Lo que hace la perseverancia

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Yo descreo (estoy realmente mamado) de ese discurso de que hay que cuidar, consentir y abrir las puertas a los grandes inversores porque ellos serán la fuente del gran empleo para la ciudad.

No se trata de un asunto existencial ni de autoayuda, sino de una plaza de mercado, tradicional y bonita, de la que soy vecino y por la que tengo mucho aprecio, por su pasado y por lo que hoy se está haciendo en ella.
Esta referencia a lo que hace la Perseverancia surge al escuchar lo que se está pensando y proponiendo en Bogotá para emplear a los jóvenes, a las mujeres y a los mayores. Problema mayor. Y lo que está haciendo La Perseverancia es algo sugerente, atractivo, para meditarlo y para pensarlo como experiencia interesante, como parte de las trochas posibles.

Al grano. Desde casi hace dos años, la plaza se convirtió en un atractivo gastronómico de mucho éxito. Los fines de semana, las mesas de la plaza y las calles de La Perse y La Macarena se repletan. Desde varios barrios de la ciudad llegan comensales a compartir manteles. A gozar la oferta gastronómica, gastar unos pesos y pasar un buen rato. Y durante la semana ocurre algo parecido aunque no tan intenso. Pero, ¿qué es lo interesante? Que cada comedor es un generador de empleos significativo; lo mismo está pasando con los vivanderos y marchantes. De ser unos modestos “puestos de comida” atendidos por una cocinera y una mesera han pasado a triplicar y cuadruplicar sus trabajadores que, por ese medio y actividad, obtienen sus ingresos.

Del corrientazo para los marchantes y algunos residentes de la Perse, los comedores de la plaza empezaron a competir con los restaurantes de La Macarena y ofrecen hoy menús de buena calidad y muy variados. El desayuno de la plaza hace rato era un atractivo urbano. Recuérdese que, en Sin remedio, su protagonista aliviaba sus tremendos guayabos con los caldos sabatinos y domingueros.

Y, ¿cómo fue el chispazo? La anterior administración de la ciudad dio una mano con mejoras en el local, el mobiliario, los guardarropas para quienes trabajan y algunos instructivos sobre manejo de alimentos. Pero el “emprendimiento” de verdad lo hicieron las mujeres y los pocos hombres que atienden los comedores.

Y aquí hay que hacer una comparación, que además de odiosa, me puede costar caro. Hay un decir en este vecindario del cual hago parte, que sostiene: “en las Torres del Parque existe uno de los mayores índices de “intelectualidad” por m² de la ciudad”. Pero, si comparamos los empleos por m² que genera este parche con relación a los que genera la plaza y sus comedores, quedamos de verdad muy mal parados. Las Torres no le da un brinco a la plaza.

Cada comedor está generando entre cuatro y seis empleos. Cada apartamento a lo sumo 1.5. Jaime, a quien le compro las verduras y las frutas, da empleo a cuatro y cinco personas. Mi casa no le da empleo a más de dos personas, sumando incluso la planta de vigilancia y mantenimiento que tiene el conjunto. Jaime al parecer terminó la primaria. En mi casa, todos tenemos educación superior, con doctorado y maestrías. Aquí la teoría queda entonces patas arriba.

Algún científico social de mi barrio dirá que la evidencia empírica demuestra en este caso que los de mi apartamento somos ¡unos perfectos inútiles!. Digamos, en gracia de discusión, que lo admito como hipótesis de trabajo para mí, pero no para los otros cuatro miembros de la familia. Pero yo conozco bien mi entorno. Y sé a ciencia cierta que los intelectuales más reputados, brillantes, meritorios, famosos y exitosos, apenas tienen una empleada “y de por días”.

El problema es otro. ¿Cuál es? Según cifras del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, las micro, pequeñas y medianas empresas, mipymes, representan el 99.9% de los establecimientos productivos, contribuyen con el 80% del empleo en el país y aportan el 40% del Producto Interno Bruto nacional. Por otra parte, en un estudio de la Secretaría de Desarrollo Económico de Bogotá, “se encontró que aproximadamente la mitad de los ocupados que registró Bogotá entre el 2007 y el 2010 fueron trabajadores informales”.

En síntesis y sin eufemismos, la economía informal genera el empleo y los ingresos para la mitad de la población y las mipymes aportan el 80% del empleo y del ingreso en la franja de la economía formal. Lo que ocurre en la plaza de La Perseverancia está claramente asociado con esta realidad económica.

Lo claro, no es lo de Slim, sino que Bogotá debe pararle bolas a estas economías, estudiarlas y entenderles sus misterios. Si la mitad de la población de la ciudad se las arregla por su cuenta y riesgo para generar sus propios ingresos en el rebusque y, si las pequeñas empresas aportan la otra gran tajada del empleo y los ingresos en la economía formal, pues aquí sí hay unas verdaderas canteras del “emprendimiento”.

Yo descreo (estoy realmente mamado) de ese discurso de que hay que cuidar, consentir y abrir las puertas a los grandes inversores porque ellos serán la fuente del gran empleo para la ciudad. Los grandes inversores generan enormes ingresos para el 1% de la población. Eso está bien estudiado. Andrés Oppenheimer en su “Sálvese quien pueda” y muchos otros analistas han tenido que reconocer que en la economía de los grandes inversores no se generarán grandes masas de empleos sino, por el contrario, se suprimirán, en favor del trabajo robotizado.

Así que tengo más esperanza en economías como la plaza de La Perse para generar empleo e ingreso para Bogotá que en la economía del Sr. Slim, creo más en ese “emprendimiento” y en la economía de la papaya, la cebolla y el bagre sudado que en la “economía naranja” de la Presidencia de la República y estoy aprendiendo más de las lecciones de la plaza que las que tomé en mi doctorado y lo digo a riesgo de que alguno de mis vecinas o vecinos, un(a) economista o urbanista, me descalifique como redomado mamerto populista y jamás vuelva a dirigirme la palabra en el ascensor. Así es la vida.

*Juan Carlos del Castillo, arquitecto, PhD en urbanismo

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