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Lo cierto es que Venezuela y Colombia están uno al lado del otro y de allí no se moverán y, a pesar de ello, en los últimos años, más que encontrarse en esa condición, pareciere que uno de ellos prefirió darle la espalda al otro

Hoy 6 de octubre de 2021 se cumplen doscientos años de la entrada en vigencia de la Constitución de Cúcuta de 1821, esa que instituyó conforme a su artículo 6 como a un solo país al territorio que conformaba el virreinato de la Nueva Granada y la Capitanía General de Venezuela. Esta constitución estableció sin argucias jurídicas la nacionalidad colombiana para los hombres libres que habían nacidos en esas tierras o sus hijos, para los que se encontraban en las mismas para el momento de la independencia y se habían mantenido fieles a la causa republicana, y para quienes la solicitaren.
La carta política sólo reservó el ejercicio de la presidencia de la república para los nacionales por nacimiento, mientras que los demás cargos de representación política podían ser ocupados, en los términos de la misma norma, por cualquier otro colombiano que cumpliere los requisitos que la misma establecía, vale decir para quienes habían decidido ser de esa nacionalidad.
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Lamentablemente, los intereses políticos y personales del liderazgo de la época impidieron concretar el sueño que la misma proyectaba, la de una sola nación que venía de adelantar desde la colonia un proceso político de identidad común. Debe saberse que, a pesar de ser la Nueva Granada un virreinato y Venezuela una capitanía general, antes de que dicha división fuere institucionalizada por los reyes españoles, Venezuela dependía de aquel y, a posteriori, la dependencia continuó en lo militar, aun cuando ciertamente no existió interés alguno en el virreinato de hacerla efectiva dada las distancias que luego Bolívar y los patriotas demostraron que era posible reducir.
A pesar de nuestras ventajas – orígenes, idioma, historia y religión común en la generalidad de las naciones que integran América -, los americanos hemos sido incapaces de construir una unidad ni siquiera parecida a la de la Unión Europea, quizás consecuencia de que ésta tiene su fundamento en las dos guerras mundiales que enfrentó, respecto de las cuales la mayoría de nosotros o fue actor más que secundario o fuimos neutrales.
Lo cierto es que Venezuela y Colombia están uno al lado del otro y de allí no se moverán y, a pesar de ello, en los últimos años, más que encontrarse en esa condición, pareciere que uno de ellos prefirió darle la espalda al otro, lo que no fue óbice para que éste con generosidad recibiere a nuestra migración y para ella diseñare políticas públicas que, aún con falencias, buscan nuestra integración.
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Es en ese complejo escenario que esta semana bicentenaria desde Venezuela se han dado instrucciones para la apertura de los puestos fronterizos oficiales. En función de ello en distintas oportunidades con ocasión del XIII Congreso Internacional de Derecho Constitucional que la Universidad Libre organizó en la ciudad de Cúcuta y en el cual tuve el privilegio de ser el único expositor venezolano, los medios nacionales y locales que tuvieron la gentileza de entrevistarme me preguntaron la causa de la decisión del señor Maduro, a lo que les respondí que esa solo la conocen él y quienes le acompañan. Lo fundamental para mí es que la misma se materialice en beneficio de ambos lados de la frontera y sus habitantes, quienes son, en última instancia, los impactados por las consecuencias de la decisión política que la originó.
Admito que, luego de más de cuatro años en Colombia, mi posición sobre el tema de nuestra integración es mucho más sólida que cuando llegué.
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Nuestros dos países están obligados a entenderse en esa y en otras materias de manera tal que, en la medida que lo hagamos, el beneficio para todos será excepcional. Seguramente, dado los pequeños intereses políticos en ambos lados de la frontera, no será posible hacer efectivo el sueño del Libertador – “que cesen los partidos y se consolide la unión”-, más si ella no puede ser la integración perfecta que él deseó, no es menos cierto que podemos construir una que sea ejemplo para toda la América, lo que muy bien pudiere empezar por el libre tránsito de personas y mercancías entre ambas naciones, homologación en materia de títulos educativos, posibilidad de trabajo en ambos lados de la frontera sin que opere requisito de nacionalidad como limitante, por solo citar tres ejemplos posibles. Así, siguiendo al maestro del Libertador Simón Rodríguez, sólo nos quedaría inventar o errar. Hagamos lo primero pues quizás lo segundo es lo que hemos hecho hasta ahora.
*Gonzalo Oliveros Navarro, Magistrado del Tribunal Supremo de Justicia. @barraplural