¿Cuánto aguanta Bogotá?

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Es obvio que son problemas nacionales los que se pretende que solucione esta pobre ciudad encaramada en la cordillera, como milagrosamente ha ocurrido en algunas ocasiones a lo largo de nuestra historia.

Los grandes urbanistas, los urbanizadores, los planificadores, los candidatos a la presidencia, y, sobretodo, todos los colombianos y los venezolanos que no resisten vivir en donde nacieron, todos creen que Bogotá aguanta todo, que es la gran aguantadora de Colombia. Afortunadamente, parece que Claudia López ya se dio cuenta que Bogotá ya no es la tierra que pone fin a nuestras penas, como escribió Juan de Castellanos a principios del siglo XVI, después de pasar años conquistando la costa del Caribe. Es necesario que todos, no solo la inteligente alcaldesa, comprendamos hoy que Bogotá también tiene límites y que los estamos sobrepasando.

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Infortunadamente la Constitución y las leyes no creen en la existencia de límites, de acuerdo con la filosofía simplificadora que las ha orientado. Será muy difícil modificarlas a pesar de que el IDEAM ya explicó que Bogotá es vulnerable debido a incertidumbres en la existencia de aguas y en la disponibilidad de alimentos. En los últimos días, las encuestas y la realidad de las calles han mostrado la existencia de otros límites que están ya sintiendo los jóvenes bogotanos, quienes en su mayoría no creen en las instituciones bogotanas ni en sus empresas, ni en sus conciudadanos, ni en la ciudad misma.

Casi nadie habla de la necesidad de modificar, por lo menos, la Ley 388, la que está facilitando la urbanización de la sabana para así sostener las ilusiones de todos los colombianos y venezolanos que creen firmemente que viviendo en Bogotá van a solucionar los problemas que los llevan a no aguantar la vida en otros sitios. Al contrario, la gran mayoría de urbanistas, columnistas y políticos están en contra de establecer límites a las áreas urbanas en el POT y, con un optimismo que linda con la estupidez, alegremente anuncian que la capital tendrá rápidamente otro millón de habitantes.

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¿Cómo solucionar esta situación? ¿Cómo evitar la desnutrición de los niños?  ¿Cómo disminuir los asesinatos y los atracos? ¿Cómo integrar socialmente la ciudad? ¿Cómo disminuir el tiempo y la energía que perdemos en el transporte? ¿Cómo dejar de urbanizar los mejores suelos agrícolas del país? ¿Cómo darles empleo a todos los que llegan huyendo? ¿Cómo proporcionarles asilo a todas las comunidades indígenas que huyen del narcotráfico y de la guerrilla? Es obvio que son problemas nacionales los que se pretende que solucione esta pobre ciudad encaramada en la cordillera, como milagrosamente ha ocurrido en algunas ocasiones a lo largo de nuestra historia.

Es probable que la ciudad haya llegado a sus límites, no solo a los físicos, sino, sobre todo a los límites culturales, económicos y sociales. La Nación debe empezar a solucionar esta situación, construyendo espacios urbanos en otras regiones, lejos de la altiplanicie, integrados, cercanos a los mercados internacionales, que ofrezcan las mismas o mejores condiciones que las que hoy ofrece Bogotá, espacios modelos en lo ecológico, lo económico y lo social que realmente pongan fin a nuestras penas.

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*Julio Carrizosa Umaña, ingeniero, ambientalista, miembro honorario de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.

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