Los abogados buenos, los abogados grandes

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Un mensaje de un profesor a los estudiantes de derecho: en las facultades, no se enseña a perder.

Los buenos abogados saben cómo ganar casos. Los grandes saben también cómo perder.

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Hay cosas del litigio y de la vida que no enseñan ni en la mejor universidad. Una de ellas es a perder. Perder es algo completamente ajeno – y hay quienes dirían, opuesto – a la lógica que gobierna a la educación formal.

Es innegable que, consciente o inconscientemente, los años de la carrera universitaria acostumbran al estudiante a aceptar que la única forma de salir adelante es ganando. Es verdad: no se pasa un curso sin ganar – al menos, en términos ponderados – los parciales; no se aprueba un parcial si no se demuestra que se ha ganado el conocimiento necesario; no se gradúa quien no ha ganado todas las materias del pensum ordinario y así…

Eso no está mal. Yo vengo de una universidad que, con orgullo, reconozco como de élite. Allí, gané los cursos y algún concurso. Gracias a eso adquirí el conocimiento que, con humildad, me ha permitido hacerme a los pocos logros que he alcanzado en mi vida profesional.

Sin embargo, la vida no funciona así. En la vida, no solo se avanza ganando. Cuando se pierde, el mundo no se detiene hasta que “recuperes” o “habilites” lo que has perdido. La vida sigue y se espera que aprendas a avanzar incluso habiendo perdido. Pero ¿dónde enseñan eso? Esta habilidad, aunque crucial para crecer como persona e innegablemente como profesional, no está en las competencias de ningún programa de derecho.

Esto es especialmente importante, pues el ejercicio de la abogacía te obliga constantemente a apostar. Quien diga lo contrario falta a la verdad o a la ética. Ningún abogado puede controlar – al menos, no por vía del derecho – el resultado de un proceso. Cuando se entra a un juicio, por mucho que se prepare, hay algo que, desde la perspectiva de la parte, es incontrolable. En ese sentido, es una apuesta que, como todas, se puede ganar o perder.

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Puesto en estos términos, en las universidades te preparan para la mitad del camino. Creo yo que no hay ningún abogado que termine su carrera habiendo ganado todos sus casos, que nunca tenga que soportar una decisión en contra ni sufrir en algún momento lo que, al menos para él, parece una injusticia. Mantener el mito del abogado exitoso como el que nunca pierde hace daño a la profesión, genera expectativas irreales en los clientes y pone una insoportable carga a las futuras generaciones. Por eso, hace mucho bien hablar también de las derrotas.

Aprender a perder es crucial. Entre más temprano se aprenda, mejor. La resiliencia hace al buen perdedor. La fuerza para seguir trabajando en los momentos de mayor frustración, la confianza para tolerar la incertidumbre, la determinación para alcanzar metas incluso cuando se ven más lejanas son, más que la victoria, lo que distingue a los buenos de los grandes.

El mejor abogado no es el que más casos gana. Alguna inteligencia habrá en quienes escogen solo casos ganadores para mantener su reputación. Pero creo que el mayor valor está en apostarle a aquello en lo que se cree cuando se tienen todas las de perder. Para aceptar casos que nadie más recibe y llevarlos hasta el final se requiere una singular mezcla de temeridad, determinación, paciencia y compostura. Pero no hay una fórmula mágica ni una receta secreta; no en vano aprender cómo ganar un caso tarda cinco años de carrera y, en cambio, aprender a perder puede tardar toda una vida.

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Que las futuras generaciones estén seguras de que en algún momento perderán y, consecuentemente, que estén preparadas para ello. Que no abandonen el barco cuando la marea está alta, que no desistan cuando todo parece perdido. Que no sean indiferentes al sufrimiento del cliente, que no tengan la piel tan gruesa. Que sean humanos. Que el récord no les impida arriesgarse. Que ganen, pero que sean también grandes perdedores.

Hace poco terminé clases en los cursos anualizados. No fue fácil: En medio de pérdidas familiares y económicas, lidiamos con conexiones y mentes inestables. Las protestas calaron hondo: las clases se suspendieron en medio de un contexto de incertidumbre y tensión en la relación profesor-estudiante. Pero salimos adelante. En medio del caos, encontramos nuestro camino y seguimos avanzando hasta alcanzar nuestras metas. A todos mis estudiantes: gracias. Creo que esta vez, como nunca, aprendimos juntos a perder.

*Andrés Felipe Díaz, abogado y filósofo. Especialista, magíster y doctorando en Derecho Penal. Profesor de la Universidad Libre de Barranquilla.

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