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La pandemia ha sacado a la luz lo mejor y lo peor de nuestras sociedades. A quienes tienen una visión más amplia del bien común y a quienes viven de regodearse en su ego narcisista.
Desde mi ventana en el centro de Frankfurt, solo veo a quienes van al supermercado de al frente, todos con su bolsa cargada de lo indispensable. Ya pasamos por las imágenes surrealistas del papel higiénico hace un par de semanas. Ahora el virus ha evolucionado y cada día nos damos cuenta de la magnitud de la pandemia. Día tras día sube la cifra de contagiados; hoy 16.290 en Alemania con afortunadamente no tantas muertes en comparación con otros países – 44 hasta ahora -. Y, así, cada vez nos vamos confinando un poco más.
En medio de la zozobra y el encierro, Angela Merkel dio un discurso impecable el pasado miércoles, asumiendo con todo el liderazgo y la seriedad del caso las riendas de su país y de su gente: “Alemania tiene un excelente sistema de salud, tal vez uno de los mejores del mundo. Pero también nuestros hospitales se verían superados si en poco tiempo ingresaran demasiados pacientes con una evolución grave del coronavirus. No son cifras abstractas en una estadística, sino un padre o un abuelo, una pareja. Son personas. Y nosotros somos una comunidad en la que cada vida y cada persona cuentan”[1].
A pesar de la difícil situación, estar en Alemania nos hace sentir que el Estado existe, que está liderado por una mujer valiente y humana y que la gente -aun con malas excepciones- está entendiendo que es urgente actuar y quedarse en casa.
Pero, cuando pienso lo que viene para Colombia en cuestión de semanas o días, mi angustia se multiplica. Allá no hay un “excelente sistema de salud” sino uno más bien deplorable en el que como siempre los más vunerables serán las primeras víctimas. Aproximadamente un 60% de la población trabaja en la informalidad, depende del diario vivir y, en gran medida, del trabajo en la calle; su cuarentena será aguantar hambre y probablemente contagierse más pronto. Peor, hay un gobierno perdido en su propio laberinto, dando palos de ciego frente al monstruo que se avecina, aun pensando en salvar ni siquiera la economía del país sino a unos cuantos empresarios que son sus amigos y, por supuesto, con su ministra estrella deslegitimando los liderazgos locales como el de la sí coherente y decidida Claudia Lopez, que sí dimensionan la catástrofe. Frente la realidad de este gobierno, que no es nueva, la alternativa urgente es actuar con la responsablidad individual necesaria y resguardarse sin esperar un día más.
También hay que decir que esta crisis nos está abriendo los ojos y, por fin, la humanidad entera está viendo claramente en que sistema estamos inmersos y qué clase de gobernantes tenemos. En suma, la pandemia ha sacado a la luz lo mejor y lo peor de nuestras sociedades. A quienes tienen una visión más amplia del bien común y a quienes viven de regodearse en su ego narcisista. Es elocuente la similitud entre los diferentes países gobernados por el populismo en la crisis actual en la que sus dirigentes se ven dando palos de ciego, contradiciéndose a sí mismos, cambiando de discurso de un día para otro, según las dinámicas del rating, con consecuencias dramáticas para la población las cuales seguramente se empezarán a sentir en las próximas semanas.
En medio de la angustia y el dolor de tantas pérdidas a causa de la pandemia, no se deja de sentir un aire de cambio que trae esperanza. Ya lo dijo de forma casi poética William Ospina en su columna de domingo: “Si hay un mundo cansado y enfermo que cruje y se derrumba, tiene que haber un mundo nuevo que se gesta y que nos desafía”[2]
Este pequeño virus ha venido a mostrarnos a todos los mortales que algo está mal en el mundo y nos pone en bandeja los ejemplos de la insensatez de quienes están gobernando ciertos países frente a la crisis. Para algunos, el denominador común ha sido inicialmente negar o evadir la magnitud del problema. Trump se negó a reconocerlo durante semanas, pero cuando se empezó a disparar el contagio, comenzó a culpar a los demás al punto de usar el término “China-virus” acudiendo a los estigmas del racismo más elemental. Ahora cuando lo inevitable está ocurriendo, vuelve a intentar la manipulación a través del dinero, según el diario Frankfurter Allgemein, al querer comprar la vacuna en vías de desarrollo al laboratorio alemán CureVac para uso exclusivo de Estados Unidos. El director del laboratorio Dietmar Hopp no se hizo esperar en responder: “Si logramos tener éxito pronto en el desarrollo de una vacuna eficaz contra el coronavirus, será posible llegar, proteger y ayudar a todas las personas no sólo a nivel regional, sino con un espíritu de solidaridad con todo el mundo”.[3]
Por su parte, Boris Jonhnson tuvo durante semanas la teoría de un método alternativo que consistía en no hacer gran cosa y permitir que el virus se propagara para así lograr la inmunidad a un precio de más o menos 20.000 muertes según sus cálculos. Hoy, cuando el número de muertes supera los mil en menos de una semana, se decidió a promover el distanciamiento social.
Bolsonaro en Brasil continuaba diciendo hasta hace pocos días que esto era solo histeria y seguía convocando multitudes para que abrazaran al redentor en su persona. Del mismo modo, Daniel Ortega en Nicaragua hasta el fin de semana pasado demostraba con su esposa su capacidad de convocatoria haciendo manifestaciones en las calles y abrazando a su pueblo.
Y, pues, de Duque ya lo hemos visto todo. Más que un populista, es el hijo – ahora medio abandonado de uno de éstos – que nunca encontró un rumbo. Ya ni se puede decir que es culpable; es simplemente incapaz de controlar la actual situación y, en general, de manejar un país plagado de problemas como Colombia. Una vez más y de manera contundente, sentimos la importancia de tener líderes a la altura de los problemas del país y, en medio de tanto caos, vemos rostros nuevos e inteligentes que nos dan esperanza.
Por ahora, afrontar con entereza este momento. Sabernos uno solo, recordar a nuestros ancestros y pensar en nuestros hijos. También lo dijo Merkel: “Todas las medidas estatales no darán resultado si no utilizamos la herramienta más eficaz contra la propagación demasiado rápida del virus: se trata de nosotros mismos. Tal como cualquiera puede ser afectado por el virus, todos y cada uno de nosotros debe ayudar. En primerísimo lugar, tomando en serio lo que ocurre. No hay que caer en el pánico, pero tampoco hay que pensar ni por un instante que no depende de usted. Nadie es prescindible. Todos cuentan; se requiere el esfuerzo de todos nosotros”.
PD: ¿Por qué el coronavirus no ha contagiado a los asesinos de los líderes sociales?
* Pilar Mendoza, PhD y magister en sociología de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Periodista e investigadora especializada en temas de paz, conflicto y memoria y en fenómenos sociales urbanos como la economía informal y el desplazamiento forzado. Directora del festival de cine latinoamericano en el Filmmuseum de Frankfurt. Consultora internacional.
[1] Angela Merkel sobre el coronavirus
[2] Coronavirus: del miedo a la esperanza, por William Ospina
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