Baño de sangre en Nariño

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En la otra Colombia, en la Colombia profunda, necesitamos más hechos y más acciones y menos discursos y enunciados mediáticos.

Nos están masacrando exclaman en las redes miles y miles de ciudadanos indignados por los reiterativos hechos de violencia que se vienen registrando en distintas regiones del país. Rebozó la copa con la reciente masacre de ocho jóvenes en Samaniego, Nariño. No es para menos. Además de las muertes sistemáticas contra líderes sociales, excombatientes, indígenas, afros, defensores de derechos humanos, líderes políticos, ahora se ensañen contra otro grupo poblacional – nuestros jóvenes – .

Es lamentable y, sobre todo, triste que la violencia se haya recrudecido a lo largo y ancho de mi departamento con crímenes que sólo dejan muerte y desolación y un baño de sangre inmisericorde en la geografía regional, enlutando a numerosas familias.

La masacre de Samaniego que cobró la vida de ocho de nuestros jóvenes y un homicidio más registrado horas antes, en la vereda La Catalina, es un campanazo de alerta para todos. Es momento de hacer un alto en el camino. No podemos permanecer impávidos y en silencio frente a los violentos que se engrandecen con el dolor ajeno.

Samaniego, ubicado entre la Sierra y parte de la Costa pacífica nariñense, hoy llora a sus muertos y, con justa razón, desde el primero de enero a la fecha se han registrado 40 muertes violentas con arma de fuego, convirtiendo a este municipio en el lugar con la tasa más alta de homicidios del mundo. Estremecedor y preocupante. Lo peor es que las balas de los violentos no discriminan; mujeres, civiles, policías, campesinos y jóvenes, todos han caído por el accionar criminal.

Con la masacre de este sábado, son dos las perpetradas en Samaniego, la primera sucedida el pasado 16 de junio, lo que demuestra que la violencia y los indicadores de criminalidad están desbordados sin que medie poder estatal para contener este baño de sangre. Si retrocedemos en el tiempo, en los últimos quince años, han perdido la vida jueces, fiscales, alcaldes, personeros, concejales, policías, militares y líderes de derechos humanos. Todos los asesinatos comparten un mismo denominador: la impunidad.

Si por Samaniego llueve, por Magüí no escampa. El país conoció esta semana un estremecedor caso de muerte donde hombres de grupos armados ilegales realizan desmembramientos de cuerpos. También presenciamos el asesinato de escolares en Leiva, se suma a ello el genocidio del pueblo Awá y ahora este múltiple hecho de sangre en Samaniego, todo en una sola semana, mientras el Estado y el Gobierno miran para otro lado. 

Se hace necesario, entonces, una convergencia de fuerzas de absolutamente todos los sectores para hacer un frente común que permita lanzar un S.OS. por Nariño. El Gobierno nacional debe escuchar la voz de nuestra gente y de nuestros pueblos y hacer una intervención integral para contener la ola de violencia que se agudiza cada vez más. Es urgente avanzar en un pacto desde lo local y regional por la paz, en defensa del proceso construido en La Habana, para que los programas del posconflicto se cristalicen de verdad y lleguen a feliz término, que la esperanza de millones de colombianos no la vuelvan trizas los amigos de los tambores de la guerra. Es momento de parar el genocidio.

Nuestro departamento pide a gritos hoy una inversión social a gran escala, que impacte positivamente los sectores productivos, el agro, la pequeña y mediana industria, con desarrollo vial y de infraestructura y fuentes amplias de trabajo para que los jóvenes tengan más oportunidades. Necesitamos un sector agropecuario empoderado. Queremos paz, no guerra. El Estado no puede limitar su ayuda solo en soldados y más fusiles y en fumigar nuestro territorio con millones de litros de glifosato. Esa no es y nunca será la salida al grave problema que hoy enfrentamos. Lastimosamente, hoy solo vemos al Presidente de la República todos los días detrás de una pantalla de televisor, mostrándonos los avances de la lucha contra la pandemia y protestando por el caso del expresidente Uribe, como si solo eso centrara toda la agenda nacional.

En la otra Colombia, en la Colombia profunda, necesitamos más hechos y más acciones y menos discursos y enunciados mediáticos. Es hora de que el gobierno actué en defensa de la vida de su gente. No más violencia, no más muerte, no más exterminio. Es momento de vivir en paz; Colombia clama vivir en paz.

*Guillermo García Realpe, Senador, @GGarciaRealpe

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