Capitalismo y democracia: una lectura desde la crisis

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Sacado de AS Colombia

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El desarrollo y el progreso como un atributo natural del capitalismo se convierten en un mito si no existe voluntad y decisión por parte de los dueños del capital para hacerlo realidad.

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Que sea el Valle del Cauca, uno de los departamentos mejor integrados al sistema capitalista internacional, el epicentro del descontento más intenso, violento y sorpresivo, me lleva a ensayar una hipótesis más estructural de la que poco se ha escrito en los espacios de opinión del país.

Las ventajas comparativas que hacen del Valle del Cauca un espacio propicio para el monocultivo de caña de azúcar en su valle y de café en sus montañas fueron explotadas desde los albores del Siglo XX, con el montaje de los primeros ingenios y la colonización cafetera proveniente de Antioquia y Caldas. En 1914, inicia operaciones el Canal de Panamá, abriendo la gran oportunidad para el departamento de ser puerta de ingreso del comercio internacional por el Pacífico, a través de Buenaventura, cuyo terminal marítimo se adecúa desde 1916. La conexión capitalista la completó el Ferrocarril del Pacífico que, en 1915, había conectado a Cali con el puerto.

El capitalismo de aquel momento, más liberalizado, pasó a su fase keynesiana como respuesta a la crisis de 1929. Este modelo otorgó mayor poder y protagonismo a los Estados (llamados de Bienestar) en la reproducción del capital a través de la inversión pública y el empleo. Hacia la década de 1980, un nuevo modelo llegó en su reemplazo: el neoliberalismo. En éste, la función esencial del Estado fue la no-intervención en el proceso reproductivo del capital, promoviendo su fluidez, desregularizando la economía, privatizando lo público, liberalizando el comercio, precarizando el empleo, sofocando eficazmente las alteraciones al movimiento del capital. No es un detalle menor que el Esmad se haya creado a pocos años de iniciado el ensayo neoliberal.

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Las crisis de 2008 y la pandemia de 2020 demostraron que la mano invisible del mercado, por sí sola, no era eficaz en el restablecimiento del orden económico. Al contrario, se hizo evidente el rescate del Estado como rector de soluciones. Estados Unidos y Europa retomaron los postulados keynesianos: Bush y Obama rescataron empresas y bancos con recursos de los contribuyentes y Biden hizo lo propio mediante sus planes de vacunación y de generación de empleo.

Por su parte, los gobiernos colombianos, tan ortodoxos a la hora de poner en práctica la receta neoliberal, se han desentendido del viraje de la política económica mundial. El desmembramiento del Estado social desde 1990 puso en peligro la eficiencia del plan de vacunación, la aplicación de la política social y la capacidad para dirigir la reactivación económica. La respuesta disponible del Estado colombiano a la crisis social fue acudir al único “derecho” que le dejó el neoliberalismo: la represión y el uso de la violencia.

No sorprende el reclamo del exministro Fernando Londoño al presidente Duque para desbloquear el puerto de Buenaventura “por las buenas o por las malas”. Los voceros del neoliberalismo criollo recurren al famoso “laissez passer” del liberalismo decimonónico, en torno a una preocupación mayor sobre Buenaventura: su bloqueo.

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Sí, el puerto más importante de Colombia, nuestra bisagra capitalista, importa. Para esa élite, las graves deficiencias de acueducto, alcantarillado, sus precarias vías, su escueto sistema educativo, el desempleo, la pobreza, su exclusión histórica y la execrable violencia narcotraficante no merecen reclamo alguno.

Esa falta de visión (capitalista) hizo que Buenaventura no sea, no digamos la capital, pero ni siquiera una ciudad desarrollada y rica. Demuestra también el tipo de clase dirigente que ha gobernado el país en su historia republicana: hostil, excluyente y torpe.

Si damos un vistazo somero a la historia del capitalismo, notamos su vínculo inmediato con el comercio de ultramar. Venecia, Ámsterdam, Londres, Nueva York y Shanghái son y han sido los puertos por los cuales los Estados que cronológicamente marcaron el liderato capitalista mundial desarrollaron sus imperios. Pero, por si resulta azaroso comparar aquellas potencias con nuestra modesta economía, observemos el vecindario: puertos capitales son Buenos Aires, Montevideo, Asunción y puertos ciudades principales o anexas a ellas son Santos, Porto Alegre y Curitiba en Brasil, Callao en Perú, Valparaíso en Chile, Veracruz en México, La Guaira en Venezuela, Guayaquil en Ecuador y Colón en Panamá.

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El desarrollo y el progreso como un atributo natural del capitalismo se convierten en un mito si no existe voluntad y decisión por parte de los dueños del capital para hacerlo realidad.

Por ahora, aquellas élites necias, en su idea de llevar al Estado a condiciones famélicas, han convertido las respuestas a la crisis en una cubeta de agua en un gran incendio. La historia reciente nos demuestra que una democracia no resiste si no está acompañada de un Estado fuerte. Lo contrario conlleva a la senda del autoritarismo, círculo vicioso éste que nos ha condenado a décadas de violencia incesante.

Por ello, la disyuntiva entre democracia y capitalismo hoy se torna más pertinente que nunca. Recordemos que la democracia no es compatible con regímenes autoritarios, mientras que el capitalismo ha florecido tanto en regímenes liberales (Estados Unidos) como comunistas (China) y hasta fascistas (Tercer Reich).

*Javier Eduardo Lasso Muñoz, politólogo de la Universidad del Cauca y magíster en Estudios Latinoamericanos con mención en Relaciones internacionales de la Universidad Andina Simón Bolívar, con sede en Quito, Ecuador. Su vida laboral ha transcurrido entre la docencia y el servicio público. @javierlassom

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