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Éste es el drama de muchos trabajadores de un hospital en un municipio ubicado en el departamento de Córdoba, que han sobrevivido por más de 33 meses sin recibir una mesada.
Son las 12:35 del mediodía. El sol intenso que se refracta sobre la calle desolada y polvorienta deja ver una moto que pasa rauda, dejando tras de sí una estela de polvo semejante a un cometa. El ventilador de techo gira perezosamente bajo las láminas de zinc, cual aspas de un pequeño helicóptero y, como vórtice la oleada de calor es arrojada al piso; se siente en el rostro, en la piel. Al fondo de esa habitación, está una niña ensimismada sobre unos juguetes que permanecen regados sobre el piso, le es indiferente el infierno que la rodea, tararea una canción infantil, ahora arrulla un muñeco que le hace falta un brazo, lo acuna sobre algo parecido a una improvisada cama. El agua que cae sobre los platos de cocina se escucha como pequeña cascada. En ese sopor intenso, nada se mueve, ni la hoja de un árbol, excepto Teresa que, con devoción ascética y su uniforme blanco impecable desgastado por la batea, ha dejado de lavar la loza y ahora se alista para ir al trabajo. Esa pulcritud de la gente pobre, fiel copia de un cuento de Chejov. Secándose las manos con su delantal mira con resignación hacia el reloj que permanece incrustado sobre la pared, al lado de una foto que ya no tiene vida, de un familiar que ha partido de este mundo. Como suele suceder, las fotos de los seres que ya no pertenecen al reino de los vivos, aparecen descoloridas, pidiendo de una vez por todas que los dejen de joder y descansar para siempre. En la habitación contigua se escuchan los gemidos y refriegas de “Laura en América”. Teresa no puede detenerse para ver el final del veredicto que dictará Laura esa tarde; esta última hace pasar a un hombre de piel cetrina y mirada cabizbaja, que va y se sienta en la silla de los acusados ante un tribunal de enardecidas mujeres, hace sonar un martillo de madera sobre un escritorio haciendo llamando al orden; hay un silencio, el desdichacho murmura algunas palabras, que son apagadas por el creciente murmullo del reino femenino y la juez suena nuevamente el martillo. Teresa hipnotizada mira la escena y, mientras se aleja, va abriendo su colorida sombrilla que la resguardará de la inclemencia del astro rey; hoy tendrá que caminar quince cuadras para llegar a su trabajo. Ha obviado el trayecto más corto de su recorrido porque, según me comenta su hija mayor, le debe a todos los tenderos de la cuadra. En palabras de su vecina “a cada santo le debe una vela”. No es que Teresa sea mala paga. Le pregunto el por qué de esa caminata tan larga para llegar a su trabajo, y con una frase escueta me responde: “Hace más de 33 meses que no recibo sueldo”.
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Éste es el drama de muchos trabajadores de un hospital en un municipio ubicado en el departamento de Córdoba, que han sobrevivido por más de 33 meses sin recibir una mesada. ¿Cómo ha podido sobrevivir así Teresa, siendo madre soltera y cabeza de familia? Mi inquietud un poco ingenua queda sin respuesta al ver su delgada figura de anacoreta, atropellada por las vigilias, deudas y la inanición diaria. En la agrietada pared lleva anotado los más de 990 días que le ha tocado vivir como cuerpo celestial. Su hija sigue comentando que su madre todos los sábados, con puntualidad de director de cine, se sentaba frente al televisor a escuchar los consejos comunales de Uribe y los milagros de la economía del ministro Carrasquilla, que resultó “chamuscado” al hacer experimentos diabólicos con su gallina de los huevos de oro. Como ella, son muchos los empleados de este ente hospitalario que han sufrido los embates de la burocracia. Esta humilde mujer ha agotado todos los recursos legales como la acción de tutela,pero como ella misma dice: ”todo se ha quedado en tramitología”. Quise conocer la versión del director del hospital sobre esta problemática y fue imposible localizarlo. Como todo burócrata, se encontraba en la capital del departamento haciendo gestiones.
A la entrada del hospital, hay una amplia plazoleta con un frondoso árbol de caucho que protege la imagen grisácea de San Juan, una fila de moto taxistas bostezan ante el sopor intenso de la tarde. A lado y lado de los pasillos, se ven enfermos por doquier, semejantes a esas pandemias francesas de finales del siglo XVIII. Según unos empleados, este ente hospitalario estaba a paz y salvo con el personal hasta el año 1999. Después de esa época, empezó la gran debacle, desencadenando el gran festín burocrático entre políticos locales y regionales, dejando como resultado las finanzas de este hospital en cuidados intensivos. Según los mismos políticos, no hay poder divino o humano que pueda salvarlo; sólo el milagro de la reestructuración y, para eso, “ellos son unos magos”, remata un hombre de mirada montaraz que lee un periódico donde aparece una mujer desnuda y un hombre que ha muerto de manera violenta.
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La historia de ese hospital es toda una tragicomedia. Un caso muy sonado fue el del gerente de otrora administración, quien tuvo que ser desalojado por la fuerza pública al no querer dejar su puesto. Los empleados de este ente hospitalario instauraron una acción popular dirigida al Ministerio de Protección Social. Dicha acción sucumbió al sueño de los justos y, al día siguiente, a varios de ellos les llegaron a sus casas, sufragios con amenazas de muerte.
Miro a Teresa que regresa de su labor diaria y le pregunta a su hija, que permanece escondida detrás de un biombo, al ver por la celosía la moto con dos tipos a bordo que aparecían por la calle polvorienta, uno de ellos lleva una cartulina en la mano y el otro tiene varios billetes de baja denominación incrustados en sus dedos, qué suerte había tenido el acusado de Laura en América. Por mi parte le pregunto cuándo le pagarán. Ella mientras despide a los tipos de la moto con evasivas, sentencia: “tal vez cuando San Juan agache el dedo”.
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*Sacerdote. Graduado en Filosofía y educación de la Universidad Católica de oriente. Premio nacional de cuento y poesía ciudad Floridablanca. Premio de periodismo pluma de oro APB Barrancabermeja. Años 2018 -2019.