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Texto por Julio Prasca, Licenciado en Ciencias Religiosas y MBA. Maestro profesional en atención a la primera infancia AURES. Ganador a la mejor sistematización en primera infancia de la localidad de Fontibón 2022, y Ubaldo Díaz, acerdote. Premio Nacional de cuento y poesía ciudad Floridablanca. Premio de periodismo pluma de oro 2018 – 2019 – 2022.
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Hace algún tiempo leí que, un joven, hallándose de vacaciones en las Bahamas, vio cómo se congregaba en el muelle del puerto una gran cantidad de gente. Tras inquirir el motivo de aquello, se enteró de que el objeto de tal interés lo constituía un joven que estaba ultimando los preparativos para un viaje en solitario alrededor del mundo en una embarcación que él mismo se había construido. Todas las personas que se hallaban en el muelle, sin excepción, expresaban abiertamente su pesimismo, y todas se esforzaban activamente en hacerle ver al arriesgado marino la infinidad de dificultades que habría de afrontar: “¡el sol te achicharrará!… ¡te quedarás sin víveres!… ¡Tu barco no resistirá los embates de una tormenta!… ¡Nunca lo conseguirás!”
Cuando uno de ellos oyó todas aquellas desalentadoras advertencias, sintió un irresistible deseo de infundir ánimo y optimismo al emprendedor joven. Y cuando la pequeña embarcación empezó a alejarse del muelle, rumbo al horizonte, un amigo corrió hasta el extremo del muelle y se puso a agitar enérgicamente los brazos como si fueran semáforos que deletrearan la palabra “confianza”. Y gritaba: ¡Bon Voyage! ¡eres un valiente! ¡Estamos contigo! ¡Estamos orgullosos de ti! ¡Buena suerte, hermano!
Esta historia, me la imaginé como si se tratara de la película más taquillera del momento, pensaba mientras escuchaba a lo lejos los fieles amigos del capo antioqueño de nuestra televisión, que Hollywood se la había perdido. De ese amigo quiero hablar hoy. Acababa de terminar la conversación con el entrañable y recordaba que, sobre las tres de la tarde, yo caminaba ensimismado, al buen estilo de la canción de Piero “como perdonando el viento”. Voy pensando en lo corta que puede resultar la vida, si no la vives al máximo. Ya había pisado aquella cruz dominica posada en el centro de aquella casa de retiros. Me dirigía a una reunión con unos jóvenes que esperaban ansiosos la conferencia sobre la vida, y en ella, termine diciendo que “el joven que no comienza a vivir como se debe, se parece al tonto, que para cruzar un rio, espera que pase toda el agua”. No sé si lo pensarán en el futuro, pero descanso por decirlo en el presente. Decido bajar y como atraído por un imán, hay un amigo que yace en sus aposentos esperando no sé qué reunión, no sé con qué personas. Lo único que sé es, que, al abrir la puerta, mi dimensión epidérmica se sintió aliviada por el aire acondicionado de su austera habitación, parecida a la de un anacoreta: una mesa, una silla, un sencillo camarote. Sobre la repisa había una colección de autores rusos, entre los que sobresalía el gran Tolstoi. –¡Siga hermano! –me invito a pasar. Nos saludamos de manos como los hacen los viejos amigos. Al principio hubo un silencio vehemente, pero ya era tarde, en consecuencia, el silencio salió a dar un paseo.
Mi amigo es bien parecido, al estilo del porte de Saúl cuando Elías lo encontró, pero no es Saúl, es de la familia del Sinú. En esa época tenía la edad de Cristo. Venido de las sabanas de Córdoba, aún con todas las posibilidades del mundo, desarrolla una fuerte sensibilidad por los acontecimientos diarios. Siempre pulcramente vestido, enamorado de la vida, de la creación natural y femenina, el Señor, la vida, lo dotó de un talento para escribir, mirar fijamente a las personas y arrancarles como buceando en las profundidades del mar, aquello que le perturba. De cuando en cuando tener una respuesta… un sí, sí, sí que no incómoda, sino que al contario es el enganche trivial de una conversación amena. Y justo ahí, las palabras comenzaron a surgir como bullen las burbujas de una buena gaseosa fría.
