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Morir de Covid-19 derriba cualquier ceremonia y acentúa con mayor fuerza el duelo, algo que dura un buen periodo de tiempo y nunca se olvida, una sensación que nadie quiere experimentar, un vacío incalculable.
A la vida y al ser humano no se le puede poner un precio, aunque algunos se han encargado de hacerlo. ¿Qué puede ser más valioso que la vida? ¿Alguien tendría la osadía de decirlo?
La discriminación es racismo, xenofobia y menosprecio del ser humano. En Estados Unidos, le dicen “Karen” a las mujeres con privilegios que actúan de forma reprochable. No les importa inculpar a otro por el solo hecho de creerle inferior o porque pertenecen a una minoría; así diferentes grupos se consolidan con un solo propósito, degradar al ser humano y amenazar por cualquier medio. Hoy en día, muchos se esconden en perfiles y roban la paz de las personas.
Nadie nace odiando o menospreciando a otra persona, pero se aprende en el camino por inclinaciones de toda índole y es en ese instante que la forma de ver el mundo cambia. Se califica al ser humano por sus bienes, por sus pensamientos e incluso por sus oportunidades de subsistencia. Deberíamos amar el don de la vida, cuando muchos ya no nos acompañan, en la lucha por la sobrevivencia. Desnudos somos idénticos; la sociedad se desvanece por estos comportamientos, pero también por causa de la pandemia, por el desempeño de los gobiernos y la esperanza de vida se escapa día tras día.
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Es abundante la normatividad en nuestro país; de hecho, en estado de emergencia, se expidieron gran número de decretos, pero ellos no plasmaron las necesidades de los colombianos. Los ciudadanos se quedaron esperando la aprobación de una renta básica que les permitiera vivir el confinamiento y no tener que salir a la calle con la probabilidad de contaminarse para no morir de hambre. Otros esperaban los alivios financieros para salir de la crisis, pero no eran lo que pensaban, porque fueron un vil engaño y se convirtieron en la ampliación de la deuda con mayores costos. También fue evidente la quiebra de pequeñas y medianas empresas y el desempleo y así podemos contar más situaciones sobre la sensibilidad de nuestros gobernantes, entre la promulgación y el hundimiento de lo que pudo llegar a ser la expedición de una ley de la república.
La Constitución Política Colombiana, con excepcionales características, es participativa, democrática, pluralista y garantista; no obstante, varios principios y postulados no se están cumpliendo, debido a las autoridades que no desean gobernar en beneficio de los ciudadanos, sino buscan sus propios intereses. Otros más osados tergiversan el sentido de la legislación o sencillamente olvidan principios constitucionales. En el mes de julio, será el aniversario de la Constitución Política de Colombia que, aunque ha sido reformada, su esencia permanece. Por este motivo, es tiempo de reflexionar sobre el texto escrito hace ya 30 años del cual se desprenden los fines esenciales del Estado y el soporte de nuestra vida en sociedad.
Existe el deseo constante de paz como pilar constitucional, pero estamos en medio de la guerra. Anhelamos la vida y, sin embargo, la pena de muerte es la noticia diaria. En este aniversario, no sé si se ovacionará o se proclamaran discursos. Lo que desean ver los colombianos es que quienes ejercen el poder abracen la vida y el respeto por todos los ciudadanos como está consignado. Vale la pena hacer un balance de las muertes a las que no podemos acostumbrarnos y menos convertirlas en el amarillismo diario de las pantallas de televisión o de los oyentes de radio.
Otras situaciones diarias que se viven son las amenazas, las persecuciones, los silencios, la falta de acceso a servicios esenciales que, en medio de la pandemia, fue aún más visible. Todo esto lleva por un camino tenebroso; enfermar y morir en este tiempo se ha vuelto un suplicio incalculable. Si la enfermedad llega y termina en la muerte, no hay protocolos compasivos, dignos que permitan consolar a quien ha perdido un ser querido. Ni siquiera es posible saber el tiempo exacto en que las cenizas serán entregadas, y eso, si es posible conocer la noticia del deceso de un familiar de forma diligente, no sólo por la demanda de pacientes, sino por la cantidad de fallecidos.
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Pareciera ser que unas vidas valen más que otras, porque salen a la luz las excepciones para quienes ostentan privilegios. A un funcionario de alto nivel se le rindió honores, se le despidió y su sepelio fue transmitido en televisión. Sin embargo, los colombianos del común son contactados para avisarles que su familiar falleció y sus cenizas serán entregadas en algún momento, en un cofre embalado, sin despedidas.
Morir de Covid-19 derriba cualquier ceremonia y acentúa con mayor fuerza el duelo, algo que dura un buen periodo de tiempo y nunca se olvida, una sensación que nadie quiere experimentar, un vacío incalculable. Es como si un día se conoce que un familiar está enfermo y después ya no se sabe más porque no hay un último adiós ni la memoria de sus últimas palabras. Hoy las víctimas por Covid-19 en Colombia alcanzan una cifra de 64.293 muertes, de acuerdo con los informes de la Universidad Johns Hopkins. Es incierto el tiempo que seremos vacunados; lo que sí sabemos es que cada día que pasa más vidas se apagan.
Tampoco es posible olvidar la muerte de jóvenes por ejecuciones extrajudiciales triplicando la cifra que conocíamos oficialmente para alcanzar un un número de 6.402. Tristemente no es una cifra definitiva; tampoco las cifras registradas por Indepaz, que señalan en total 27 masacres en el 2021. Líderes sociales, defensores de derechos humanos y firmantes del Acuerdo de Paz asesinados, personas que anhelaron la vida, que querían un cambio para nuestra tierra, que conocían sus regiones y construían un tejido social para el desarrollo y protección, hoy ya no están con nosotros y los recordamos con profundo respeto.
¿Qué decir del valor de la vida en un país que no deja de contar sus víctimas por diferentes causas, el horror que aún no termina, con frases frías como “máquinas de guerra”, hablando de seres inocentes en un desalmado país, donde ni siquiera los niños se salvan de amenazas? ¿Qué pensar de una propuesta para dar vía libre al porte de armas en una sociedad violenta, donde los conflictos se pueden convertir en tragedia? Pero insisten en continuar en el camino hacia la guerra comprando aviones de combate en medio de la pandemia y optando por castigar a los colombianos con una reforma tributaria ineficiente, poco social y en contra de los principios fundamentales establecidos.
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Otros no ocultan su amor propio e intereses con propuestas antidemocráticas de ampliar el periodo por el que fueron elegidos para posteriormente salir corriendo ante la exposición pública de sus acciones. Así continúan los intentos para modificar la Constitución Política, tratando de desaparecer los partidos minoritarios, eliminando el porcentaje máximo que permite coaliciones y cada vez son más frecuentes este tipo de proyectos de ley y estrategias que pretenden liquidar la democracia colombiana, sostenida por disposiciones claras y dignas.
El año 2021 tiene cifras desalentadoras y noticias violentas. El país espera mejores días. Nada se podrá celebrar en julio si no existe compromiso con los colombianos. Pero, mientras haya aliento de vida, existirá esperanza para defender la paz y la vida.
*Sandra Castillo, profesional en derecho, estudios de maestría en paz, desarrollo y ciudadanía. @sandra_doly