Se va Angela Merkel, llega Olaf Scholz: cambia percusión, sigue melodía

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En nuestro mundo de postergación y subdesarrollo político, cargado de polarizaciones y fragmentaciones, necesitamos una Alemania inteligente y abierta, reconocedora de nuestras posibilidades y solidaria.

bandera de alemania en el Bundestag

Tal como solía decirse en el inicio de la campaña electoral germana, la mayor y casi única ventaja de la socialdemocracia en estas elecciones de 2021 fue no tener que enfrentarse con Ángela Merkel en las urnas. El Partido Social Demócrata de Alemania-SPD, tras varios comicios sin verdadero candidato propio, arrimado a la unión conservadora Unión Demócrata Cristiana de Alemania y Unión Social Cristiana de Baviera CDU-CSU, terminó agobiado por la irrelevancia política.

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Por eso, le vino muy bien el paso al costado de la gran canciller regresando a cuidar sus flores en aquel apartamento modesto que sirviera como símbolo de su visión del poder para servir y de la austeridad como pregón. Sin embargo, quedaba por resolver otro asunto cardinal: encontrar el perfil para suceder a Merkel sin sobresaltos en un ciclo que requiere la reinterpretación de los equilibrios globales. Alemania no gusta de la incertidumbre y, por eso – cuánta envidia – los discursos populistas son despreciados como sainetes exóticos.

El gran beneficiario de esa nueva escenificación fue Olaf Scholz, político de larga trayectoria, sin carisma, sin gran capacidad oratoria, pero, ni más ni menos, vicecanciller federal, líder de la fracción parlamentaria del SPD en el Bundestag y ministro federal de trabajo y asuntos sociales. El candidato más merkeliano para ocupar la cancillería. El más conservador de los socialdemócratas, así como el más progresista de los social-conservadores.

Los resultados electorales fueron estrechos poniendo de presente problemas de credibilidad para todas las fuerzas en contienda, sus difusas identidades y las dificultades internas. A tal punto llegó por momentos la baja temperatura del debate y el desgano ciudadano y partidista que el vencedor socialdemócrata ganó “a pesar” de su partido y, por ello, no le resultó fácil armar la coalición para gobernar por cuanto sectores conservadores parecían tocados por una cierta resistencia a marcharse del gobierno y comprendían, como un asunto de vigencia política, que el modelo de gran convergencia entre partidos tradicionales de envergadura no tenía viabilidad al menos en este momento.

De una familia obrera del sector textil en Baja Sajonia, Scholz creció en el distrito hamburgués de Altona y fue influido por la admiración de sus padres hacia las grandes figuras socialdemócratas como Willy Brandt y Helmut Schmidt. Trabajó con las juventudes desde muy joven y, al concluir sus estudios de derecho y cumplir con su servicio civil, llegó a la vicepresidencia de las juventudes socialdemócratas en 1982 y allí permaneció durante seis años, conociendo la generación que más tarde coparía los cargos partidistas en la Alemania Federal. Al comienzo de la reunificación, combinó la actividad política con el trabajo como abogado laboral participando en las negociaciones de consejos de administración de empresas administradas por la Treuhand, la famosa fiduciaria encargada de la privatización del patrimonio popular de la antigua RDA, otro proceso del cual derivó relaciones ulteriormente útiles en su carrera política, la cual inició en las ligas regionales como diputado federal por mandato directo en el distrito de Hamburgo-Altona en 1988. A partir de allí, su proceso político fue vertiginoso: ministro de interior de la ciudad-estado de Hamburgo en 2001, líder de la fracción parlamentaria del SPD en el Bundestag, ministro del trabajo en 2007, alcalde – gobernador de Hamburgo en 2011 y, finalmente, tras la severa derrota de su partido en las elecciones de 2017, ministro en la cartera de finanzas y titular de la vicecancillería bajo el cobijo de Ángela Merkel con su bien ganado prestigio como conductora del país. Así fue como Scholz logró forjarse la imagen de un político de perfil medio, discreto en el poder, previsible, eficaz y sin tremendismos.

Pese a escándalos que proyectaron algunas sombras sobre su figura, más en la esfera de la responsabilidad política que en la comisión misma de irregularidades, un presunto trato favorable al banco hamburgués Warburg, el sonado asunto CumEx por maniobras financieras de grandes empresas que afectaron los ingresos tributarios, o la quiebra de Wirecard una empresa de pagos electrónicos acusada de falsear cuentas y lavar dinero, la figura del nuevo Canciller no sufrió gran merma en su prestigio durante la refriega electoral. En cambio, ha sido ampliamente reconocida por el apoyo a las empresas para enfrentar la pandemia como ministro de finanzas, lo cual llevó a los medios a utilizar el remoquete de “bazuca Scholz” después de que el mismo usara la palabra en una rueda de prensa para calificar su política expansiva de rancia estirpe keynesiana para la recuperación económica,  una estrategia que podría ser útil justo ahora, al inicio de su gobierno, cuando Alemania sufre un nuevo impacto por el resurgimiento del COVID y sus variantes.

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La coalición para conformar nuevo gobierno consumió tiempo y esfuerzos. Fue posible también por la actuación llena de irritación y personalismo de Armin Laschet quien, sin querer, ha obligado a la unión CDU-CSU a un ciclo de reflexión y reorganización política que puede sentarle muy bien. Los acuerdos políticos se han tejido con esmero y una milimetría un tanto frágil.

El entendimiento con liberales y verdes fue consecuencia de la necesidad de propiciar un gobierno posibilista en un escenario complejo donde Alemania ha de jugar un papel protagónico ante enormes desafíos tales como la reconstrucción de las relaciones con los Estados Unidos tras las cicatrices que dejó el friccionante estilo de Trump que casi descompone a la propia Merkel, la dinámica de la guerra fría 2.0 en la cual han entrado China y los Estados Unidos donde Europa debe mostrar su lealtad con los valores occidentales sin sacrificio de la independencia y entendimiento con las variadas formas de la multialineación, la agudización de la crisis climática que tocará su punto álgido durante el segundo semestre de 2022 cuando el panel de expertos declare la inviabilidad del paradigma del crecimiento ilimitado, las nuevas oleadas y características de los problemas migratorios y la relación con un gobierno que acusa cierto desgaste económico y político en Turquía y el replanteamiento de relaciones con el mundo en desarrollo que quisiera recibir la influencia de la economía social de mercado, pero no encuentra la ruta para su implementación dadas las brechas educativas, la extrema pobreza y el desarraigo ético.

En nuestro mundo de postergación y subdesarrollo político, cargado de polarizaciones y fragmentaciones, necesitamos una Alemania inteligente y abierta, reconocedora de nuestras posibilidades y solidaria, una Alemania que se acerque aún más a América Latina y sea capaz de liderar una Europa que no se conforme con ser el fino algodón ente punzantes agujas de la bipolaridad, una Alemania amiga que actúe como guardián de nuestra democracia y catalizador de nuestra economía.

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*Juan Alfredo Pinto, escritor, economista, @juanalfredopin1

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