Afganistán: las mujeres atrapadas en un pacto entre victimarios

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El corolario de la tragedia afgana, es, como se sabe, las negociaciones del Departamento de Estado de los Estados Unidos con los otrora terroristas talibanes y la entrega a ellos de manera abierta y descarada de Afganistán. Es ésa la verdadera tragedia de las mujeres, de los niños y del pueblo afgano: quedar sometidas y sometidos a un pacto entre victimarios.

El futuro promisorio de las mujeres y los niños en Afganistán lo destruyó el imperialismo norteamericano 

Hace carrera en la prensa occidental una especie de SOS por la suerte de las mujeres en Afganistán. Se dice que los talibanes van a encerrar a las mujeres en sus casas, que van a imponer otra vez la burka, que serán asesinadas por adulterio, azotadas por exhibir el rostro o los tobillos, que no tendrán derecho a estudiar ni a trabajar. Que en el parto y la enfermedad solo podrán ser atendidas por mujeres. Que sin la compañía de un hombre no podrán salir a la calle y que, en adelante, no volverán a ver la democracia.

Terrible no conmoverse con tanto horror, con semejante relato de vejámenes e injusticia contra las mujeres. Pero más terrible es quedarse sentado viendo como los medios norteamericanos tergiversan la historia y cómo utilizan a las mujeres afganas para justificar y romantizar la criminal invasión, el genocidio que cometieron, los abusos a las mujeres y los niños, y la burda, estrepitosa y cobarde retirada de las tropas norteamericanas de Afganistán.

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¡No! Qué tragedia! Ellos, los invasores, los que han hecho y desecho con el país durante dos décadas se van y las mujeres afganas van a quedar sufriendo por su ausencia; van a perder sus libertades. Se acabaron los derechos humanos de los que gozaban y la democracia afgana llegará a su fin. Ése es el mensaje que difunden. Lanzan entonces el globo para tapar, ocultar que son los Estados Unidos los que han cometido, tolerado, financiado y puesto reiteradamente en el poder a los agentes de semejantes abusos contra las mujeres y tapan que, antes de que ellos comenzaran a intervenir en Afganistán, las mujeres habían conquistado derechos reales, no mediáticos, ni de papel, que hasta ahora nunca habían obtenido.

Si se revisa la historia contemporánea de Afganistán, es fácil darse cuenta que los Estados Unidos no dudaron en financiar y apoyar a los despiadados muyahidines de la Alianza del Norte para expulsar del territorio afgano a los soviéticos, y que ahora se han aliado, sin beneficio de inventario, con los enemigos de éstos, también muyahidines, pero talibanes, tan crueles y tan abusadores de mujeres, de hombres y de niños, como los primeros, dejándolos bien instalados y bien armados en el poder.

Los primeros fueron los que en la época soviética reversaron a sangre y fuego las más altas conquistas sociales y políticas que el Partido democrático del pueblo había alcanzado para la sociedad y las mujeres afganas. Los segundos son los que sacaron a la Alianza del Norte del poder y se aliaron con Osama Bin Laden para luego, de la manera más salvaje, someter a las mujeres afganas.

Y no se trataba de rimbombantes decretos publicitarios, de que las mujeres sonrieran sin burka, desfilaran en pasarelas, fueran reporteras de prestigiosos medios o que, sin la compañía, de un hombre pudieran salir a la calle, no. La mujer en la época soviética afgana, desde la infancia experimentó un proceso de emancipación. Adquirió conciencia de sus derechos fundamentales, del acceso a la educación, de elegir y ser elegida, del derecho a trabajar, a la vivienda y a la atención médica gratuita. De escoger marido y de casarse por amor.

