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Al revocar la elección de Frank Pearl como Presidente de Asocaña, ese gremio y sus afiliados perdieron una oportunidad dorada: la oportunidad de reconciliarse con el país, la paz y la verdad.
Debido a una paradoja de la historia, el triunfo de la revolución cubana en enero de 1959 se convirtió en uno de los principales aceleradores de la expansión del sector azucarero colombiano. La creciente tensión entre las potencias occidentales y los países del Pacto de Varsovia – incluyendo a la Unión Soviética, motivó el bloqueo económico de los Estados Unidos al país de Fidel Castro. Así, el país de la Coca-Cola , el chicle y los confites, tuvo que buscar nuevos proveedores de azúcar en el hemisferio.
Los ingenios azucareros colombianos, que habían empezado a florecer en la ribera del Río Cauca desde los años treinta del siglo veinte, encontraron en esa coyuntura la oportunidad de aumentar su producción y sus exportaciones. Lograrlo, sin embargo, requería aumentar el área cultivada, incrementar el número de trabajadores y obtener mayor apoyo del gobierno a través de diferentes instrumentos, por lo cual el 12 de febrero de 1959 se creó Asocaña, el gremio encargado de gestionar los intereses del sector.
Entre 1960 y 1975, los ingenios lograron hacerse a la propiedad de docenas de miles de hectáreas de campesinos de Cauca y el Valle del Cauca por medio de diferentes estrategias, tal como el académico Ricardo Sánchez Ángel explica profusamente en su escrito Las iras del azúcar: la huelga de 1976 en el Ingenio Riopaila, una lectura obligada para todos los que quieran profundizar su comprensión de la historia de nuestros conflictos económicos y sociales.
Copiosa evidencia comprueba el uso generalizado de la violencia, el desplazamiento forzado y el hostigamiento en contra de los pobladores y pequeños terratenientes de la región, que se vieron obligados a vender sus parcelas durante esos años. Solo en ese periodo, los campesinos del norte del Cauca perdieron doce mil de las dieciocho mil hectáreas que tenían en su poder.
La concentración de la propiedad de la tierra en pocas manos condujo a una sobreoferta de la mano de obra, propició la caída de los salarios y facilitó la explotación laboral del campesinado, que, para sobrevivir, se vio en la necesidad de emplearse en los ingenios en condiciones miserables. Este cuadro se agravó con el tiempo, cuando el sector empezó a utilizar el mecanismo de contratación a través de cooperativas de trabajo asociado, en detrimento de los derechos laborales de los corteros de caña.
Ya entrados los años noventa, el paramilitarismo llegó con fuerza a la región. Docenas de sindicalistas de los ingenios fueron asesinados en esa década, como está suficientemente documentado. Esa violencia se extendió hasta el siglo veintiuno y no ha parado. Durante los últimos años han sido asesinados docenas de sindicalistas más, incluyendo a Daniel Aguirre, líder de los corteros del Valle del Cauca, en 2012, a Juan Carlos Pérez, en 2013, y Mario Tálaga, trabajador de Incauca Cosecha en Puerto Tejada, Cauca, en febrero de este año.
El sector azucarero colombiano está manchado de sangre. En mayo de 2016 el portal Verdad Abierta registraba cómo en el marco de Justicia y Paz “Varios exjefes de las Auc han dicho en sus versiones libres que este grupo llegó a la región por una petición que un grupo de empresarios les hizo a los hermanos Carlos y Vicente Castaño”.
En la misma publicación, se menciona lo siguiente:
“Según confesó ‘HH’ ante fiscales de Justicia y Paz, para el año 2000, Édgar Lenis, fallecido expresidente de Avianca, se reunió con los hermanos Castaño en Urabá, junto con otros empresarios de apellidos Escarpeta, Mejía y Guzmán, quienes decían ser familiares de personas que habían sido secuestrados por la guerrilla.
La vinculación del sector azucarero y sus empresarios con la violencia y el conflicto armado sigue sin ser esclarecida. Al revisar nuestra historia, es fácil entender la oposición de una facción radical del sector azucarero al nombramiento como Presidente de Asocaña de Frank Pearl, un batallador infatigable por la paz, la memoria histórica y la reconciliación. La actitud de esa facción trasluce ante todo el miedo que los consume. El miedo a tener a un hombre de la talla de Pearl, jugado con la paz, adentro de la casa. El miedo a que la Justicia Especial para la Paz, que ven como una criatura de Pearl y del equipo negociador de paz, desenmascare a los empresarios financiadores del paramilitarismo.
Al revocar la elección de Frank Pearl como Presidente de Asocaña, ese gremio y sus afiliados perdieron una oportunidad dorada: la oportunidad de reconciliarse con el país, la paz y la verdad. Pero también perdieron la ocasión de mirarse hacia adentro, reformarse, jugársela por los derechos laborales de sus trabajadores, por los derechos humanos, y por un modelo de crecimiento verdaderamente sostenible. Prefirieron seguir anclados a la dialéctica de la Guerra Fría, temerosos de un castro-chavismo que ya no existe, pero cuya sombra sigue definiendo su forma de ver el mundo.
*Camilo Enciso, @camiloencisov, Director del Instituto Anticorrupción y Ex Secretario de Transparencia de Colombia