Anomia 2021

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Sacado de Aristegui Noticias

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La anomia se expande y si no reaccionamos puede conducirnos a la anarquía. Las instituciones pueden reconstruirse pero de momento necesitamos un diálogo práctico, fecundo y sin pausa hasta alcanzar acuerdos razonables para todos.

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Venturosamente llegó a mis manos un artículo escrito por Diego Valadés, bajo este mismo título “Anomia”, en el diario Reforma de México, periódico con orientación al centro derecha dentro de las viejas caracterizaciones cada vez más imprecisas. El autor es un jurista y político de larga trayectoria, académico e investigador, ex embajador de México en Guatemala, Miembro del Colegio Nacional y de la Academia Mexicana de la Lengua.

México y Colombia son naciones hermanas que, pese a sus diferentes procesos históricos y derroteros políticos, presentan muchas analogías en cuanto a la democracia restringida, clara estirpe oligárquica, períodos de hegemonía partidista, convulsiones sociales llenas de pasión y violencia con pocos resultados en términos de cambios estructurales y, en ciclos recientes, tentadas por esos ladrones de futuros que son los neopopulismos de derecha e izquierda.

Nuestras naciones, pródigas en creaciones culturales, penosamente, son por antonomasia, epicentros de carteles delictivos y han vivido aquello que Marcos Kaplan definiera como “el amafiamiento del Estado y la estatización de la mafia”. Dolorosamente, ese proceso de gangsterización ha permeado algunos grupos privados, miembros del legislativo y del poder judicial, y desde luego, entidades y personas vinculadas al gobierno.

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Lo de Andrés Manuel López Obrador es muy triste y aún difícil de comprender. Una suerte de innovación en reversa, un cinismo elemental que convierte al pueblo en alcahuete. En nuestros países pululan los mecanismos clientelares y una represión de variada procedencia, con elementos de las fuerzas armadas y de policía, grupos disidentes de la guerrilla, bandas criminales, narcoguerrilleros en consorcio con el cartel de Sinaloa y con soporte de generales maduristas, ahora capos internacionales, que subvierten los órdenes económico y político.

En el caso del gobierno de Colombia, lo que impresiona es la incomunicación entre el ejecutivo y ciudadanía pese al despilfarro publicitario oficial, la perplejidad, el desconcierto, la percepción de una institucionalidad sin enjundia, la débil aparición de alternativas, esa sensación de vacío extendida por toda la sociedad que se muestra rebelde en las bases sociales pero sin rumbo. Es la democracia de cascarón, la que llamo Ádeiocracia. Parecemos un tiesto viejo, usado para las malas prácticas, sin contenido, maltrecho.

Acorde con la juiciosa memoria histórica de Valadés, Tucídides, ahora muy citado en documentos chinos dentro de la diplomacia suave de la emulación con Occidente por la hegemonía, fue quien expresó una aproximación teórica sobre “cómo avanza la inestabilidad social y política a partir de un factor desencadenante al que llamó anomia, lo contrario a la norma. Al instalarse la anomia decía, “se abandona la convivencia regulada porque se pierde el miedo a los dioses y a las leyes”. Recuerda Valadés que en el otoño del siglo XIX, Emile Durkheim, sociólogo francés inclinado a hacer analogías organicistas, retomó la anomia como una patología de la sociedad estatal traducida en la pérdida de la adhesión a la norma, cuya consecuencia era la fractura de la convivencia.

En casi toda la América Latina han aparecido síntomas de la anomiaHan crecido la incertidumbre, la polarización y la fragmentación. Buena parte de la ciudadanía se muestra muy escéptica, piensa que queda poco por hacer durante lo que resta como período de los gobiernos en curso. Y espera, dentro de la típica ensoñación latina, que las elecciones próximas, legislativas en México y presidenciales en Colombia, provean una respuesta de fondo, aunque hasta ahora las proclamas resonantes, con honrosas excepciones, son las de los populismos de extremo a extremo, cargadas de mesianismo elemental.

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ANOMIA 2021:

El Paro Nacional en medio de la pandemia, sin restar mérito al alzamiento juvenil hijo del hartazgo y la desesperanza, ha sido una vivencia ejemplificante de la anomia social, la cual hace referencia no a la carencia física de normas, sino a la ausencia del significado de éstas y a la desintegración social que ella acarrea (cuarentenas incumplidas, restricciones y distanciamiento burlados, toques de queda no acatados, abusos de autoridades y variadas expresiones de corrupción). Afirma Valadés en su artículo en comento: “Cuando los titulares del poder dejan de actuar conforme a la ley, se generaliza la tendencia al desacato”. En el plano económico la frecuencia de reformas tributarias y la desconexión evidente con la realidad de los actores económicos, los grupos intermedios y la informalidad, están dando lugar a una corriente de neoinstitucionalismo económico orientada a a la calidad y articulación con la economía real. En el plano psicológico (Benbenate y otros, UBA 2008) algunos perciben la anomia como disvalor, con cuatro rasgos regresivos: 1. Desarrollo individual opuesto a lo social; 2. Tendencia a no diferenciar autoridad y autoritarismo; 3. Primarización de los vínculos secundarios y 4. El machismo.

El concepto anómico ha ido evolucionando en tres planos que el profesor Víctor Reyes de la Universidad Nacional, estudioso del tema resume así: anomia como momento transicional de una sociedad. Metafóricamente dice, hay un orden social que aún no muere y otro que aún no nace. El segundo, una desviación social hacia las conductas individuales, una dislocación social entre medios y fines sociales, tal como la entendía el sociólogo R. Merton, y un tercer enfoque dirigido a considerar la anomia como una expresión de resistencia hacia un orden establecido como lo han señalado pensadores como Michel Maffesoli y otros.

América Latina resbala en medio de la violencia, la impunidad, la terrible crisis social, el lento ritmo de la vacunación, el deterioro ambiental y la angustia marcada por el desempleo juvenil. Nos preguntan por alternativas. Nos piden sinceridad. Los ciudadanos prefieren sentir que los formadores de opinión expresamos lo que damos por realidad de los hechos. No hay espacio para fingir y ello es difícil pues los tiempos que corren están marcados por sentimientos contradictorios: “Pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad”. Pero desde luego, hay una gran tarea por delante: la concienciación como hija de una educación que amplíe las oportunidades y favorezca la participación social para asumir colectivamente patrones disruptivos en todos los ámbitos de la vida social. La anomia se expande y si no reaccionamos puede conducirnos a la anarquía. Las instituciones pueden reconstruirse pero de momento necesitamos un diálogo práctico, fecundo y sin pausa hasta alcanzar acuerdos razonables para todos. Tal como remata Valadés, ¡urge la cordura!!

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*Juan Alfredo Pinto, escritor, economista, @juanalfredopin1

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