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“Discernimiento en un contexto político no significa sino obtener y tener presente la mayor panorámica posible sobre las posiciones y los puntos de vista desde los que se considera y juzga un estado de cosas”. Hannah Arendt. ¿Qué es la política?
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He nominado este texto con una metáfora que empleó el sociólogo alemán británico Ralf Dahrendorf (1929-2009) para analizar una serie de conflictos sociales, especialmente en Europa de los años 80-90, en donde los riesgos de una deriva autoritaria por lo que él llama “el camino de la anomia”, hace que la reacción en la búsqueda de una mayor democratización de la sociedad (Rousseau) pueda llevar a un mayor autoritarismo (Hobbes). La anomia, quizás como se conozca, es una situación de pérdida de fuerza de las normas. Y las normas son la garantía de la vida en sociedad, de la convivencia. Dahrendorf contrapone, en términos de búsqueda del cambio social, el camino de la Anomia al camino de la Utopía. El camino de la Anomia lleva al autoritarismo; el de la Utopía, probablemente a mejores lugares de bienestar y democracia. Esos riesgos existen en esta raza que se llama humana y, por eso, este sociólogo, nos habla de la “insociable sociabilidad” del ser humano, como si lleváramos dentro esa dualidad destructores/constructores. Esa capacidad destructiva está llevando o tal vez evidenciando una descomposición de la estructura normativa del tejido social, un camino peligroso para el Estado Social de Derecho.
Esas fisuras del tejido social arrojan ruidos que no siempre se interpretan bien. Las respuestas parecen estar más por el lado de la represión y la guerra porque se entienden como amenazas de quienes ostentan privilegios y, además, el poder. Es la ocasión de la deriva autoritaria. Y, también de la concepción del Orden. El Orden por el Orden es la tiranía. Es la consagración de los privilegios, las desigualdades y de la insolidaridad. El Orden tiene sentido cuando es la garantía de las libertades. No hay libertades sin un orden que las garantice.
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En una vieja y elemental discusión, que tiene que ver con el lema del escudo de Colombia, Libertad y Orden, se interpretó que de ahí se desprendían los dos grandes partidos históricos colombianos, liberales y conservadores. Que los liberales defendían la Libertad (casi una cacofonía) y los conservadores el Orden. Esta fácil y simple narrativa urdía equívocos porque hoy tenemos que decir que se necesita el orden para garantizar las libertades y no la tiranía, ni las libertades para que unos pocos las ejerzan y la mayoría no.
Entonces, no es el orden hobbesiano de un Leviatán moderno al que nos acogemos para pedir protección contra las supuestas hordas que nos amenazan y abdicar de la libertad, sino la necesaria democratización de una sociedad que la requiere en sentido social, económico y político. Poder interpretar bien la actual coyuntura que una pandemia universal evidenció en nuestro caso, una situación llena de vulnerabilidades de condiciones reversibles, de tiempo perdido, de inequidades, nos obliga a una claridad de comprensión y una generosidad de actuación. Poder leer bien las situaciones que estamos viviendo es el mayor deber de quienes desde distintas disciplinas del saber pretendemos entender lo que pasa y, desde luego, visualizar los riesgos que hay de regresiones indeseables pero posibles.
Es importante dilucidar por ejemplo el papel de la fuerza pública, que parece ser una fuerza de choque de lo que se llaman las “instituciones”, en nombre de las cuales se consagran atropellos y para peor parecen sustentar la imposibilidad de escucha y de generar acciones de cambio. La defensa de la fuerza pública cuando se señalan posibles vulneraciones de derechos constitucionales está imbuida de la pretensión de que es una fuerza al servicio de determinados intereses y no una garante del ejercicio de esos derechos. En el Congreso de la República, los debates alrededor de este tema se han ubicado entre quienes defienden a ultranza a la fuerza pública en su cara “institucional” pero en el fondo pretenden apropiarse con su defensa de su adhesión política y quienes atacan, o eso parece, a la actuación de estas fuerzas y terminan siendo identificados como enemigos de ellas. No se ha dado una posición que establezca el deber ser de unas fuerzas garantes y neutrales y que ninguna fuerza política debe apropiarse de ellas o de su favor. En este trance de alguna manera se encontró más bien a Hobbes, el autoritarismo que anula la libertad y descarta, por el miedo o la codicia, el camino de la democratización (Rousseau). –
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*Víctor Reyes Morris, sociólogo, doctor en sociología jurídica, exconcejal de Bogotá, exrepresentante a la Cámara, profesor pensionado Universidad Nacional de Colombia.