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Dejemos de ser aquello que nos alejaba para encontrarnos con los episodios cruciales que nos pasan anodino. De aquellas historias que desearía no te pasaran, ¡pero pasan!, y afortunadamente te das cuenta de que no eres el único chivo expiatorio sobre la faz de la tierra. Ambas historias son interesantes, un habla sobre el amor en forma de Y. la otra, sobre el amor en forma de A. Si esta cuartilla me da el espacio para resumir las dos historias y plasmarla sobre el espacio sideral seria unir la consonante con aquella vocal. YA… ya era tiempo de dejar el corazón sosegado. Aquella “Y” que resuena raudal en la lejanía de una finca santandereana aún se mantiene en el palco de la mente, aquella “A” vibra exuberante desde los pomposos valles del cauca que desciende impávida sobre la memoria. La una es hermosa, la otra también. Los dos son poetas, ellas los inspiran. Los dos escriben, uno es el maestro, el otro su discípulo. Y mientras uno corre exasperado por las correderas de aquel pueblo adornado con las luces de navidad para llevar una peripecia histórica, el otro le recomienda leer los suyos. —Te mando las Lobas de las noches —me avisa; —Julio Cortázar te puede ayudar —Me dice con insistencia; —Borges Enamorado —Te ilustra. —Shakespeare te purifica —remata emocionado. Y así, haciendo conexión entre autor y autor me recomienda leer mucho, y cada vez que puedo entregarle un adeudo a base de una tinta roja, siendo él un buitre en el arte de observar la vida para hacer una narración sabrosa a los ojos de los lectores, pone en mi a un Saramago que dice: “si uno es capaz de describir la cuadra de su barrio es capaz de cualquier cosa con la escritura” —creo que es así. Y marchando rio arriba sobre tortuosos escalones de la vida, vamos resumiendo como una obligación de vida plasmarlo en un papel. —¡Hermano adelante! —me dice cada vez que le muestro un borrador. Es como si me dijera una y otra vez: —¡Bon Voyage!
Pero ahora creo que después de aquel escrito a base de sangre, lágrimas y cincel, esta poesía del amor, donde en palabras suyas era como estar leyendo a un Pablo Neruda, esta vocación a ser escritor definitivamente lo hace los sentimientos, la observación y la capacidad de escribir para los demás, y solo para los demás. Pasar de ser un autor inmóvil ajustado a un escritorio viejo, para convertirse en un lector afinado deseoso de que sus escritos sean devorados por aquellos buscadores de historias, pero de historias reales, donde se identifiquen, se sientan protagonistas de la historia, para luego comentar, decir, criticar, hundir, saborear, gritar, comparar… y luego, después de un vasto viaje sobre la vida, esperar otra historia donde se sientan identificados. A este amigo le debo el colocar un detonante en mi corazón para ampliar y manifestar lo grato y bueno que es tener un amigo como uno: músico, loco y poeta.
Mi hermano me interrumpe salpicando un poco de su sabiduría y la pragmática idea de que lo ayudara a entender cómo se utiliza un nuevo celular Android. Pero prefiero mil veces empotrarme en los laberintos gramaticales, que estar comprendiendo un asunto que aún no es mío. Prefiero salir a las nueve de la noche bajo las estrellas, pero no de aquellas que trabajan en La Línea, junto a la vía del tren que atraviesa la capital camino al Océano Pacífico, sino de las estrellas normales Barboseras desplegadas en el cielo. Dejar encendido el aire acondicionado, que, a lo sumo, significa tener en mi cuarto, el mejor clima de Barbosa. Meter el termo de agua para no morir de sed a medianoche, cerrar la puerta con una fuerza sansónica, salir a la tierra salpicada por el día, con la luna mágica mirándome recelosa y las luces tiritando como si tuvieran miedo, prefiero hacer todo eso, especialmente hablar en un tiempo sin tiempo con aquel amigo que hoy me ha felicitado por caminar con él.
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*Ubaldo Díaz, Sacerdote. Premio Nacional de cuento y poesía ciudad Floridablanca. Premio de periodismo pluma de oro 2018 – 2019 – 2022. Email: [email protected]