El desencanto democrático

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Si no hay democracia o condiciones para que ésta perviva, entramos en un hoyo negro de confrontaciones y guerras de todo tipo.

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Llamaremos “desencanto democrático” a un proceso de cierta sensación que el sistema democrático no corresponde al carácter de panacea con que se ha “vendido” en las naciones contemporáneas. Y por panacea entendemos, un remedio que sirve para resolver cualquier tipo de problema. En este caso el de Gobernar. El cuestionamiento frente a la democracia misma, en donde la crispación y la polarización hacen de las suyas, los desarraigos e incertidumbres de esta época, la desconfianza en los liderazgos democráticos y a su vez la entrega a dudosos caudillos desafiantes y vociferantes lleva a preferir opciones distintas al entable democrático o a las propias interpretaciones de “democracias sin democracia”.

Un filósofo político norteamericano Michael Sandel, analiza con detenimiento ese “descontento democrático”: “El murmullo de descontento que comenzó en los años noventa ha llevado a ciertos sectores de la sociedad a manifestar una clara animadversión hacia el proyecto globalizador de las élites actuales”. Y ese proyecto globalizador que parecía que llevaba aparejado una cierta universalización democrática ha llevado en muchos casos a un autoritarismo, que aun basándose en orígenes democráticos (electorales) terminan en dictaduras consolidadas y aparentemente aceptadas. El asunto es que, si no hay democracia o condiciones para que ésta perviva, entramos en un hoyo negro de confrontaciones y guerras de todo tipo.

Los baremos (conjunto de parámetros convencionalmente establecidos para evaluar algo) que con cierta periodicidad se aplican en las poblaciones de naciones consideradas “democráticas”, arrojan inquietantes resultados negativos de desencanto, en aumento, con los sistemas democráticos.  Los característicos componentes de una democracia (elecciones libres, participación ciudadana, división de poderes, seguridad jurídica, libre expresión, por solo mencionar algunos) no tienen la misma valoración positiva frente a temas como seguridad, desprecio a minorías, eliminación de adversarios, etc. Un caso muy representativo es el gobierno de Bukele en El Salvador, o el de Ortega en Nicaragua.

La democracia como sistema no puede reducirse a la ritualidad electoral, además de alguna manera pervertida cuando los gurús publicitarios convierten las elecciones y los candidatos en una operación de mercadeo, para vender “productos” y no crear más conciencia que la de clientes de las bondades de los imaginarios publicitarios. Y esto además acompañado de una supuesta postmodernidad en que la discusión política pasa a un segundo plano.

La mayor garantía para la fortaleza de un sistema democrático, si se quiere, es construir ciudadanía, empoderar a los/las ciudadanos/as, ya se expresen a través de partidos u organizaciones políticas, u otro tipo de organizaciones, para que sean los protagonistas auténticos.

(Texto relacionado: Si futuro, pero en otra parte (no futuro parte 3))

La democracia surgida como una actividad de contención de los autoritarismos y de defensa de las libertades individuales, ha evolucionado a no ser simplemente la ideología liberal del “laisser faire/laisser passer” (dejar hacer, dejar pasar), para llegar a ser la garantía de derechos individuales y sociales y de alguna manera contención del capitalismo desbocado, también llamado capitalismo salvaje y sus intentos de revivirlo en la época contemporánea, a través del mal llamado neoliberalismo. A propósito, nos dice Michael Sandel, en el epílogo de su libro “El descontento democrático”. “El capitalismo y la democracia mantienen desde hace tiempo una incómoda convivencia. El capitalismo trata de organizar la actividad productiva al servicio del lucro privado; la democracia trata de empoderar a los ciudadanos para el autogobierno compartido”.

La democracia no puede limitarse al tema electoral y de provisión de mandatarios. Como ya lo hemos dicho otras veces, la democracia tiene que ser económica, social y ambiental. La democracia debe ser integral y que establezca sus condiciones de igualdad y equidad entre los ciudadanos en los distintos ámbitos de la vida social.  Que sea imperceptiblemente cotidiana como ejercicio de los Buenos Gobiernos que responden y empoderan a sus ciudadanos. Algo así como “naturalizar” el ejercicio democrático entre los ciudadanos. Puede parecer una Utopía o una Arcadia (lugar idílico) pero hay que intentarlo, volverlo propósito de un Buen Gobierno.

Hay otro aspecto, que, en este mundo en buena parte digital y virtual ha tomado mucho vuelo, y es la utilización perversa de la descalificación y el graduar de enemigo al adversario. No es exclusivo de lo virtual o de la comunicación digital, pero si ha sido potenciado por la amplia difusión que logra, de la manera la mas de las veces irresponsable y anónima. Ha tomado el nombre de “bodegas”, los sitios virtuales que arremeten con argumentos falsos, con historias ficticias o presentadas como “investigaciones”.  Vuelven perverso lo que en un clima sosegado sería simplemente lo humano de cada quien. Tanto que un candidato a una posición de representación o gobierno debe disponer de su “contrainteligencia” para sobrevivir a tales embates. Esto daña también la atmósfera democrática. La labor de descalificación casi que se ha vuelto más importante que la de las propuestas y la consecuencia de esto es votar “en contra de”. De esa manera se pervierte igualmente el ejercicio ciudadano que termina cargando con los gobernantes “paquetes” o mediocres.

Al acercarse la decisión del 29 de octubre para elegir gobernadores, alcaldes, diputados, alcaldes, concejales y ediles, ya lo decíamos en escrito anterior, la democracia municipal y regional está en el olvido, no es la discusión que debería de ser propia de estas jornadas. Se ha indicado de manera preocupante la proliferación de partidos políticos que concurren a estos comicios. Pero como se dice en el evangelio cristiano “Muchos los llamados y pocos los escogidos”. Esto debería ser un buen síntoma de Democracia, pero no parece ser así este multipartidismo que esconde más bien ambiciones personales, que la presentación de opciones distintas en una democracia fortalecida. Además, se ha aducido la inconveniencia de ese alto número de partidos en la liza electoral, por afectar la Gobernanza, dicen algunos, pero el electorado sabrá acrisolar tal marea de logos y colocará, aun con el riesgo de equivocarse, a quienes considere más idóneos en las posiciones de representación y gobierno. Lo mejor votar a conciencia y exigir como ciudadanos, no queda otra.

(Le puede interesar: El lado más oscuro del no futuro)

*Víctor Reyes Morris, sociólogo, doctor en sociología jurídica, exconcejal de Bogotá, exrepresentante a la Cámara, profesor pensionado Universidad Nacional de Colombia.

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