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La permanencia de Darío Acevedo es insostenible. Colombia se merece un funcionario que esté a la altura de la responsabilidad del cargo.
Es infame negar la existencia del conflicto armado. Pero quizás, resulte incluso más infame dejar en su cargo a una persona que ha procurado, a cuenta gotas, matar la memoria histórica de nuestro país. En ningún Estado serio, una persona como Darío Acevedo ocuparía la dignidad que ostenta y ningún presidente consciente del daño que hace lo seguiría manteniendo.
Insistir en conservar a Acevedo en el Centro Nacional de Memoria Histórica es una derrota moral del gobierno y una afrenta a las millones de víctimas que ha dejado una larga y dolorosa confrontación armada. La ideologización del pasado con el ánimo de hacerle el juego político a los que quieren olvidar a toda costa sus pecados es una mezquindad imperdonable.
Remplazar a Gonzalo Sánchez en la entidad constituía un reto mayor para la administración de Duque. Durante años le apostó de manera técnica y juiciosa a recuperar la dignidad de las víctimas y, en general, de la sociedad colombiana. Nombrar a una persona cuyas credenciales habían incluso sido puestas en duda no es sino el reflejo de un propósito claro: marchitar los avances logrados hasta el momento y renegar del origen del conflicto que, a su vez, es la razón por la cual se avanzó en el proceso de paz con las Farc.
Quienes pensaban que hacer trizas los acuerdos se limitaba a objetar la ley estatutaria de la JEP estaban muy equivocados. La mejor forma de acabar con ellos es desvirtuar su necesidad, deslegitimar sus causas y poner en duda la obligación que tiene el Estado en cumplir con lo pactado.
Y es que la historia no es la que se vive sino la que se lee. Nada más parecido a las estrategias de adoctrinamiento chavistas que pretendían rescribir los textos escolares, para así poder perpetuar un régimen dictatorial creado a la medida y sobre la imagen del “gran vicario” de Simón Bolívar. Pues bien, quienes más critican el régimen que padecen nuestros vecinos, convenientemente omiten reconocer que, de manera solapada, ciertos miembros de este gobierno hacen uso de las mismas técnicas de adoctrinamiento.
Haber olvidado enviar la documentación necesaria para que el Centro Nacional de Memoria Histórica se mantuviera como miembro de la Red Global de Sitios de Conciencia es lo de menos. La entidad que dirige mediocremente Acevedo fue excluida no por un vicio de trámite, sino por su soterrada postura negacionista. Podrá salir a decir en entrevistas que ha reconsiderado su posición, pero es que los actos hablan por sí solos. La última perla de su administración es haber puesto como director del museo de la memoria a una persona cuya única experiencia en la materia es haber estado a cargo de museos de la fuerza pública.
No está mal que se nutra la discusión y la reconstrucción histórica del conflicto a partir de las diferentes narrativas de los grupos de víctimas, donde por supuesto también caben las familias de nuestros soldados. Lo peligroso es la posibilidad de que por esa vía se comiencen también a negar hechos atroces como, por ejemplo, las ejecuciones extrajudiciales.
Rescribir la historia en Colombia es una tarea muy delicada y no debería ser cooptada por intereses políticos. Requiere no sólo un conocimiento objetivo y desapasionado de los hechos, sino también integridad moral y empatía por el dolor de quienes han cargado el peso de la guerra. El responsable de esta titánica labor no debe representar a un sector de la sociedad, sino a todos los colombianos. Quien niega la existencia de un conflicto, inevitablemente, pierde dicha capacidad porque desconoce las décadas de violencia armada donde todos, de una u otra forma, hemos sido víctimas. Negar el conflicto revictimiza y profundiza el desgarrado tejido social.
Acevedo se tiene que ir; su permanencia es insostenible. Colombia se merece un funcionario que esté a la altura de la responsabilidad del cargo. Así sólo sea por su olvidadiza memoria y falta de diligencia en enviar una simple carta para evitar la vergüenza internacional a la que fuimos sometidos, por dignidad y respeto, debería renunciar. Sin embargo, conociendo el talante del gobierno, tristemente también este episodio quedará en el olvido.
PD: Enero fue considerado el mes con más muertes de líderes sociales en los últimos años. Uno cada día. Nos estamos desangrando y aún hay quienes niegan la sistematicidad de la violencia su contra. Como sociedad tenemos que despertar y exigir unidos: ¡Ni un solo líder asesinado más!
*Gabriel Cifuentes Ghidini, @gabocifuentes, Doctor en derecho penal, Universitá degli Studi di Roma, MPA, Harvard University, LLM, New York University, Master en Derecho, Universidad de los Andes
Don Darío: los ataques a la población civil -los más pobres-, los secuestros, los cilindros bombas, el reclutamiento y violación de menores, son terrorismo. El negacionista es usted!