Crónica de Venezuela: Parte I

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Crónica de Venezuela: Turismo entre dólares e inflación, parte I.

Por la carretera que conduce de Riohacha a Maicao se ven vehículos repletos de gente apeñuscada. Camiones con personas sentadas en sus techos, buses con algunos pasajeros de pie y otros con medio cuerpo afuera, aferrados a las barandas de la entrada, quizás con los brazos ya dormidos. Padres y madres, viejos con bastón y niños en brazos, todos ellos añorando abrazar a sus familias mientras reciben juntos el nuevo año. Un sentimiento muy diferente a cuando hicieron el mismo recorrido en sentido contrario, escabulléndose de un país en crisis, esperanzados y errantes, con expectativas inciertas.

Maicao parece un ‘San Andresito’ hecho ciudad; es el lugar predilecto para hacer compras antes de atravesar la frontera. A lo largo de sus angostas y agrietadas calles se ven numerosos locales comerciales atiborrados de mercancía que, en algunos casos, se valen del andén cuando el espacio al interior no da abasto. La mayoría son tiendas de mercado, droguerías y talleres mecánicos. Se podrían clasificar en dos las personas que normalmente se ven en esta ciudad: los forasteros, generalmente familias apiladas en los andenes esperando tomar una decisión, y los locales, personas ofreciendo servicios a estas familias.

La ciudad se considera un puente comercial con Venezuela, fue declarada “Puerto Libre Terrestre” en 1936 y, desde entonces, por allí ha pasado todo tipo de mercancía, en especial ilegal. En los años 60, llegaron inmigrantes libaneses, a quienes mal llamaron turcos, que comerciaban whisky y cigarrillos de contrabando. En los 80, debido al auge económico de Venezuela, lo último en electrodomésticos llegaba a la ciudad antes de terminar en almacenes de todo el país. Hoy en día, aunque todavía llega mercancía de todo tipo, el principal producto que se consigue es gasolina venezolana en recipientes de plástico.

Un tipo canoso de gorra azul se acerca a una hilera de coches estacionados, susurra algo a la ventanilla y el primer automóvil emprende el rumbo. Él es el encargado de conseguir clientes a los conductores de vehículos venezolanos que hacen los viajes hasta Maracaibo. El trayecto cuesta entre $50.000 y $60.000 por persona, dependiendo de cómo se encuentre la demanda.

A tan solo ocho kilómetros de Maicao, en el corregimiento de Paraguachón, queda la frontera. La entrada está rodeada de vallas de seguridad tipo concierto que impiden el paso de carros. Entre las oficinas de migración de ambos países, territorio considerado neutro, se ve mucha gente esparcida, colchones, maletas, costales, mantas, vendedores ambulantes, motos ofreciendo viajes a Maicao en cinco mil pesos y mucha basura.

Migración Colombia es una oficina iluminada, pulcra, con aire acondicionado y hasta sala de espera. El trámite para el registro de la salida del país no toma más de cinco minutos. En el otro costado, geográfico y político, las cosas son diferentes. La oficina venezolana parece una taquilla de cinema antiguo, los guardias atienden cómodos desde una cabina ventilada mientras los viajeros, al otro lado de la ventanilla, esperan en una fila de no más de 15 minutos.

Quizás por lo poco común que resultan unos turistas colombianos en Venezuela, o por los numerosos sellos de viajes en el pasaporte de mi madre, el guardia venezolano retiene nuestros documentos y nos solicita pasar a una sala para una entrevista. En un cuarto amplio con pocas sillas esperamos cerca de una hora hasta que aparece el entrevistador, quien con un tono imperioso solicita al padre de la familia y lo conduce a una oficina.
Los motivos turísticos, ni ningún otro, resultan suficientes para el funcionario que, alegando falta de reservas hoteleras y tiquetes de autobús como excusa, termina pidiendo $200.000 pesos por dejarnos pasar. Usted sabe que la situación entre los dos países está complicada, concluye con desfachatez el uniformado.

La frontera con Venezuela se cerró en agosto de 2015 cuando el presidente Nicolas Maduro ordenó el operativo ‘Liberación y Protección del Pueblo’ en contra de estructuras criminales, las cuales, días antes, atacaron a fuerzas armadas venezolanas que se dedicaban a labores anti-contrabando en pueblos fronterizos. Los cruces entre ambas naciones fueron cerrados indefinidamente y hasta hoy solo se permite el paso peatonal.

No obstante, muchos vehículos hacen viajes a diario por trochas a la vista de ambas autoridades. Además, en horario de 8 a 12 de la noche, en Paraguachón se permite el paso de transporte de carga, siendo el único municipio en toda la frontera donde esto ocurre.

Los carros que van hasta Maracaibo son de placa venezolana. Éstos se encontraban en Colombia cuando se cerró la frontera, una suerte que les dio vocación trasportadora, pues el gobierno colombiano brindo una prórroga indefinida a su permiso de circulación y así transitan sin problemas por los dos países.

Por el camino polvoroso de un poco más de un kilómetro emprendemos rumbo junto a Juan David, nuestro conductor, un tipo que maneja sin cinturón de seguridad y habla con la experticia de quien conoce los trucos del camino. Hay otra trocha más corta, pero es muy peligrosa, por allá no me meto, por aquí nos va a ir bien, van a ver.

Para cruzar la trocha se necesitan billetes de baja denominación; cada tanto se les tiene que pagar entre dos mil y cinco mil pesos a diversas personas que abren el paso soltando una soga, cual peaje fuera. El sendero no es más que una finca familiar que se adaptó como carril. Se rumora que unos empresarios le ofrecieron a la familia $6.000 millones de pesos por la propiedad, pero los dueños no accedieron; se calcula que ellos ganan cerca de 2 millones de pesos al día con el paso.

A mitad de camino, nos encontramos con unos árboles achicharrados. Juan David asegura que, a mediados de diciembre, en ese lugar la Guardia Bolivariana quemó varios camiones de contrabando y mató a siete personas. Versión que no aparece registrada en la prensa, ni en ningún otro lado, pero parece plausible ya que de acuerdo con un informe de la Fundación Paz y Reconciliación, a lo largo de los 2219 kilómetros de linde, hacen presencia 28 estructuras armadas ilegales y, entre 2012 y 2019, han sido asesinadas 4911 personas en municipios fronterizos.
Según datos de la Fundación, en los pasos de la Guajira operan grupos como el Frente Luciano Ariza, del ELN, Los Pachenca, Los Chacones, La Zona, Clan del Golfo, Los Pranes y grupos contrabandistas venezolanos que buscan beneficiarse de negocios como el contrabando de gasolina y el narcotráfico.

El último guardia antes de finalizar la trocha es un muchacho moreno vestido con pantaloneta deportiva y una camiseta del Real Madrid. No hubiésemos reparado en él si no fuese porque nuestro conductor nos dice que es un guerrillero del ELN.

*Oswaldo Beltrán, periodista colaborador.

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