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“Colombia es un país sin proyecto, donde el presidente dice una cosa y luego el otro presidente la desdice, donde los proyectos de ley contravienen la idea que se supone que les dio vida, donde cada cosa que estaba cimentada ha sido destruida, o al menos tratada de destruir.”
Es una aspiración sencilla, me parece, la de poder decir lo que se piensa y hacer lo que se dice. Es más, creo que no es mucho pedirle a la gente que actúe sobre ese mismo rasero, sobre todo a las personas públicas. Las peticiones de coherencia durante las últimas semanas, ante la escasez de la misma, han sido muchas y, en los últimos años, han sido tantas que ya se las tiene por argumentos manidos, aunque no lo sean.
Hace poco, El Espectador accedió a hacer un “info tuit” en su cuenta de Twitter, promocionando el bufete de Abelardo de la Espriella. Avisaron que era un tuit pagado y, pese a ese gesto, desataron una discusión que en este momento sigue abierta, sobre si las redes de un medio son o no espacios editoriales, sobre si vale la pena aceptar la publicidad de cualquiera o, si por el contrario, existen figuras que contravienen lo que el medio representa. Un debate en torno a los límites de la coherencia, que nunca dejará ser una de las principales virtudes de un periodista.
El Espectador es un caso de excepción porque ningún otro medio se va a tomar el trabajo de reconocer que ceden tuits a empresas que les paguen pero, por otro lado, se trata de una falta de coherencia tal que, si no lo hubieran aclarado, le habrían causado un daño aún mayor al trabajo de sus periodistas.
Fuera de este incidente, los periodistas que decidieron hacerse perpetuamente del lado del poder, sin importar quién lo ostente (habrá que ver cómo se comportan con un gobierno de izquierda), son los primeros en sufrir las horribles faltas de coherencia que tienen lugar en este gobierno. Como están pavimentando a medida que se elige el camino, van en un zigzag impredecible y caótico de decisiones y contradecisiones, haciendo lo que les dijeron y luego, ante la siguiente directriz, deshaciendo. La gente se aburre y los señala, los medios se desfinancian por cuenta de la incoherencia y luego le echan la culpa a las redes y a la inmediatez.

Por eso, no es mucho pedirle al gobierno alguito de coherencia. Es ético pero también es estético … como cuando se le pide al Centro Democrático, partido que hace unos años, durante el gobierno Santos, iba a arengar a los camioneros y atizar el fuego del paro agrario que, como partido de gobierno, apoye la minga y las protestas o, al menos, se siente a dialogar con los que protestan. Pero estos mismos que han llamado, en otras ocasiones, a la desobediencia civil, hablan de los bloqueos a la Vía Panamericana como una “crisis humanitaria”, haciendo ver a los indígenas como los victimarios. Todos, empezando por nuestro presidente, con su “talante conciliador”, quien cree que, cuando un avestruz esconde la cabeza en la arena, está haciendo las paces. Ahora, encima van a mandar al ejército, poniendo a prueba la forma más mezquina y violenta de su cacareado micromanaging.
No es una exageración exigirle coherencia, así, a este mismo presidente que en campaña había prometido no subir los impuestos y los subió, que dijo que no iba a gobernar con mermelada y ha repartido puestos diplomáticos a amigos sin mérito alguno, al mismo que contrató por decreto y en horas sospechosas a funcionarios criticados por sus antecedentes, su perfil o sus declaraciones del pasado. No es exageración pedir coherencia a quien dijo que anhelaba crear una BBC y propició una crisis en Señal Colombia, a quien dijo que iba a ser el presidente de todos los colombianos y ahora lo es cada vez de menos.
O tal vez, en cambio, el problema no es de coherencia, sino que se trata de una falta nuestra de astucia, de lectura entre líneas. Todos sabíamos que iba a ser así y, aún así, seguimos exigiendo que hagan lo que dicen. En realidad, deberíamos pedirles que, al menos, digan lo que van a hacer, así estamos preparados y vemos qué hacemos de nuestras vidas. A la gente le parece que es un asunto menor, pero olvidan que, con sus decisiones y designaciones, nuestro presidente y el presidente que nos puso se han encargado de paralizar al Estado, posiblemente para que esos huecos acaben por ocuparlos desde el gobierno, con gente más o menos preparada (menos, normalmente) y puedan ejercer el poder a sus anchas que, a final de cuentas, es la droga predilecta de nuestros actuales tripulantes. Actúan como si fueran a estar ahí por siempre y, por eso, no les importa si dicen o no la verdad.
Nada de esto es tan sencillo. Tal vez sea solo mi impresión, pero la economía no despega, pese a que llegó el presidente que los empresarios querían. No solo no despega, sino que parece que está desacelerándose cada vez más. Los medios son solamente la punta de todas las empresas que están funcionando a medias. Se ha ido algo de la inversión extranjera, claro, porque mucha había llegado gracias al acuerdo de paz. La plata está quieta y no se ve que vaya a repuntar, ni se ve por dónde podría. Mi teoría, es que se trata de una consecuencia, la más grave, de nuestra actual crisis de coherencia, porque de ella se desprenden también la consistencia y la solidez.
Colombia es un país sin proyecto, donde el presidente dice una cosa y luego el otro presidente la desdice, donde los proyectos de ley contravienen la idea que se supone que les dio vida, donde cada cosa que estaba cimentada ha sido destruida, o al menos tratada de destruir. Un país sin proyecto es insostenible; nadie quiere o va a querer meter su plata en el país del timonazo, el espejo retrovisor y las evasivas. Nadie le va a hacer caso a un presidente que, de bicéfalo, parece no ser la cabeza de nada. Creen que es solamente un detalle en el que nos fijamos los mamertos, pero la coherencia produce confianza y la confianza es la piedra angular de la civilización.