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¿En qué mundo vive Juan Camilo Nariño, el presidente de los mineros?, se pregunta el ambientalista Manuel Guzmán.

Contrasta el lúcido pero, ante todo realista análisis de Amylkar Acosta, en este medio, sobre el fin del carbón, con el impertinente pero, ante todo, torpe de Juan Camilo Nariño, presidente de la Asociación Colombiana de Minería, en el diario Portafolio. Mientras Acosta llama a reconocer una realidad que hemos debido aceptar desde hace ya mucho tiempo y no solo por las razones climáticas que hoy resultan insoslayables – la de haber priorizado el extractivismo sobre el industrialismo -, Nariño pide ayuda del Gobierno para llevar el carbón al Asia. Lo que dice sobre Prodeco es francamente traído de los cabellos. Habla como si no se hubiera enterado que Glencore ya anunció el cierre definitivo de sus operaciones luego de haberlas suspendido temporalmente. La noticia la dio el Diario La República el pasado 8 de febrero: la decisión de Prodeco de devolver los títulos mineros de Calenturitas y La Jagua del Ibirico. Acosta se refiere a ello agregando el dato de que esto le significará al Sistema General de Regalías (SGR) US$ $86 millones – 357.000 millones en pesos colombianos – anuales menos. Pero, Nariño dice que “viene un mercado distinto que va a seguir demandando carbón” ¿Para dónde estará mirando? Y le contesta a Portafolio que “los sindicatos, grupos de interés ambientales y las ONG que antes pedían a Prodeco que se fuera del país, hoy le piden que se quede”. ¿Adónde? ¿Cuáles ambientalistas y cuáles ONG? ¿En qué mundo vive el presidente de los mineros?
Contrasta – insistiré – el pensamiento de Acosta, anclado en el siglo XXI, con el anacronismo de Nariño, un hombre joven que, no obstante, parece de principios del siglo XX, cuando no había cambio climático y el carbón impulsaba a las economías después de la primera guerra. El titular de la entrevista destaca su mejor frase: “Gobierno, sin agilidad en decisiones del carbón”. Cualquiera pudiera pensar que se refería a lo que piensa hacer el Gobierno para acelerar la descarbonización de la economía, o que estaba pensando en temas tan necesarios como la actualización del impuesto al carbón, para facilitar, precisamente la transición hacia una nueva economía. No es así. El señor Nariño se refería a la necesidad de que el Gobierno genere políticas que favorezcan la competitividad interna del mineral (¿?). Explicó que el carbón colombiano es de muy buena calidad, lo cual permite que sus emisiones de carbono sean menores.
Esto me hizo acordar del carbón limpio. Un disparate inventado por los carboneros de Polonia en el año 2013 cuando decidieron financiar la COP 19, la Cumbre Mundial de Cambio Climático, que se celebró en Poznan. No existe carbón limpio. Por el contrario, el carbón es el más sucio de los combustibles fósiles y a él se debe más del 40 por ciento de las emisiones mundiales de dióxido de carbono (CO2), según la Agencia Internacional de la Energía. En 2013, tal vez empezó el fin del carbón. Las dos mayores instituciones financieras internacionales, el Banco Mundial y el Banco Europeo de Inversiones limitaron sus préstamos al sector carbonero, mientras que Estados Unidos y los países nórdicos decidieron suspendieron su apoyo a plantas en el exterior. Los argumentos del 2013 ya no los repiten ni los propios empresarios del sector del carbón. Que el futuro está en el lignito o en la hulla, que puede haber una producción limpia de la industria carbonera, que la independencia energética exige el uso de los propios recursos. Nadie repite hoy aquellas frases de quienes se negaban a cambiar y admitir la existencia de las nuevas realidades. Nadie. Bueno, casi nadie. Aunque hay que admitir que otros dirigentes gremiales andan tan perdidos en el viejo mundo como el señor Nariño.
La Unión Europea (UE) ha empezado a acelerar la descarbonización; allí las centrales térmicas de carbón suman una potencia instalada de unos 137 GW. La mayoría ya han establecido fechas jurídicamente vinculantes para poner fin a este tipo de generación. Cinco países lo harán antes de 2025: Francia (2022), Eslovaquia y Portugal (2023), Irlanda e Italia (2025). Otros cinco como antes de 2030: Grecia (2028), Países Bajos y Finlandia (2029), Hungría y Dinamarca (2030). Este proceso está alineado con el objetivo de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero de la UE para 2030, impulsado por el Pacto Verde Europeo.
La descarbonización en el mundo implica mucho más que el abandono de las economías del carbono. Implica, ante todo, una nueva economía, una industria más diversificada y estructurada sobre criterios más locales. Una industria y una economía, en últimas, planteadas desde una nueva lógica, no del crecimiento sino de la prosperidad (sin crecimiento) como lo escribió Tim Jackson. Cierra Acosta su artículo recordándonos a Uslar Pietri, el pensador venezolano que alcanzó a advertir el mundo que hoy vivimos: “en lugar de ser el petróleo una maldición que haya de convertirnos en un pueblo parásito e inútil, urge aprovechar la riqueza transitoria de la actual economía destructiva para crear las bases sanas, amplias y coordinadas de esa futura economía progresiva que será nuestra verdadera acta de independencia”. Causa finita.
*Manuel Guzmán Hennessey, consultor en temas de sostenibilidad, profesor de la Universidad del Rosario, Director General de Klimaforum Latinoamérica Network KLN, @GuzmanHennessey