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A mi generación le digo que miremos hacia el campo y transformemos el país. Así nos convertiremos en la verdadera generación de la esperanza.

Las circunstancias inimaginables a las que nos enfrentó como sociedad el año 2020, algunas de las cuales todavía persisten, nos han llevado a reflexionar sobre las prioridades que tenemos los seres humanos tanto como individuos y como colectivo. Nos hemos visto llamados a considerar la forma cómo estamos poniendo en práctica nuestras capacidades, talentos y oportunidades al servicio de la sociedad, lo que al conjugarse con la responsabilidad asumida por cada uno de nosotros de formar parte de este tiempo y este espacio en el que todo parece ser posible, nos convierte, de cierta manera, en la generación “de la esperanza”.
El apogeo de emprendimientos en Colombia puede ser el símbolo de esas ganas de transformación de país y de sus ciudadanos. Sin embargo, seamos sinceros, también muestra el rechazo a las condiciones de informalidad económica y precariedad laboral que predominan y que, en términos sociales, pasarán una factura impagable en ese momento (cada vez más cercano) en el que la generación del contrato de prestación de servicios y del carrito de dulces pierda su capacidad y atractivo laboral.
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En todo caso, prefiero dejar a un lado pronósticos fatalistas y concentrarme en lo verdaderamente importante: reconozcamos que, en Colombia, la juventud se ha convertido en sinónimo de emprendimiento y tecnología. En los últimos años, muchos proyectos de grado de universidades, conversaciones de amigos alrededor de una cerveza o un café, o incluso ideas que parecieran ser de paso, han trascendido de ser simples sueños a ser materializados y convertirse hoy por hoy en proyectos generadores de empleo y desarrollo económico para el país y las regiones. Casos exitosos como Rappi, Movilred, Platzi, The Biz Nation, Ualet y Frubana han demostrado que los jóvenes encuentran en la tecnología y la innovación la forma de llevar a cabo sus ideas de negocio, muy de la mano de las necesidades actuales de la sociedad, y se convierten en pilares de reactivación económica.
Emprender en nuestro país puede ser una carrera cuesta arriba que nos enfrenta a una serie de dificultades que los jóvenes se han propuesto a superar, las cuales van desde afrontar una carga fiscal y tributaria, en muchos casos insostenible, la poca capitalización y el apoyo para iniciar por las autoridades en la materia e inclusive la falta de educación para emprender. A lo anterior se suma los periodos de resistencia que afronta un negocio nuevo para que sea perdurable y rentable e inicie a generar ingresos y no solo gastos. Confecámaras ha manifestado que, después de cinco años, solo tres de cada diez empresas creadas sobreviven.
No podemos negar los esfuerzos actuales del Gobierno que, a través de iniciativas como apps.co, emprender, Cultura E, Mprende, HubBog, ParqueSoft, iNNpulsa, Fondo Emprender e inclusive a través de la expedición de diferentes normas, entre las cuales la reciente Ley de inversión 2155 de 2021, ha logrado que los jóvenes se arriesguen a materializar nuevas ideas de negocio, pero sobre todo que fijen su mirada en el sector de la tecnología, siguiendo el ejemplo de las grandes potencias del mundo.
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La gran pregunta que me hago y a la que en estos días de reflexión he tratado de darle respuesta es cómo aprovechamos este momento que vivimos como país y como humanidad para que esas calidades creativas y las herramientas disponibles gracias a la tecnología puedan servir para darle un vuelco completo al “agro” colombiano, un sector al que pertenezco y en el que creo firmemente como fuente de transformación, de manera tal que nos permita aprovechar la biodiversidad de nuestros territorios con respeto y sostenibilidad así como competir a gran escala en un mercado globalizado, que cada vez exige más en cantidad y calidad y también en responsabilidad con el planeta.
Mi conclusión es simple: necesitamos atraer las miradas de esa juventud llena de ganas, de empoderamiento y de herramientas tecnológicas, que reconoce al mundo entero como su territorio, para que se decida a jugársela por el agro colombiano, sin necesidad que quienes se acerquen sean impulsados únicamente por la tradición familiar o por lazos históricos. Urgen nuevos jóvenes que entiendan el agro como una oportunidad para el emprendimiento, para el país y para la sociedad. La fórmula precaria cómo se aprovecha el campo en las regiones de Colombia desde hace más de 100 años está mandada a recoger en esta nueva realidad.
Cuando hablamos de oportunidad no solo nos referimos a quienes son propietarios de extensiones de tierra y a quienes la trabajan, sino que el espectro se extiende a diversos tipos de negocio que abarcan a las conocidas comercializadoras internacionales y al sector financiero y también a la ciencia, la innovación digital, el deporte y la industria farmacéutica. Debemos desprendernos del concepto de la antigua mal llamada “república bananera” en el que nos concentramos en abastecer “commodities” durante décadas al mercado de alimentos.
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El reto no es menor y nos obliga a la construcción de una estrategia ambiciosa y fuerte, de volver cada vez más “sexy” al sector y de asumir las responsabilidades públicas y privadas que nos permitan liberar grandes extensiones de tierra productiva históricamente secuestradas por la violencia sistemática. Se requiere asumir la obligatoriedad de implementar un modelo equitativo de redistribución de la tierra con lo cual se pueda prevenir de manera eficiente el surgimiento de nuevos conflictos, constituir como política de Estado el fortalecimiento integral de los equipos comerciales de nuestro cuerpo diplomático y diversificar el enfoque de apoyos y estímulos económicos que desde el Gobierno se le da a ciertos sectores agroindustriales para que la confianza desde la esquina privada se vea fortalecida y se traduzca en mayor llegada de capital de inversión y también de reinversión de utilidades. Buscamos que las empresas se le midan a desarrollar iniciativas que mejoren la productividad e ingresos para hacer la agricultura más atractiva, no de manera individual sino a través de proyectos y sinergias que potencien los resultados, abonando el terreno para convertirnos en protagonistas en un sector que se proyecta como pionero. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura estima que, para el 2050, se necesitará producir el doble de alimentos, por lo que se va a requerir un aumento tanto en productividad como en el número de tierras.
A mi generación le digo que miremos hacia el campo y transformemos el país. Así nos convertiremos en la verdadera generación de la esperanza.
*Ana Milena Pereira Gallego, emprendedora y activista. @PereiraAnaM