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Jóvenes, hombres y mujeres afganos tuvieron acceso a la educación técnica y universitaria, y se vieron favorecidos con miles de becas para estudiar en la Unión Soviética. Marilyn Bechtel, editora de la revista bimensual New World Review, que visitó Afganistán dos veces, en 1980 y 1981 da testimonio de lo que pasaba: “vi los inicios del progreso: mujeres trabajando juntas en cooperativas de artesanía, donde por primera vez se les podía pagar decentemente por su trabajo y controlar el dinero que ganaban. Adultos, tanto mujeres como hombres, aprendiendo a leer. Mujeres que trabajan como profesionales y ocupan altos cargos gubernamentales, incluida la de Ministra de Educación. Las familias trabajadoras pobres pueden pagar un médico y enviar a sus hijos – niñas y niños – a la escuela. La cancelación de la deuda campesina y el inicio de la reforma agraria. Cooperativas campesinas en ciernes. Controles de precios y reducciones de precios en algunos alimentos clave. Ayuda a nómadas interesados en una vida asentada.

También vi los amargos resultados de los ataques de los muyahidines por parte de los mismos grupos que ahora conforman la Alianza del Norte, en esos años dirigidos especialmente a las escuelas y los maestros en las zonas rurales.”.

La retirada de los soviéticos de Afganistán en 1989 no fue estrepitosa; el gobierno de orientación socialista se sostuvo tres años más. No obstante, a pesar de los logros y de las reformas alcanzadas, la intervención militar soviética en defensa del gobierno socialista fue derrotada. En Afganistán, no quedaba duda, pesaban las tribus, pesaba el Islam, pesaba el pasado, pero lo que más pesaba era la injerencia imperialista.

Eduardo Galeano trajo a colación un testimonio del tribunal de Estocolmo de 1981, que juzgó la intervención soviética en Afganistán, y citó la declaración de un alto jefe religioso: “Los comunistas – dijo el anciano –  han deshonrado a nuestras hijas. Les han enseñado a leer y a escribir”.

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En un país con pocas alternativas, quien se compromete con la Yihad, que significa esfuerzo, compromiso con Dios, con el Corán, pero que en la acepción extrema musulmana traduce guerra santa, es denominado muyahidin. Y los muyahidines que decían trabajar para Dios lo hacían en realidad para el imperialismo norteamericano en su guerra contra la soviética Afganistán. Ellos eran antes, como los talibanes lo son ahora, implacables en la aplicación de la Sharia, el conjunto de leyes islámicas que se aplican en cada país musulmán a la sociedad y sobre todo a las mujeres. Los unos como los otros eran sunitas, que es la corriente más radical del islamismo. Pakistán, Emiratos Arabes y Arabia Saudita, que son Estados sunitas, han sido y son los aliados de los Estados Unidos en la guerra de Afganistán.

El corolario de la tragedia afgana, es, como se sabe, las negociaciones del Departamento de Estado de los Estados Unidos con los otrora terroristas talibanes y la entrega a ellos de manera abierta y descarada de Afganistán. Es en eso que consiste, en mi opinión, la verdadera tragedia de las mujeres, de los niños y del pueblo afgano: quedar sometidas y sometidos a un pacto entre victimarios.

No sé qué pensarán los bomberos y todas las víctimas de las Torres Gemelas. ¿Qué pensarán el pueblo norteamericano y el mundo de esta farsa o del epílogo inconcluso de esta tragedia? ¿Qué será de las víctimas pasadas y futuras, de los niños, de las mujeres, y de los jóvenes – porque creo que en un país de tanta guerra ya no quedan viejos – y del futuro trágico que les deja, y que no va a cesar, la intervención cruel y despiadada de los Estados Unidos en Afganistán?

Pero nada resulta ya extraño, los apetitos imperiales de los Estados Unidos nunca han reparado en víctimas, en géneros, en razas, en naciones, en límites. Todo de manera cruel lo resumió otra vez Eduardo Galeano: “Cada vez que los Estados Unidos ‘salva’ a un pueblo, lo deja convertido en un manicomio o en un cementerio”. Ése parece ser el verdadero legado de la intervención norteamericana, la salida sin salida en que han dejado al humilde y legendario pueblo de Afganistán.

*León Arled Flórez, historiador colombo-canadiense.

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