni mejorar sustancialmente la de vida de los colombianos. No han ni siquiera logrado cumplirle a su base en las propuestas más radicales frente al proceso de paz. Su política ha sido destructiva, floja y polarizadora.

Ahora, que pierda la derecha no le da la victoria tampoco a Petro. Su discurso es canto de sirena para las clases más desfavorecidas. Pero él todavía asusta. Al próximo presidente lo pondrá esa gran clase media que más ha padecido la pandemia y que le teme a los extremos. También esas nuevas generaciones que desde hace años vienen cansadas de la misma forma de hacer política. El cambio es inminente. Se viene el turno del centro. Se avecinan tiempos para la nueva ciudadanía.

*Gabriel Cifuentes Ghidini, @gabocifuentes, Doctor en derecho penal, Universitá degli Studi di Roma, MPA, Harvard University, LLM, New York University, Master en Derecho, Universidad de los Andes.

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