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Durante esa larga travesía medité varias veces en las palabras proferidas por ese hombre nacido en una población de las sabanas cordobesas, que si se llegasen a materializar podría ser el advenimiento de una nueva primavera en nuestro país.
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− ¡Te acuerdas de nosotros cuando estés sentado en la silla! – Le gritó una mujer en medio de la multitud en la calurosa plaza de Magangué – Bolívar – la silla a la que se refería la anónima dama seguramente era el solio de Bolívar que permanece en la casa de Nari, bautizada así por el suceso del 23 de abril del año 2008, en el cual desfilaron por sus pasillos un reducido grupo de políticos, emisarios y traquetos pertenecientes al bajo mundo; uno de los que peregrinó por sus gélidos pasillos cargaba con el apodo bíblico del hombre más paciente del mundo; una de las cámaras seguridad los registró cuando hacían su entrada por la puerta trasera.
Dicen que dicha procesión fue encabezada por un personaje del alto gobierno del momento que tenía mucho poder y que en los pasillos y círculos cercanos tenía el mote de “el cura”, dicho abate, años después terminó como embajador en la ciudad eterna, despachando asuntos sin importancia en las frías y marmóreas oficinas del vaticano, seguramente dando pequeños paseos por Trastevere, contando purpurados o visitando museos. Porque la ilusión de todo diplomático proveniente de estos trópicos cuando es designado representante ante el estado más pequeño del mundo es presentarse un día con toda su familia ante el trono de Pedro, besar el anillo del pescador y recibir la bendición de uno de los líderes religiosos más influyentes del planeta. Ese mismo hombre que un día besó la sortija de Simón Pedro, culminó su carrera cuasi eclesiástica escribiendo bagatelas sobre papas y cardenales, y algunas veces fue invitado principal por una importante emisora capitalina para pontificar sobre lo divino y lo humano referente a algunos beatos y santos colombianos que en esos días iban a ser elevados a los altares. En uno de los países más confesionales del hemisferio y caldeado aun por sesenta años de guerra donde pareciera que se ha normalizado aquello del que “mata y reza empata”. Ni se imaginará Francisco las diabluras que hacen estos tipos en estas republiquetas.
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Se bajó uno de los carros blindados acompañado de un puñado de escoltas que corrían a su lado, la multitud que lo había esperado desde tempranas horas de la mañana lo recibió con vítores y aplausos, ese día vestía blue jean, camisa y tenis, parecía una estrella pop star de los años 90; algunas mujeres jóvenes en un repentino ataque de histeria le gritaban que lo amaban, en medio de la muchedumbre sobresalían pancartas elaboradas en forma artesanal donde se podía leer el nombre de las delegaciones presentes en esa calurosa plaza, la baranda que lo separaban de la multitud casi se venía al piso. De ahí subió a la tarima, hubo un silencio y con micrófono en mano se trasformó por espacio de 40 minutos hilvanando un magistral discurso sobre la realidad y coyuntura del país, en ese momento ya no era el mismo hombre de apariencia frágil que había descendido del carro blindado, esta vez se había convertido en un gigante igual a un mago que deja su mejor acto para el final. Discurso que era interrumpido por la multitud que rugía y coreaba su nombre; su elocuencia parecida a la que otrora manejó en el congreso de la república cuando destapó el maridaje entre paramilitarismo y clase política. Esa tarde en esa calurosa plaza donde la mujer le gritó a voz en cuello que se acordara de ellos cuando llegara a su reino, pude ver a escasos cien metros al nuevo mandatario de todos los colombianos. ¿Por qué coincidí en esa plaza?, venía viajando por carretera de Montería hacía Barrancabermeja y esa noche pernoctaría casa de un amigo que generosamente me había invitado a que me alojara en su morada. Debo confesar que nunca he sido amigo de multitudes o personas ruidosas; mi amigo el cual me había extendido la invitación me pidió que lo acompañara al ágora ese domingo y nos fuimos en ese plan, ir a ver a al candidato presidencial que llenaba todas las plazas a donde iba. Quedamos ubicados cerca a la tarima, era un lugar privilegiado y cuando inició su discurso y diatriba en contra de Alí Babá y sus cuarenta ladrones mi acompañante lo miraba encandilado mientras le ofrecía aplausos y vivas. Los vendedores de agua, chucherías y mecatos hacían su agosto, el calor era infernal, un sudor soporífero corría nuestros cuerpos, estábamos en la depresión Momposina, una de las húmedas y calurosas del mundo. Mal contadas, habíamos unas diez mil almas en ese sitio. Un hombre fornido el cual resguardaba su rostro por un rustico sombrero dijo: “uno no entiende cómo un tipo de estos que llena tantas plazas puede perder la presidencia y no como ese otro candidato que trataron de inflarle la multitud en Photoshop y no se dieron cuenta de los zapatos y quedó como los de pinocho”. Este hombre solo puede perder en la registraduría” y paso seguido se despachó en contra de ese organismo del estado, una mujer le asintió su comentario: “solo hay dos personas que logran llenar plazas; este candidato y Jorge Barón”.
Al final de la tarde mi amigo y yo regresamos a casa con la convicción que a ese candidato que ya había descendido de la tarima y que rápidamente fue arropado por una nube de escoltas, se le había dado el don del logos, de la palabra que a pocos mortales se les ha concedido. Era uno de esos fenómenos que se dan cada treinta o cuarenta años, remató mi acompañante. Al día siguiente muy de madrugada salí en solitario, me faltaban por recorrer 300 kilómetros para llegar a mi destino final, durante esos viajes que casi siempre hago en solitario la mayoría de las veces, los uso para reflexionar, evaluar cosas de mi vida o buscarle el final a alguna de las historias que se me han quedado atascada en cualquier nudo gordiano. Durante esa larga travesía medité varias veces en las palabras proferidas por ese hombre nacido en una población de las sabanas cordobesas, que si se llegasen a materializar podría ser el advenimiento de una nueva primavera en nuestro país. Más adelante recogí a una mujer de aspecto humilde que estaba al borde de la vía para que me hiciera compañía un buen rato, por su indumentaria noté que pertenecía a una de esas congregaciones religiosas que pululan en esos apartados lugares y entre dialogo y dialogo le pregunté por quién iba a votar y me dijo que jamás lo haría por el candidato de marras ya que les iba a expropiar sus pocas cosas; cuando se bajó del vehículo se despidió de mí sonriendo: “no vaya a votar por ese hombre porque es el diablo” y seguidamente se despachó en contra de las minorías sexuales que han logrado algunas conquistas en el país en temas de igualdad. No sin antes decirme en palabras casi que apocalípticas que si ese candidato llegase a la presidencia nos íbamos a convertir en un país vecino. La vi cuando se alejó por una polvorienta calle bajo la canícula de las tres de la tarde. Las siguientes horas que manejé en solitario cavilé enormemente sobre el trabajo de lavado de conciencia y manipulación que hizo un partido político que gobernó durante veinte años acolitados por algunos medios de comunicación – que al parecer tienen sus días contados por los youtuber e influencers de las redes sociales que los tienen de capa caída – en las clases menos favorecidas y pensé en la Alemania nazi, lo que hizo Goebbels en su momento con su propaganda.
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*Ubaldo Díaz. Sacerdote. Premio nacional de cuento y poesía ciudad Floridablanca. Premio de periodismo pluma de oro APB 2018- 2019. Especialista en intervención comunitaria.