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Chillamos quienes advertimos que Colombia se convertiría en un país sin rumbo.
Colombia chilla a sus líderes sociales asesinados y la indolencia de la dirigencia política que minimiza su impacto en la democracia. Como si no bastaran las cifras de las Naciones Unidas, organismo ahora convertido en instrumento de manipulación coordinado por el “Foro de Sao Paulo” para promover el castrochavismo en Latinoamérica, también se han conocido los aterradores reportes de la Defensoría del Pueblo, de la Fiscalía General de la Nación y de la misma Consejería para los Derechos Humanos de la Presidencia.
No se puede concluir nada distinto, a pesar de las diferencias entre los criterios de cálculo, sino que nuestro país es uno de los más peligrosos para quienes abogan y luchan por el respeto de los derechos y la democracia. Es un panorama tétrico que, de manera cínica, algunos funcionarios pretenden desconocer. Sin ruborizarse, sin una mínima manifestación de empatía, desdibujan la violencia porque ella ha sido su bandera toda la vida.
Colombia también chilla porque poco a poco se le está dando sepultura a una verdad que tanto nos ha costado reconstruir. Esa misma que le confiaron a un negacionista de la talla de Darío Acevedo que, acorralado por la evidencia de su incompetencia, ahora ataca con argumentos paupérrimos a quienes lo critican. El flamante director del Centro Nacional de Memoria Histórica prefiere reescribir la historia de Fedegán que conmemorar la memoria de las víctimas del despojo de tierras a manos de algunos ganaderos. Y es que no está mal evidenciar que miles de ellos fueron a su vez víctimas del conflicto. Pero suscribir un convenio rodeado de quienes han públicamente atacado el proceso de paz, entre ellos María Fernanda Cabal, y, de manera socarrona, asentir cuando el director del gremio tilda de ilegítima la labor de la Comisión de la Verdad, es escandaloso.
Colombia no deja de chillar porque, a pesar de conocer de primera mano el costo de mezclar la mafia con la política, como si no hubiera dejado ya suficientes muertes y corrupción, hoy vuelven a revivir los fantasmas de un gobierno que se financia de la misma mata que se esfuerza por fumigar. En un círculo vicioso absurdo, los que ahora parecen haber aportado a la campaña del presidente son, supuestamente, el objeto de fuertes persecuciones judiciales. ¡Vaya pues! Tuvo que ser un periodista quien desempolvara los audios del chanchullo electorero que involucraría a reconocidos narcotraficantes en la compra de votos para Duque. Los archivos en manos de la Fiscalía, al parecer, lo único que estaban generando era moho. Pero lo más llamativo de todo es que salgan a defender la pulcritud de la campaña mostrando las cuentas registradas ante los organismos electorales, Como si fuera una costumbre dejar constancia de los dineros mal habidos, de la compra de votos y de las platas de la mafia en los registros públicos. Además de todo, se burlan de los colombianos.
Chillamos quienes advertimos que Colombia se convertiría en un país sin rumbo. Un mandato vacío ejercido en cuerpo ajeno por un “buen muchacho” al servicio de los intereses de una clase política que le debe a Colombia todavía una dosis de verdad y de justicia. El presidente, puesto a dedo y con pocos méritos para ocupar la dignidad que ostenta, a pesar de sus buenas intenciones y de las dificultades que implica ser el telonero de un espectáculo, que ni siquiera el mismo Duque logra entender, pierde legitimidad día a día. El pueblo no lo apoya. Ha decaído su mandato; ha perdido cualquier esperanza de enderezar este gran barco que se hunde con cada salida en falso. Ahora solo falta esperar otros largos 900 días.
Colombia se resiste a dejar de chillar la indolencia de la ministra Alicia Arango, que, a propósito de esta columna, es quien señala que se chilla demasiado por unos muertos y no por otros. Ella, que tiene a cargo la política nacional de derechos humanos y la protección de los líderes sociales, una, otra y otra vez, ha salido a descalificar los asesinatos de nuestros líderes. Cuando pensábamos que nos habíamos librado de Nancy Patricia Gutiérrez y se celebraba la renovación en la cartera política, de manera ingenua nos olvidamos de la enorme capacidad que tiene este gobierno de sorprendernos. Cuando se pensaba que no podía estar en peores manos el ministerio, omitimos recordar que este es un gobierno del uribismo.
Finalmente, chillaremos también la muerte de quienes se enfermen del coronavirus mientras la oficina de comunicaciones de Palacio respira. A pesar de ser una tragedia, podrán distraer la atención de todos los colombianos frente a las barbaridades a las que nos está acostumbrando este gobierno. Qué triste que tengamos que padecer de una pandemia para que dejen de ser titular en las noticias los asesinatos de líderes sociales, los “Ñeñes”, el desempleo, la corrupción y la falta de liderazgo.
Ñapa: ¿Por qué, si existían los 25 mil registros de la Ñeñemanía, las autoridades no habían compulsado copias? ¿Por qué la justicia contra los poderosos siempre se hace detrás de un micrófono y no detrás de un estrado judicial?
*Gabriel Cifuentes Ghidini, @gabocifuentes, Doctor en derecho penal, Universitá degli Studi di Roma, MPA, Harvard University, LLM, New York University, Master en Derecho, Universidad de los Andes.