Hoy, día del escritor

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Hoy 13 de junio se celebra el “Día del Escritor“, en homenaje al nacimiento de Leopoldo Lugones (1874-1938), poeta, cuentista, ensayista y novelista argentino. Lo instituyó la Sociedad Argentina de Escritores, que el propio Lugones fundó en 1928. Y lo hicieron contrariando, de alguna manera, la que fue su última voluntad, cuando dejó por testamento estas palabras escritas de su puño y letra en una misiva postrera: “que me sepulten en la tierra sin cajón y sin ningún signo ni nombre que me recuerde. Prohíbo que se dé mi nombre a ningún sitio público. Nada reprocho a nadie. El único responsable soy yo de todos mis actos”. Tendrá por excusa la Sociedad Argentina de Escritores que el día que se consagra al escritor no es ningún sitio público. De Lugones dijo el gran literato universal Jorge Luis Borges al momento de su deceso: “decir que ha muerto el primer escritor de nuestra República, decir que ha muerto el escritor de nuestro idioma, es decir la estricta verdad y es decir muy poco”.

A este propósito comparto estas disquisiciones:

EL ARTE DE ESCRIBIR

“Quítenle a este mundo el arte de escribir y le quitarán toda su gloria”

Francois De Chateaubriand

Marguerite Duras hizo suyo el aserto de Raymond Queneau: ¡escribe, no hagas más! Evoco estas palabras, pensando con el deseo de seguirlas al pie de las letras. Ella misma percibía en su propia humanidad que “hay una locura de escribir que existe en sí misma” y yo, a ratos, me siento poseído por ella. Empero, los aficionados al arte de escribir nos tenemos que contentar con ser sólo eso, aficionados, alentados siempre por la fijación a la que alude J. C Planeéis, en el sentido que “cuando uno escribe más por vocación que por profesión, más por placer que por ganarse la vida, más por comunicarse que por emborronar papel, siempre está aprendiendo”.

Yo me aparto del aserto de Nietzsche cuando afirmó que “yo soy una cosa, mis escritos otra”; en mi caso, yo y mis escritos somos una y la misma cosa. Y ello es así, porque si algo me ha caracterizado, tanto en mis escritos como en mis actuaciones, es la coherencia y entre unos y otras siempre están mis convicciones como hilo conductor. Ello suele extrañar en un medio en el que pulula la afición por el surfismo, en el que muchos prefieren desplazarse sobre la cresta de la ola del momento y, como afirmó Ingenieros, no tienen inconveniente en pasar del timón al remo cuando de sobrevivir se trata en medio de la adversidad. Otros optan por la línea del menor esfuerzo, dejándose llevar plácidamente por la corriente sin importar la dirección de ésta, cuando no es que, como las giraldas, toman la dirección en la que soplan los vientos, quedando a merced de éstos. Se trata de quienes aguzan sus sentidos para estar siempre con las tendencias, coincidiendo con John Nashbit cuando refiriéndose a ellas dijo que son “como los caballos, es mejor montarse en la dirección que van”. Yo, en cambio, siempre he militado en mis ideas, las mismas que he plasmado en mis escritos, las he defendido con ardentía y denuedo, pues parodiando a Bertolt Brecht, podemos decir que “cuando la verdad sea demasiado débil para defenderse, tendrá que pasar al ataque”.

Dijo José María Vargas Vila en uno de sus célebres escritos libertarios que “la fuerza de un escritor no radica en su talento, sino en su carácter”. Y carácter es lo que se necesita para asumir posiciones diáfanas, rotundas, sin esguinces, para militar en sus propias ideas, cualesquiera que ellas sean, sin desertar de ellas. No pocas veces me ha tocado remar contra la corriente; pero, lo hago siempre con el espíritu abierto a las ideas de los demás, pues comparto con Serrat que “lo que más enriquece el pensamiento de uno es la pluralidad de pensamiento de los demás”.

Mis distintas obras, y ya son cuarenta y cuatro las publicadas, están escritas en un lenguaje sencillo, llano, descomplicado, sin perder el rigor académico, de tal manera que su contenido es totalmente asequible tanto a doctos como a profanos en la temática de los mismos. Al leerlos se podrán percatar también de la evolución del pensamiento del autor, pues no oculto mi aversión por los dogmas, los fundamentalismos y me rehuso a aceptar camisas de fuerza que coarten mi libertad de pensamiento, los grilletes mentales no van con migo. Yo creo en la afirmación de Alvin Toffer, cuando asegura que  los analfabetas de este siglo no son aquellos que no saben leer y escribir sino aquellos que no pueden aprender, desaprender y volver a aprender” y ojala pueda sobrevivir al intento de lograr tal cometido. 

Siempre se ha dicho que para saber escribir, se necesita haber vivido abundantemente; yo añadiría que para aprender a escribir, que es lo que yo hago a diario, compulsivamente, se necesita además vivir intensamente y ese ha sido el sino de mi vida. Ahora bien, para quien intente incursionar en el arte de escribir, por que escribir es el arte de lo sublime, tiene que librar una lucha sin cuartel para no dejarse atropellar por la tecnología. Desde 1999, acometí esta empresa y todavía no puedo cantar victoria; no pocas veces los duendes del computador o del ordenador, como prefieren llamarlo los españoles, me han ganado la partida.

Como afirma Mutis, el gran escritor colombiano, “El castellano se encuentra sumergido en el vértigo de la informática”. Pero, esos son los gajes del oficio, qué le vamos a hacer. Siempre he dicho que las ideas son embriones en fecundación y en mis libros anidan con profusión, mutantes y en constante estado de hibernación.

*Amylkar Acosta, ex Ministro de Minas y Energía, ex Director de la Federación Nacional de Departamentos, Miembro de Número de la Asociación Colombiana de Ciencias Económicas, @amylkaracosta

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