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¿Cómo se le puede pedir a un joven que vuelva a su casa, que levante el bloqueo, que no pare más, si en su casa no tiene nada?
El estallido social que estamos viviendo no es un hecho fortuito; ha sido el producto de una cadena de sucesos y situaciones que nos llevaron a este camino sin retorno a aquello que muchos llaman “normalidad”, que de tal no tiene nada.
Comparto lo vivido
Quiero compartir lo que, como educadora que ha trabajado en una zona de los acontecimientos actuales, he observado y vivido. Llegué a la educación más por vocación que otra cosa; no estudié, en principio, para ser docente. Me gradué de una universidad pública como arquitecta e hice una maestría en el exterior a través de un préstamo en el ICETEX, que pude pagar cuando me vinculé al magisterio a través del concurso de méritos. En el magisterio, encontré mi lugar. No me sentí ajena y, por primera vez, viví de cerca las necesidades imperantes de nuestras comunidades. Fue entonces que decidí realizar un doctorado en educación, convencida de que es desde la educación donde se pueden tocar y transformar muchas vidas.
Hija y nieta de docentes, he vivido en una familia a la que no le ha faltado lo necesario para llevar una vida digna y, para mi fortuna, una familia muy consciente de que la felicidad existe cuando es de todos, que no se puede vivir en paz cuando muchos no tienen qué comer y sufren injusticias y desarraigo.
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¡El distrito!
En el 2005, llegué al Barrio Alfonso López a enseñar educación artística. Era la primera vez que llegaba a ese sector de la ciudad. Reconozco que me sentía nerviosa de estar tan lejos de casa en un territorio desconocido. Era pleno distrito de Agua Blanca y solo conocía su “mala” fama. En la primera clase, recuerdo que me tocó un grado séptimo. Ellos no sabían que era mi primera clase y yo hacía esfuerzos para que no se notara. Debo admitir que fue un año difícil; llegaba muy agotada a casa de lo arduo que es la docencia. Nadie se lo imagina si no ha vivido lo que es tener 40 jóvenes en un aula de clases bajo un calor que pareciera que te hace flotar. Estás frente a 40 vidas diferentes que te exigen presencia; no es fácil, solo se logra con amor a la profesión.
Es así como la primera vez que hubo un acto cultural en el patio de la escuela donde estábamos bastante hacinados vi la puesta en escena de jóvenes con un talento maravilloso. Ante tal espectáculo se me hizo un nudo en la garganta y se me erizó la piel; asistía a un derroche de talento. Pensé en ese entonces que era algo tan auténtico que pocos tenían la oportunidad de ver. Eran aptitudes excepcionales que se desperdiciaban por falta de oportunidades.
Cuando se mira a los ojos el hambre
Cuando se tiene la oportunidad de trabajar inmerso en las comunidades vulnerables, es donde realmente se entiende el país y se tocan la desnutrición, el abandono, la falta de oportunidades. Son comunidades que se han conformado por el desplazamiento de otras ciudades, comunidades que huyen de la violencia y que buscan un mejor destino pero que llevan ya la violencia en sus cuerpos y su huella en sus espìritus. Uno se da cuenta que cambiar las cosas no es fácil y que hay estudiantes muy inteligentes pero que no tendrán oportunidades de una movilidad social real. También encontramos el legado maldito del narcotráfico, donde a todo nivel y en todas las clases sociales se instauró el imaginario del dinero fácil.
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Y, sin embargo, la gente canta y baila
Cali, tiene la fama de la sucursal del cielo. Es una ciudad tropical con una influencia fuerte de la costa pacífica y, por otro lado, la influencia de nuestras comunidades indígenas desplazadas desde el Cauca. Es una ciudad alegre, donde la música tiene una representación poderosa y la danza una presencia envolvente. Pero la gran mayoría de la gente no conoce Cali en su verdadera magnitud. No se han paseado por la ladera donde se encuentra más presencia indígena, desde alto Meléndez, alto Los Chorros, Siloé y Terrón Colorado, esto al occidente; al oriente, todo el distrito de Aguablanca que atraviesa la ciudad de sur a norte. No, la mayoría de la gente conoce la calle quinta, la Paso Ancho, la autopista, la Avenida de Los Cerros, la Avenida del Río y la Avenida Sexta. Eso es otra ciudad y, a los caleños y caleñas que viven cerca de estas vías, no les interesa ni quieren enterarse de qué pasa más allá.
También Cali tiene una historia que viene de las grandes haciendas azucareras, que han pertenecido a tres o cuatro familias adineradas y que manejan muy bien los hilos del poder. Como lo mencioné anteriormente, el narcotráfico, esa herencia maldita de los carteles que desfiguró la ciudad en su esencia desde la ética, la estética, el lenguaje hasta la arquitectura, ha permeado la vida de todos de una u otra manera.
