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¿De cuándo acá nos hace malos ciudadanos exigir que se siga haciendo un control político o que se proteja la vida de los líderes sociales o que se rechace el olvido de los expedientes judiciales más comprometedores?
Colombia y el mundo atraviesan por un momento crítico. Quizás, desde hace 70 años, cuando terminó la segunda guerra mundial, no se vivía un hecho que afectara la cotidianidad de todas las personas en el planeta Tierra. El C-19 nos ha puesto a todos en jaque. No paran de crecer los infectados, la curva epidemiológica no se ha logrado aplanar y los muertos van en aumento. Las imágenes son aterradoras. Calles vacías y ciudades fantasma. La enfermedad no distingue entre ricos y pobres, aunque tal vez, el día después de que todo pase, los países en desarrollo tendrán que soportar una carga fiscal, humana y social insoportable.
Nuestro país no ha sido la excepción de la pandemia. En menos de dos semanas, se ha pasado de 1 caso a una cifra que ya se acerca al millar. Las medidas que se han tomado podrían parecer extremas. Sin embargo, teniendo en cuenta la limitada capacidad para atender a grandes cantidades de ciudadanos en caso de que se desborde el coronavirus, era apenas lógico que se adoptaran. El propósito de nuestra clase dirigente, a mi juicio muy acertado, ha sido evitar que las personas se conviertan en víctimas y vectores de una enfermedad que no da tregua. A pesar de las diferencias en el talante y liderazgo entre el presidente Duque y Claudia López – imagen clara de la desconexión que vive el país -, en la actualidad, existe un consenso sobre la necesidad de poner la política a un lado y rodear a nuestros mandatarios para poder hacer frente a esta crisis. Capitalizar la tragedia, como algunos políticos han buscado hacer, resulta mezquino y puede incluso ser contraproducente en términos electorales.
Pero no se puede olvidar que existe una delgada línea entre el oportunismo político y la anulación completa y absoluta del derecho que tenemos los colombianos de ejercer control y veeduría frente al Gobierno. Entramos en una cuarentena que nos obliga a estar recluidos en nuestros hogares, no en una cuarentena de silencio. No podemos dejar que el coronavirus nos impida reaccionar frente a los muchos otros males que afronta nuestro país. Todos confiamos en que Iván Duque y su gabinete estén tomando las medidas sanitarias necesarias para mitigar el progreso del C-19. Pero Colombia no sólo padece del coronavirus. Hay otras epidemias que deben ser atendidas.
La solidaridad y la unidad de cuerpo no sólo se deben predicar de la actitud pasiva y condescendiente con el Gobierno mientras se resuelve esta crisis. La solidaridad también se debe profesar respecto a todos aquellos que siguen sufriendo la violencia en nuestro país. Y es que los problemas de Colombia no entraron en pausa como todo lo demás. Los actores ilegales no se han acogido a la cuarentena humanitaria y, por el contrario, están gozando el haber sido relegados a un segundo plano. Siguen asesinando, intimidando y delinquiendo como si nada.
Hacer un llamado para que salgamos del suspenso en el que nos puso el coronavirus, a juicio de algunos, es indelicado e inconveniente. ¿De cuándo acá nos hace malos ciudadanos exigir que se siga haciendo un control político o que se proteja la vida de los líderes sociales o que se rechace el olvido de los expedientes judiciales más comprometedores? ¿Acaso esta enfermedad anuló nuestro rol como veedores, o peor aún, nuestros derechos sociales y políticos?
El virus no puede matar la capacidad crítica de los colombianos, porque el Covid-19 no está matando la violencia, la corrupción, la ineficiencia en la justicia ni el oportunismo político. La oposición constructiva y objetiva es también sinónimo de solidaridad; quizás no con el Gobierno, pero sí con los colombianos más necesitados. Son muchos los que se rehúsan a callar. El tapabocas se debe usar sólo para salir a la calle, pero nunca para silenciar a la ciudadanía frente a la indiferencia del Estado.
Dicho todo lo anterior, merecería que el gobierno le respondiera al país por los líderes sociales que han sido asesinados desde que se decretó el aislamiento social. Debería también el fiscal general actualizarnos frente los avances en el proceso que se adelanta por la ¢ñeñepolítica¢, así como por el paradero de la Caya Daza y demás “buenos muchachos” que tanto daño le hacen a nuestra democracia.
Ñapa: Parece que, por fin, Duque encontró su legado. Por la integridad, la salud y el progreso de Colombia, espero que sea un buen legado. Es en las situaciones de crisis donde se mide el verdadero talante de nuestros líderes. No cabe duda que para el presidente, así como para todos los mandatarios locales, el C-19 será su gran prueba de fuego.
*Gabriel Cifuentes Ghidini, @gabocifuentes, Doctor en derecho penal, Universitá degli Studi di Roma, MPA, Harvard University, LLM, New York University, Master en Derecho, Universidad de los Andes.