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En el verano del año 1923, Cristina Vanegas de 17 años caminaba de la mano de su madre Pío Quinta Rivera y Angulo por el borde de un camellón o terraplén que bordeaba la orilla del rio grande de la Magdalena. Ese día madre e hija se dirigían al puerto del caserío con el propósito de abordar un “champan” o canoa que las transportara a Magangué – Bolívar con el firme propósito de conseguir algunas cosas que les hacían falta en el hogar. Pío Quinta Rivera, matrona que había emigrado del país ibérico en las oleadas del primer cuarto del siglo XX en la devastación de la primera guerra mundial en el viejo continente. Madre e hija residían en Madrid, corregimiento de Magangué – Bolívar. En Madrid aún se conserva uno de los últimos sainetes del país, entre ellos “los diablos y cucambas”, en ese baile a ritmo de pitos y tamboras el mal es derrotado en las calles de la población y finalmente obligado a arrodillarse en el atrio de la iglesia por unas aves personificadas por las cucambas que anidan en el campanario de la iglesia. Esa mañana del verano del 1923 ambas mujeres iban de compras entre otras cosas a traer instrumentos para una de las famosas joyerías que apenas estaba naciendo en el ideario de Pio Quinta, y posteriormente ubicada en la “calle de las esteras” de Magangué. El nombre “pio quinta”, heredado de uno de los doce píos que han ostentado el anillo del pescador; esta mujer había venido a este mundo el mismo día que el sumo pontífice fue elevado a los altares. Era una mañana soleada, Cristina iba tomada del brazo de su madre e iban alegres retozando y hablando por el “camellón” al sitio donde abordarían el trasporte que las llevaría a su destino. En algunos puntos del rio habían emergido varios bancos de arenas convertidas en dunas que el viento seco de la época comenzaba a arrastrar. El verano agonizaba, en las noches anteriores se habían desgajado las primeras lluvias que habían agrietado el camino por donde transitaban los habitantes de esta población. De un momento a otro de manera intempestiva la tierra abrió sus fauces y Pio Quinta fue tragada por el río, su hija Cristina trató de auxiliarla y quedó con el brazo extendido tratando de socorrer a su progenitora.
Después de un siglo, los herederos de Pío Quinta, la estirpe de los Anaya Vanegas se reunieron en días pasados junto a la población para recordar ese luctuoso hecho. Álvaro Anaya perteneciente a esta estirpe mira hacia el fondo de la calle cómo las cucambas representados varios hombres disfrazados de aves a ritmo de baile, obligan a colocarse de rodillas al mal ante el supremo Bien.
*Ubaldo Díaz, Sacerdote. Premio Nacional de cuento y poesía ciudad Floridablanca. Premio de periodismo pluma de oro 2018 – 2019 – 2022. Email: [email protected]