Luchas frescas, manipulación continuada
En Cali como en el resto del país, se vivió una jornada importante de movilización en el 21 N de 2019. Se vio un movimiento más amplio, no sólo sindicatos. Los estudiantes hicieron presencia y se comenzaron a formar algunos puntos de resistencia como el de Puerto Rellena en Cali, ahora Puerto Resistencia. Esto fue el descontento generalizado de miles y miles de jóvenes y de sectores empobrecidos que no cuentan con recursos para llevar una vida digna; no cuentan con las necesidades básicas cubiertas. Las comunidades comenzaron a hastiarse de una situación que vienen cargando en sus hombros hace muchos años. Ese 21 N dejó frustración dado que el gobierno de Duque no tuvo voluntad para acceder a las exigencias planteadas y respondió con el truco barato de la Conversación Nacional que no podía conducir a parte alguna.
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Todo quedó congelado con la llegada de la pandemia. Obligados a cuarentenas, los que teníamos recursos las vivimos con una preocupación de nuestras “comodidades” restringidas y la gran mayoría de familias de nuestro país, ya empobrecidas, con la angustia de no poder salir a conseguir el diario para comer. La pandemia mostró a todos con extrema crudeza la gran desigualdad en la que veníamos y las condiciones absurdas de la educación pública porque, con todas las carencias que tiene, las escuelas eran los espacios donde los jóvenes escapaban de la sórdida realidad de sus hogares.
La propuesta de la reforma tributaria solo fue la chispa que faltaba para encender el enojo y la rabia contenida de miles y millones de colombianos que no podían tolerar un abuso más. Ya no tenían nada. Cargados de dignidad, salieron a la calle a exigir que parara el abuso. ¡Claro! La reforma la tumbaron, pero como dije, esa solo fue la chispa; ya la comunidad ardía de indignación.
Rostros jóvenes o la continuidad de la esperanza
Cuando salí a marchar, como parte del magisterio para reclamar justicia para nuestra gente y para el gremio – ¿cómo no? -, me di cuenta de que la gente que estaba en las calles era diferente. No era el compañero maestro únicamente; eran jóvenes. En todas las direcciones donde se mirara, era gente joven. Algunos como yo, en medio de la juventud, nos sentimos acompañados y poderosos. Las marchas han sido multitudinarias; ya no se escuchaba el canto de “solo le pido a Dios”, o la de “el pueblo unido jamás será vencido” si no que se escuchaban arengas de barras, música, salsa, salsa choque, hip hop. En fin, la naturaleza de la movilización cambió.
Estos jóvenes, que ya no tenían nada que perder, en la calle con sus pares, encontraron reconocimiento y un rol que reivindicaba su existencia. La comunidad se organizó como nunca antes para respaldarlos.
¿Cómo se le puede pedir a un joven que vuelva a su casa, que levante el bloqueo, que no pare más, si en su casa no tiene nada? Es en la calle donde encontró su lugar. Por eso, esta juventud resiste, porque quiere un cambio, porque no basta con un semestre gratis cuando muchos han dejado el bachillerato a la mitad para trabajar.
Este ejército comunitario parece salido de una película de ficción: son fuertes por lo que tienen dentro y por esa llama que se encendió, no tienen miedo, no tienen nada que perder, y hasta les parece digno ofrecer su vida. Este ejército no se irá su casa con las manos vacías, no le teme a la fuerza pública y, por tanto, no es con represión que se irá. Lo harán cuando sepan que no ha sido en vano resistir.
Este relato solo es para mostrar que necesitamos cambios profundos. Muchos eligen la miopía o la indiferencia, que es peor, para mirar solo sus comodidades, y se sienten indignados porque su despensa ya no está tan llena. ¡Qué bueno sería que por lo menos nos pareciera justo que ningún niño se acueste con hambre, que no sigan masacrando a nuestra juventud, que el campo florezca y sea verdaderamente el que nutre con su alimento a nuestra sociedad, que nos alejemos cada vez más de las bebidas azucaradas y comer una fruta fresca sea algo natural, que la educación sea para todos gratuita y de calidad y que llegar a viejos con una vida digna sea una posibilidad real!
Oportunidades verdaderas para que la cantidad de talento que hay en nuestros jóvenes no se quede en el patio de una escuela.
*Alejandra Medina Velásquez, Ph.D Ciencias Pedagógicas, directiva docente-magisterio Cali
Excelente artículo que refleja fielmente la cruda realidad que viven nuestros jóvenes de las barriadas populares,que careciendo de oportunidades para desarrollar sus talentos, no pueden aspirar a una vida dígna. Como docente me identifico totalmente con su planteamiento.Felicitaciones,porque ésta reflexión nos lleva a tener màs claridad sobre los sucesos actuales y como maestros tomar conciencia y comprender a los estudiantes.🇨🇴🇨🇴🇨🇴
Que hermoso relato lleno de vida, de esperanza, de dignidad, y como no, también de realismo, necesitamos, de alguna forma, que ese florecer juvenil, no sucumba al gran poder brutal y criminal que esta ejerciendo este gobierno, necesitamos de esa alegría y esa verraquera para convertir este país por fin en una nación para todos, y no solo para unos cuantos, como ha sido hasta hoy. Nuevamente, gracias 👏👏👏👏