1793

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1793
Niklas Natt och Dag
Salamandra
426 páginas

Hay una caricatura muy extendida sobre los suecos: dicen que son gente fría, que pasa sus días oscuros y fríos en saunas para luego llegar solos a la casa a ver películas de Bergman y luego suicidarse. No es cierto: esa gente es fantástica. Son muy distintos a los latinos y mediterráneos, sí, pero, según mi opinión, eso no está del todo mal. Es más, creo que esos escandinavos van un paso más allá en el pensamiento humano. Lo que pasa es que ellos han logrado tal comodidad y tanto tiempo libre para pasar sus duros inviernos que se inventan unas novelas policíacas o terror fantásticas. 1793, el libro que hoy dejo en la Biblioteca de La Línea del Medio, es una de esas novelas.

Fue escrita por Niklas Natt och Dag, un escritor que, cualquiera sea la manera como se pronuncia esa vaina, tiene un nombre y apellido lindísimos: en español sería Nicolás Día y Noche. Por lo demás, el hombre proviene de una las cunas nobles más antiguas de Escandinavia. Ahora bien, este libro no es ningún cuento de hadas que tenga lugar en los palacios de tan prestigiosa familia, sino en las calles de una Estocolmo de finales del siglo XVIII, por entonces decadente y peligrosa, escenario de una colección de maldades y mentes pervertidas.

Un cadáver salvajemente mutilado aparece flotando sobre las aguas de unos de los lagos de Estocolmo: no tiene ni extremidades, ni ojos, ni dientes, ni lengua. Dos personajes por los que uno no apostaría ni una corona sueca se encargan del caso: un abogado y asesor del cuerpo de policía que se la pasa escupiendo sangre por culpa de la tisis y un guardia de guerra alcohólico. Lo que sigue es una trama que se abre camino entre ajusticiamientos públicos, borracheras, antros y personajes moribundos. Niklas Natt och Dag no ahorra detalles sangrientos y escatológicos, pero la novela en vez de repugnar o alejar al lector, lo sorprende, lo estremece, lo cautiva, le descubre la cara de una ciudad y una época sobre la cual muchos pintan pajaritos en el aire.

Lo que más a resaltado la crítica de 1793 es la manera como el autor da vida a este thriller nórdico apoyado en el género de novela histórica. Para el momento de la trama, todavía estaban frescos en la memoria la guerra ruso-sueca de 1788 y el asesinato del rey Gustavo III, un oscuro personaje paranoico que un año antes había sido asesinado en un baile de máscaras (hecho que sirvió de inspiración para una bellísima opera de Verdi, Un ballo in maschera).

Para hacer más inquietante esta historia, por lo menos leída desde el momento que estamos viviendo, todavía quedaban rezagos de una devastadora epidemia de tifus. Estamos hablando de un Estocolmo ignorante, que malvivía entre palacios y tugurios, orfelinatos y prostíbulos de lujo, prisiones femeninas y cementerios en los que era muy difícil abrir una fosa porque permanecían congelados. En semejante contexto era fácil entender por qué la gente creía que el apocalipsis estaba cerca.

Por lo demás, Suecia estaba en un momento confuso y en transición entre el feudalismo y la modernidad: la revolución francesa era reciente; por eso, esta novela tiene una constante referencia a los filósofos de la Ilustración, sobre todo Rousseau (‘el hombre nace bueno pero la sociedad lo corrompe’), además de personajes tan perturbadores como El Marqués de Sade.

La novela 1793 bebe de libros como El Nombre de la Rosa de Umberto Eco, El perfume de Patrick Süskind y la magnífica novela gráfica From Hell de Alan Moore. El resultado es un libro apreciado por millones de lectores en todo el mundo, tanto que dio pie a una trilogía cuyas otras dos partes, 1794 y 1795, ya están editados en Suecia y seguramente pronto estarán listos para el mercado hispano.

Nosotros no tenemos en Bogotá al elegante y pintoresco casco antiguo de Estocolmo donde transcurre la novela, el Gamla Stan, pero como en la caricatura esa del sueco que hice al principio, sí podemos pasar en casa estos oscuros y fríos días que están haciendo, prepararnos un cafecito y leer una buena novela noire sueca. Lo del suicidio sí fue un mal chiste.

*Mauricio Arroyave, periodista, lector caprichoso y frustrado librero, @mauroarroyave. Canal de Youtube El Ojo Nuclear.

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