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La invitación para asistir a la Mesa de “Paz con Legalidad” de la Gran Conversación convocada por el Presidente Iván Duque me llegó el jueves por la tarde. No estaba seguro si ir cuando por primera vez me enteré de la posibilidad de ir. Primero lo consulté con Oriana, co-coordinadora de ReD Joven. Ella me propuso que era una oportunidad importante para comunicar lo que pensábamos y lo que durante este año trabajamos en temas de memoria histórica, verdad y no repetición. Por otro lado, amigas y amigos señalaban los peligros de legitimar un espacio que no buscaba solucionar de fondo la crisis política, y en cambio era un stunt del Gobierno.
Luego de consultarlo, y ante importantes presiones de tiempo, decidí que iría. Armamos con los jóvenes de Rodeemos el Diálogo el comunicado. Desde hace tres años llevábamos trabajando en la salida negociada y este momento no se podía desaprovechar. Nunca fuimos ingenuos. Sabíamos que el espacio sería difícil, pero en la línea de En Vos Confío que habíamos trabajado meses antes con la Oficina del Alto Comisionado para la Paz, también entendí que no nos podíamos llenar de prejuicios. Así fue como, almorzado por si acaso, con traje, pero sin corbata, entré al Palacio de Nariño unos minutos después de la 1:00 de la tarde.
Muchas imágenes quedaron de esas cinco horas en mi cabeza. Algunas me hicieron sentir muy bien, pero otras no tanto. La primera, quizás, fue la entrada del Presidente y la Vicepresidenta, quienes saludaron a todo el mundo en la sala. El Presidente saludó a todas las mujeres del salón de pico en la mejilla. Al comenzar la reunión, hizo una larga intervención (más larga que la de cualquiera de los asistentes) sobre todos los logros de su gobierno. A continuación, le pasó la palabra a los altos consejeros encargados del tema y a la ministra del interior.
Luego, los moderadores asignaron la palabra. Cada uno de los asistentes tenía hasta cinco minutos para hablar, que con el tiempo fue reducido hasta tres, y luego hasta dos. Muchos venían a hacer halagos al gobierno y otros venían con soluciones personales. Una mujer acusó a la ministra de mentirle al Presidente sobre la situación de seguridad de los líderes sociales, a lo cual el Presidente respondió con un urgente llamado a solucionar el asunto. También llovieron invitaciones al Presidente para que se reuniera con unas y otros, así como para que abriera o cerrara cumbres de diversos tipos.
Los pocos críticos, quienes nos habíamos colado en el comité de aplausos que hizo el gobierno, hicimos nuestras intervenciones. En dos ocasiones, el Presidente replicó, ambas veces luego de intervenciones que lo criticaban. Confirmé lo que en algún momento había escuchado: para el gobierno, el problema no es de gestión; es de comunicación. Creen que están haciendo todo bien pero que las “mentiras” de Petro y de Noticias Uno no han permitido que el país lo sepa.
Una de las imágenes que más me indignó fue ver, en al menos tres ocasiones, a la ministra conectada a sus audífonos inalámbricos mientras los líderes que venían de los territorios hablaban. Luego me informaron de que estaba solucionando el tema de la señora que más temprano le había dicho mentirosa y, por eso, debía estar en contacto con su equipo. La imagen quedó en mí y en otras personas. Se volvía una realidad el pronóstico que me habían advertido: el gobierno imita el diálogo.
El diálogo sigue siendo el camino. Es el único camino hoy para poder terminar el paro y realmente lograr las transformaciones que propone. Pero es necesario que el gobierno se tome en serio el diálogo. Lo que ha buscado el gobierno hasta el momento es un espacio que lo reafirme. Si bien esto puede funcionar de puertas hacia adentro, la experiencia de Chile muestra que en estos momentos escuchar es lo clave. Momentos como las largas intervenciones del Presidente quien se sentía atacado con cualquier crítica, o la de la ministra con audífonos mientras hacía la mímica de escuchar, son un obstáculo para para encontrar soluciones a este momento de crisis. El gobierno necesita profunda autocrítica, real escucha y la capacidad de reflexionar sin entrar en la necesidad de justificarse.
Siendo así, creo que no es posible dialogar si no cambian las formas. No pueden seguir convocando conversaciones con listas cerradas hechas por el mismo Gobierno. Tampoco con una metodología donde los moderadores tienen que referirse a los interlocutores por su vestimenta y apariencia física y no por su nombre y posición. Finalmente, es necesario para poder tener un diálogo que el gobierno no estigmatice a sus interlocutores cuando dicen cosas que no estigmatizan, como lo hizo la ministra en un tweet el día después de este diálogo, diciendo que los jóvenes éramos usados para protestar por mentiras.
Queda pendiente la conversación con el Comité Nacional de Paro. Seguramente en ese momento el vainazo será para esa sociedad civil de la cual hago parte.
*Camilo Villarreal, estudiante de derecho en la Pontificia Universidad Javeriana. Activista por la paz. Co-coordinador Rodeemos el Diálogo Joven, donde ha desempeñado trabajos respectivos a la veeduría de la implementación, pedagogía y construcción de memoria histórica.