Fotoshow: La normalidad

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¿A qué normalidad regresaremos?

Regresar a la normalidad. Vamos a ver si nos ponemos de acuerdo sobre lo que eso significa hoy. Empecemos por la noción de ‘regresar’. El verbo quiere decir que nos devolveremos por el camino que llevábamos. Y ‘normalidad’ (supuestamente) es el nombre de aquel camino. Dos errores en uno. Nunca se regresa. Lo que pasó ya es historia. Ahora bien, asumir que el camino correcto era el que anduvimos es el error más grave. Reconocer que tal vez era el camino equivocado puede ser una lección de humildad que quizá nos falta por aprender.

La verdad es que la ‘normalidad’ era el problema y esa es la primera lección que nos deja el coronavirus. Fue el problema; es y será el problema si preferimos insistir en que lo que aquí sucedió y sucede hoy es un incidente del destino y nada más. Atribuible, quizá, a dioses malos o gobernantes ídem, conspiradores ambos de la salud mundial. No. Si tal es la manera de razonar de algunos -y no sé si serán muchos o pocos- quiere decir que quienes así razonan no han entendido lo que aquí está sucediendo y lo que va a seguir sucediendo, lo que dejará indiscutibles huellas en la realidad explícita del mundo y también en la realidad implícita de nuestra conciencia pública. Tejido de creencias que compartimos como civilización. Es prematuro aún, han dicho los entendidos, arriesgar análisis para conocer la índole y la profundidad de esas huellas.

Estamos transitando por el comienzo de una curva ascendente, que necesita llegar a un pico incierto y descender luego, con su carga de muertes a la espalda hasta aplanarse definitivamente y dejar (con las muertes habidas) un reguero de aprendizajes cuyas lecciones aún no podemos saber en qué consisten. Lo que sí podemos, ya, es intuir cuáles son (serán) esos aprendizajes. El primero ya lo ha señalado Wilches-Chaux: es una catástrofe que solo golpea a humanos. No a las demás formas de vida, tampoco a la infraestructura física de las ciudades. Una catástrofe selectiva, eficaz y global. El segundo es que aquello que consideramos ‘la normalidad’ era más bien una anomalía. Pero tan consentida, compartida, internalizada y potente era esa anomalía que la mayor parte de quienes aquí vivimos creímos (¿dogma de fe?) que no había mejor forma de vivir que esa.

¿La crisis climática se ha venido asumiendo como una ‘normalidad’ o como una anomalía? Si la respuesta es la primera, debido a que no actúa como el coronavirus, de manera letal e instantánea, sino en cámara lenta, estamos en problemas. Pero, si la respuesta es la segunda, también estamos en graves problemas, probablemente peores. El cambio climático es, de hecho, más devastador que la pandemia debido a que sus efectos son globales, sistémicos. Las catástrofes no son ‘humanamente selectivas’ sino afectan, por igual, a todas las formas de vida y también a las infraestructuras físicas y culturales de la sociedad. Los empresarios Dickson Pinner, Matt Rogers y Hamid Samandari, entre muchos otros que han empezado a escribir sobre esta relación entre dos de los síntomas de una única crisis, la de la ‘normalidad’, opinan que las pandemias y el riesgo climático son similares debido a que ambos producen choques físicos, que luego repercuten en una variedad de impactos socioeconómicos. Sin embargo, se trata de choque distintos. Los shocks financieros, como las llamadas burbujas, caídas del mercado, incumplimientos soberanos o devaluaciones de la moneda, se deben, en gran medida, a percepciones humanas de manera que se resuelven restaurando la confianza. Pero los choques físicos climáticos solo pueden remediarse entendiendo y abordando las causas físicas subyacentes. 

La pandemia actual, anotan, nos proporciona quizás un anticipo de lo que podría implicar una crisis climática en toda regla en términos de choques exógenos simultáneos a la oferta y la demanda, interrupción de las cadenas de suministro, y una serie de efectos en cadena en materias social, económica, ambiental, mental.

De manera que esta reflexión sobre la nueva normalidad que nos espera apenas comienza. Kevin Sneader y Shubham Singhal han escrito un artículo: “Más allá del coronavirus: el camino hacia la próxima normalidad”. Los autores relacionan la post normalidad del coronavirus con lo que se vivió después de la crisis económica del 2008 y retoman lo que entonces se preguntó Ian Davis: “¿Cómo será la apariencia normal?… Si bien nadie puede decir cuánto durará la crisis, lo que encontramos en el otro lado no se verá como lo normal en los últimos años”. Y arriesgan un diagnóstico: “Seremos testigos de una dramática reestructuración del orden económico y social en el que los negocios y la sociedad han operado tradicionalmente”. 

¿Para dónde iba China antes de todo esto? Para el crecimiento ilimitado, para el poder a costa de todo. Se empecinaron en decirle al mundo (China y los demás) en que así era como iríamos a conseguir el progreso y la felicidad colectivos. Nos creímos, además, invulnerables como ha escrito Francisco de Roux. Tan potentes en la proclamación de nuestras creencias y en nuestra sensación de seguridad fuimos que las nuevas generaciones, ya fueron de natura, prepotentes. Me refiero, por lo menos, a las generaciones que fueron naciendo desde la mitad del siglo XX. Si ponemos el retrovisor un poco hacia atrás descubriremos que antes ‘éramos’ menos prepotentes y quizá más potentes.

¿Regresaremos entonces a cuál normalidad? ¿A la normalidad de la suficiencia o a la normalidad de la autosuficiencia? ¿A la normalidad del consumo responsable o a la normalidad del hiperconsumo? ¿Desaprovecharemos la oportunidad de la crisis para dar un salto hacia delante y construir una nueva sociedad? Y, por último: ¿regresaremos a la noción suicida de que el progreso consiste, nada más, en crecer ilimitadamente ignorando la finitud del planeta en que vivimos? Más nos valdría que no. Y que, por el contrario, aprendiéramos colectivamente la sencilla lección: el modo de pensamiento que nos trajo hasta aquí no solo es suicida, sino homicida.

*Manuel Guzmán Hennessey, @GuzmanHennessey, consultor en temas de sostenibilidad, profesor de la Universidad del Rosario, Director General de Klimaforum Latinoamérica Network KLN

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