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“Compartimos el discurso contra Maduro, pero no es suficiente para la ciudad. Sirve para ganar elecciones, pero es inútil para superar los problemas de la frontera.”
“Ni un solo peso de inversión adicional se anuncia para la ciudad distinto a la ejecución de las obras que se dejaron aseguradas y financiadas por el gobierno Santos.”
El pasado 23 de febrero, a Cúcuta no le cabía un tinto como dice la expresión popular. La ciudad vivió sin duda un fin de semana para la historia. Los mejores artistas de Hispanoamérica, la mitad del gabinete y del Congreso, presidentes de varios países del continente encabezados por el nuestro, embajadores, congresistas gringos, funcionarios de alto nivel de USA, el multimillonario Richard Branson, curiosos de todo el país y del exterior. La ocupación hotelera en un 100% sin precedentes, los restaurantes caros y los populares llenos, el comercio concurrido como nunca y la gente en Cúcuta feliz esperando la caída de Maduro ante los anuncios de Duque de que al dictador le quedaban pocas horas. En el aire se percibía una extraña sensación de que la suerte estaba echada, que existía una secreta estrategia colombo-norteamericana que garantizaba la salida del usurpador que todos en Cúcuta y Colombia esperamos como única solución de fondo para reactivar la frontera, estabilizar las relaciones entre países hermanos y, de paso, acabar de una vez por todas un régimen que nos sirve de distractor para la propia situación colombiana. Que se caiga Maduro a ver si al fin nos ocupamos de los graves problemas que nos afectan, sin echarle la culpa al vecino y sin el cuento que con eficacia vendieron a millones de incautos del peligro del castro-chavismo para Colombia.
Y, finalmente, no pasó lo que supuestamente pasaría. El millón de personas que llegarían a los puentes fronterizos no llegaron; la ayuda humanitaria se quedó hasta hoy en las bodegas; Guaidó no se posesionó en Venezuela y se quedó más de la cuenta en Colombia; Maduro permanece en Miraflores y las horas anunciadas por Duque se convirtieron en días, semanas, meses y ojalá que no sean años porque los venezolanos no resisten más apagones y hambre y los cucuteños no aguantamos más ser los “paganinis” de esta crisis que lleva décadas. Ese domingo, después del concierto, todos regresaron a sus países y a sus actividades normales y, en Cúcuta, quedaron los cucuteños con la frontera cerrada por decisión de Maduro. En la Guajira, sigue abierta y, en Arauca, también. El castigo sólo para Cúcuta seguramente por haber sido el escenario del concierto y el show, o porque Maduro sigue creyendo que la crisis de la moneda venezolana se orquesta desde cinco casas de cambio en Cúcuta o que, desde esta ciudad, se arman grupos paramilitares para atentar contra su vida.
Hoy el panorama es desolador después que, a pesar de la crisis, se había tenido el mejor diciembre en mucho tiempo, el comercio especialmente de alimentos y medicinas reactivado y la ciudad mostrando algunos síntomas de recuperación en medio de las dificultades. Cinco semanas después nadie regresó a Cúcutá. Nadie del gobierno, ningún artista, ninguno de los congresistas que vino por primera y última vez a la ciudad. Los canales de televisión que cubrieron por horas el histórico fin de semana ya no dedican ni un minuto de pantalla a la situación que vive la ciudad, al cierre de los pasos de frontera y la crisis económica y de seguridad que se provoca con ello. No volvieron los enviados especiales.
Las cifras son elocuentes. En las últimas cinco semanas las ventas del comercio cayeron en más de un 50%; las remesas, que llegaron a casi 3 millones de dólares antes del fin de semana histórico, cayeron en un 80%; las agencias aduaneras cerraron sus puertas ante la inactividad total; las casas de cambio quebradas; los hoteles desocupados; las trochas en manos de las mafias ilegales y el desempleo y la informalidad en imparable ascenso.
Mientras
tanto, el Gobierno dedica la mayor parte
de sus esfuerzos y de su tiempo a la salida de Maduro que todos esperamos, sin
una estrategia de emergencia para esta frontera que necesariamente debe contar
con un componente de aumento de inversión pública en la región. Hasta hoy, no
hay una nueva inversión para la ciudad. La señora Vicepresidente, tan acuciosa en su tarea de presionar la
salida de Maduro, no muestra el mismo entusiasmo para impulsar las nuevas inversiones que requiere la ciudad. Hace dos días por sus
redes anunció el “estudio” de nuevas medidas que no son nada distinto a la
repetición, en menor escala, de las que se tomaron en su momento tras el
cierre de agosto del 2015 con líneas de créditos para empresarios, planes de
competitividad. Está bien, pero son insuficientes si no vienen acompañadas de
recursos de inversión fresca para la ciudad y el departamento en materia de
generación de empleo o infraestructura.
Ni un solo peso de inversión adicional se anuncia para la ciudad distinto a la ejecución de las obras que se dejaron aseguradas y financiadas por el gobierno Santos entre las cuales, solo por destacar las más importantes, están el acueducto metropolitano ya adjudicado; la doble calzada Cúcuta- Pamplona-_Bucaramanga ya en ejecución; el nuevo aeropuerto ya casi terminando su ejecución; el mejoramiento de la vía a Ocaña con inversiones en ejecución; las más de 10.000 viviendas gratuitas ya entregadas; los puentes vehiculares de acceso a Cúcuta ya en funcionamiento; el moderno edificio de la Fiscalía y tres estaciones de policía ya terminados; la ampliación al doble en su momento del programa Familias en Acción y los recursos para generar empleo temporal. Y el nuevo gobierno ni siquiera asegura los recursos para hacer los estudios del nuevo puente que se necesita sobre el río Zulia.
Compartimos el discurso contra Maduro, pero no es suficiente para la ciudad. Sirve para ganar elecciones, pero es inútil para superar los problemas de la frontera. Se requieren nuevas inversiones desde el estado para aliviar la crisis. Más recursos y menos discursos. Más compromiso presupuestal y no tanto estudio de proyectos de ley que, la historia nos ha enseñado, no son suficientes para cambiar la realidad regional si no hay inversiones en infraestructura. Y, en este campo, si el gobierno Duque llega al menos a la mitad de lo que que se invirtió en los últimos años por la administración Santos estaremos listos a reconocerlo.
Juan Fernando Cristo, ex-ministro del interior