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Que no se vuelva realidad el colapso de los centros de atención depende de la disciplina con que actuemos todos nosotros en nuestra simple condición de ciudadanos frente a las medidas de prevención ampliamente difundidas.
No cabe duda que con la llegada del coronavirus (COVID19) a Colombia nos enfrentamos a un desafío enorme dado que se trata de un virus que no estaba descrito dentro de las posibles causa de infección en humanos y sólo hace cerca de tres meses se generaron los primeros casos. Poco se conoce del grado de afección que puede generar en grupos de población específicos, como en niños y mujeres embarazadas, el impacto del clima en el contagio o en la expresión de la enfermedad y menos se conoce de una posible vacuna. Aún con todos estos vacíos de información, se requiere enfrentar este reto en salud pública con las herramientas que tenemos a mano.
Al observar las imágenes de lo que ocurrió hace unas semanas en China y ahora en España e Italia, muchos se preguntan con cuántas camas o con cuántas unidades de cuidado intensivo contamos en el sistema de salud de nuestro país para atender la emergencia. Aunque ese interrogante es lógico, su respuesta no nos resuelve el problema porque así contáramos con muchas más unidades de cuidado intensivo de las que nos imaginamos, éstas siempre serán insuficientes si la propagación del virus no se contiene adecuadamente. Por lo tanto, los mejores resultados posibles dependen más de nuestra disciplina individual y colectiva como ciudadanos que de las instituciones prestadoras de servicios de salud.
Quizás porque nuestra tradición nos conduce normalmente a pensar que las afectaciones de la salud se resuelven con la atención médica solemos pasar por alto que la prevención de la enfermedad es tan importante, o a veces más, que la atención de la misma y, si se trata de la contención de la propagación de un virus respiratorio como el coronavirus, los médicos tenemos muy poco que hacer y en contraste los ciudadanos muchísimo por hacer.
Las medidas tomadas en Bogotá están en la línea correcta: realizar la detección temprana de los casos y el aislamiento de las personas con síntomas, seguido de intervenciones y recomendaciones públicas destinadas a reducir la transmisión de la enfermedad que, aunque no son eficaces para su erradicación, producirían el retraso de varios días en el aumento del número de casos de personas infectadas para permitir mejorar la capacidad de respuesta asistencial.
Se trata de evitar al máximo el contacto entre personas porque, entre menos se presente, menor será la propagación y, entre más se presente contacto, mayor será la propagación.
La medida de reducción del contacto, o en otros casos el aislamiento, deberíamos ponerla en práctica para favorecer el autocuidado y el cuidado de las personas que nos rodean. La recomendación es interactuar con personas distintas a nuestro círculo familiar solo si estrictamente necesario. Si se puede trabajar desde la casa, hay que hacerlo; si se puede estudiar desde la casa, hay que hacerlo y, si indefectiblemente hay que ir al trabajo, al colegio o a la universidad, en esos lugares hay que evitar saludar estrechando la mano o besando en la mejilla y, en cualquier caso, hay que lavarse las manos con la técnica adecuada y con frecuencia. Esta medida es una regla de oro en la prevención de infecciones en la práctica médica habitual en las clínicas y hospitales y, para el personal de salud, la recomendación de la Organización Mundial de la Salud es aún más exigente.
La salud no es de ninguna manera una responsabilidad exclusiva de las instituciones, de los aseguradores y del sistema de salud; la salud individual y colectiva es una responsabilidad de todos los ciudadanos. Por esta razón, debemos acatar a conciencia las medidas instauradas; no vale solamente conocerlas sino aplicarlas de manera sistemática porque en este momento crucial pueden salvar su vida y la vida de sus seres queridos.
También es preciso tener presente a la población más vulnerable en nuestro entorno familiar y de amigos. La evidencia científica indica que este virus tiene mayor letalidad en las personas que padecen enfermedades crónicas, especialmente pulmonares y cardiovasculares y, en general, las personas mayores de 60 años. De ellos debemos todos estar muy pendientes y es a quienes debe priorizar la atención médica en el sistema de salud.
El grave problema que resultaría de no ser exitosos en la contención de la propagación del coronavirus es que colapsaría la capacidad de atención médica en las instituciones prestadoras del servicio de salud. Para que los lectores se hagan una idea de lo que podría ocurrir, los invito a que traigan a su memoria una visita nocturna a la central de urgencias de cualquier clínica u hospital en una temporada de pico respiratorio. Recordarán entonces que son horas de espera para lograr que se los atienda dado el volumen de la demanda de personas. Calculen como se comportarán esas mismas centrales de urgencias si solamente se incrementara la demanda en una tercera parte de lo que ustedes han visto y trasladen esa misma ecuación a las unidades de cuidado intensivo.
Que no se vuelva realidad el colapso de los centros de atención depende de la disciplina con que actuemos todos nosotros en nuestra simple condición de ciudadanos frente a las medidas de prevención ampliamente difundidas. El mensaje es disciplina, disciplina y disciplina en la ejecución sistemática de las conductas de prevención.
*Marixa Guerrero Liñeiro, MD, MBA, Anestesióloga, Epidemióloga. @Marixagl