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La política exterior de Colombia se caracteriza hoy por el dogmatismo. Es una lástima.
El 16 de julio, en conferencia organizada por el Atlantic Council, el Instituto de Paz de Estados Unidos, el Diálogo Interamericano y el Wilson Center, el canciller Carlos Holmes Trujillo dejó en claro que Colombia se opone a las negociaciones mediadas por Oslo en Barbados porque privilegia “el itinerario de Guaidó”. “Para ser francos, no creemos en eso”, dijo Trujillo (video 40:30).
Trujillo afirmó que la situación venezolana constituye “un problema regional con impacto global”, que requiere una salida latinoamericana, y enfatizó que, si los países afectados son Colombia, Perú, Chile y Argentina, entre otros, a ellos les corresponde la obligación política y legal de contribuir a una solución.
El lenguaje de Trujillo es mucho más fuerte que el de sus aliados en el Grupo de Lima. El ministro de relaciones exteriores Jorge Faurie de Argentina, por ejemplo, consideró que “todos los esfuerzos que se puedan hacer para lograr una salida y un proceso eleccionario, que es lo más importante, son bienvenidos”.
Es evidente que todos los miembros del Grupo de Lima tienen preocupaciones sobre maniobras dilatorias. Pero, con esa advertencia, estos países celebraron las negociaciones cuando, este 23 de julio en Buenos Aires, manifestaron que “respaldan la decisión del Presidente Encargado de Venezuela, Juan Guaidó, de buscar una solución venezolana a la crisis de su país a través de los esfuerzos en curso e instan a la dictadura de Nicolás Maduro a no utilizar dichos procesos para dilatar la convocatoria de elecciones presidenciales con todas las garantías, a la mayor brevedad posible.” (Declaración de la XV reunión del Grupo de Lima)
El canciller colombiano insistió en que tanto quienes apoyan la negociación, como la Unión Europea, el Grupo Internacional de Contacto y las Naciones Unidas, así como quienes no, sí consideran la convocatoria a elecciones como la meta final y explicó que el desacuerdo se centra en la manera de llegar a ella. Para él, se necesita privilegiar el “itinerario de Guaidó”, que describió como el “cese de la usurpación, la transición y las elecciones”, y no una negociación. El problema para la posición de Colombia está en que el mismo Guaidó le apostó a la negociación. Resultamos más papistas que el Papa.
El enfoque colombiano es tan dogmático que parece alinearse con los elementos de la oposición venezolana más radicales y más decididos a hacer tabula rasa en Venezuela. No ha dejado claro el canciller Trujillo si las elecciones que Colombia está dispuesta a avalar excluyen solo a Maduro como candidato o a toda la fuerza política que él representa. El mismo Elliott Abrams, representante especial de la Casa Blanca para Venezuela, ha poco a poco cambiado el discurso. (Discurso ante el Atlantic Council)
“Estimamos que el régimen de Maduro debe terminar para que Venezuela pueda recuperar la democracia y la prosperidad. Pero, como todos los ciudadanos venezolanos, el Partido Socialista Unido de Venezuela -PSUV- tiene un papel a jugar en la reconstrucción de Venezuela”, aseveró el 25 de abril en el Atlantic Council. Y continuó: “ustedes en el PSUV tienen el derecho a participar en elecciones y a intentar convencer a sus ciudadanos del valor de sus políticas”.
Se entiende la frustración colombiana. Trujillo puso en el centro de la política exterior colombiana a Venezuela y, a pesar de su liderazgo para aislarla con el cerco diplomático, Bogotá se enteró de la mediación de Oslo por los medios de comunicación. Pero es justamente en virtud del cerco diplomático que hay que apoyar los intentos de Oslo. Sin cerco diplomático, no se hubiese llegado a una mesa de negociación.