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¿Qué hay detrás de la masiva pérdida de sentido común en este día sin IVA?
Pareciera que nuestro buen juicio fue anulado por dos fuerzas opuestas: el riesgo de contagio y la letalidad del virus. Es cierto, no son cosas opuestas, pero así somos los colombianos, qué le vamos a hacer. Muchos guiados por teorías conspirativas, por haber minimizado la fuerza de la enfermedad o por no haber tenido aún un fallecido en su familia, acudieron en masa a comprar un televisor que la clínica donde estarán hospitalizados les dejará entrar.

Era de esperarse; solo el fin de semana pasado más de 250 fiestas se celebraron en Cali y otras más en Barranquilla, Medellín y Bogotá. Son numerosos las invitaciones, los tweets e hilos que llaman a vivir la pandemia con ese hedonismo tan propio de nuestra cultura y nuestro tiempo. Al final, el razonamiento es bastante sencillo: da igual lo que hagamos y moriremos más pronto que tarde.
La pretensión del Gobierno de un aislamiento inteligente quedó anulada desde que sus propias decisiones no tuvieron nada de inteligentes, es decir, desde el día 0. Súmele a eso que una jornada sin IVA, no solo evidencia las prioridades del Gobierno, sino da carta blanca para hacer todo lo que se ha querido hacer mientras hemos estado “encarcelados” en nuestras casas y deja en claro su hoja de ruta de ahora en adelante. Quizás no era del todo tan descabellada la conspiración de que la reforma pensional iniciaba hoy.
Sin control alguno, el ciudadano promedio no razona responsabilidad alguna; no hay sentido común que valga. Es normal escuchar que a nadie lo entierran con el dinero ganado, que hay que gastarlo y disfrutarlo hoy como si no hubiera mañana y la vida es solo un ratico, porque sin importar cuál sea el deseo, creer que en cualquier momento podemos morir exacerba el impulso de satisfacer aquellas inclinaciones básicas sin considerar sus costos o beneficios. Aquella frase de Beckett podría ser nuestro lema hoy día: “el tiempo que debemos pasar en la tierra es demasiado corto para que podamos ocuparnos de algo más que nosotros mismos”.
Resulta abrumadora la numerosa asistencia a fiestas sexuales y orgías clandestinas, no por la parranda en sí misma – faltaría más la mojigatería – sino por lo que representa, una profunda pérdida de valores. Considerar asistir o no, o aún más, presentarse teniendo síntomas, nos muestra una sociedad enferma y una ausencia en nuestra cultura de responsabilidad, solidaridad o empatía.
Quizás esta crisis de la moralidad se deba a la falta de fundamentos y propósitos estables de nuestras existencias. Carencias que en tiempos de crisis o angustias como ésta se hacen más evidente. El peso de la vida ha sido padecido siempre con o sin coronavirus y más de una vez la vida pareciera una broma o disparate de la naturaleza. Claro está, a diferencia de Margarita Rosa, no todos estamos en capacidad de aceptar que la existencia no tiene propósito o que la búsqueda por alguno sea un sinsentido, y que ello, más que abrumador y terrorífico, nos resulte liberador. Para la mayoría, hace falta un breve sentimiento de dolor o de angustia para cuestionarnos sobre el sentido de la vida o el valor y la utilidad de nuestras acciones.
El carácter contradictorio de la existencia o la ausencia de un propósito son un mal conocido por la filosofía. Kant definía la vida como un “juego de penalidades” y Pascal se preguntaba cómo era posible que hubiese alguien que quisiese vivir una vida más larga. Para Hans Blumenberg, “la carencia elemental de la razón de existencia se refleja en la carencia de una preconfiguración clara del sentido de la vida” y, por ende, en un cuestionamiento por cuál vida vivir o que acciones realizar en ella. De allí la creencia que un televisor, una nevera o una lavadora nueva vayan a llenar este vacío.
Si nos escandalizábamos con las interminables filas en Francia en boutiques de ropa como primera acción tras el desescalamiento de la cuarentena en el país galo, lo de hoy en Colombia, entrando al pico del contagio, es una ridiculez. Algo en nosotros, como humanidad, debe estar mal si consideramos que comprar tonterías es una acción de primera necesidad.
No se trata aquí de demonizar acciones. No me interesa juzgar qué hace cada uno con su dinero o con su vida, pero ¿en serio elegimos el egoísmo y la irresponsabilidad sobre el bienestar común? Si cada persona que sale se enfermara solo a sí misma, vaya y venga y el contagio sería una cuestión de elección personal pero, al presentarse en público, expone a un sinnúmero de personas. Por ejemplo, parece inconcebible que el personal de salud se exponga de manera tan ridícula -y de por sí ya precaria- por la incompetencia e incapacidad mental de algunos pocos. O, ¿serán la gran mayoría? Bien cierto es que el Centro Democrático obtuvo millones de votos.
Quizás no sean del todo tan incapaces; tal vez están guiados por una mala lectura de ese viejo texto de Nagel que invita a “vivir la vida incluso cuando los elementos negativos de la experiencia son abundantes o cuando los elementos positivos son demasiado escasos como para superar por sí mismos a los negativos”. Igual, en algún momento la crisis cesará; aun con un alto número de fallecido, todo volverá a la normalidad. ¿Para qué molestarnos entonces cambiando nuestros hábitos de consumo?
Quienes tenemos una vida más o menos resuelta podemos darnos el lujo de pensar si debemos salir o no a comprar hoy ese computador que tanto hemos querido. ¿Qué importa que las cuotas de la tarjeta de crédito nos vayan a sacar un dineral en intereses? Tal vez esto sea producto, como pensaba Kant, de una vida cómoda en la que resulta más fácil sentir el aburrimiento y el tedio de la existencia, o “el peso de la inercia […] -que es- un sentimiento sumamente ingrato, cuya causa no es otra que la natural inclinación a la comodidad […] inclinación engañosa, incluso con vistas a los fines que la razón impone”.
Kant concebía esta inclinación como una “sabia implantación” de la Naturaleza, si ahondáramos en esta desazón y desidia, en este intento por llenar el vacío de nuestra vida con superficialidades, seríamos conscientes de lo absurdo que resulta ir de compras un día como hoy. Por eso, para Kant, un día como hoy nos permitiría “salvar la virtud o llevarnos a ella”, pero ¿qué se podía esperar? Estas son cosas que no suceden en Colombia.
*Camilo Perdomo Morales, filósofo egresado de la Pontificia Universidad Javeriana Cali y Magíster(c) en Filosofía Política.