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No basta con este reconocimiento al educador, cuando no se hace lo propio con la educación, especialmente en lo tocante con la educación básica primaria y secundaria.
“La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo y el gran motor del desarrollo personal” Nelson Mandela
Primero, fue el Papa Pio XII quien proclamó, por Breve Pontificio, en 1950 el 15 de mayo a San Juan Bautista de la Salle, pedagogo por excelencia y adelantado de su época, al promover tempranamente la gratuidad y la universalización de la educación, como patrono de los educadores y, a poco andar, el entonces presidente de la República Mariano Ospina Pérez declaró dicha fecha como Día oficial del Educador en Colombia, mediante Decreto 0996 de mayo 4 de 1951, para enaltecer y reconocer su loable e ímproba tarea.
No basta con este reconocimiento al educador, cuando no se hace lo propio con la educación, especialmente en lo tocante con la educación básica primaria y secundaria, que son la piedra miliar de la pirámide del ecosistema educativo. Son primordiales la cobertura y la calidad de la misma; no obstante, una y otra se han visto afectadas por el recorte de las transferencias de los recursos nacionales a las entidades territoriales por vía del Sistema General de Participaciones (SGP), los cuales tienen como destinación específica la educación, la salud, el agua potable y el saneamiento básico.
En efecto, merced a los actos legislativos 01 de 2001 y 04 de 2007, se le redujeron las transferencias del SGP a las entidades territoriales entre los años 2002 y 2014 la suma de $108 billones (¡!)[1]. Por ello no es de extrañar que mientras en la OCDE, cuya membrecía ostenta nuestro país, el gasto promedio anual por estudiante en primaria y secundaria es del orden de los US $8.296 y US $9.280, respectivamente, en Colombia se limita a los US $1.094 y US $1.160, en su orden. La distancia entre los dos es cada día más grande y seguirá siendo así; la brecha será cada vez mayor, mientras el Gobierno no cumpla con el compromiso contraído con el magisterio de reformar el SGP para inyectarle mayores recursos para la educación.
Primero fue en la Ley 1955 de 2019 del Plan Nacional de Desarrollo la que ordenó al Gobierno Nacional integrar una comisión para que estudiara y le recomendara al Congreso de la República una propuesta en ese sentido y a renglón seguido la Ley 1962 de 2019 de fortalecimiento de las regiones administrativas y de planificación (RAP) dispuso conformar una misión por parte del Gobierno Nacional con el mismo propósito. Desafortunadamente, el proyecto de acto legislativo para reformar el SGP no está entre las prioridades de la agenda legislativa pactada entre el Gobierno Nacional y el Congreso de la República. Mientras tanto la educación, sigue en la lista de espera.
El fortalecimiento del sector educativo, ampliando su cobertura y mejorando su calidad, es tanto más importante en cuanto que, como lo sostiene el economista principal del Departamento de Educación para América Latina del Banco Mundial Rafael de Hoyos, “en el largo plazo no hay otra política más efectiva para proveer bienestar e igualdad de oportunidades” que la política educativa[2], cuanto más en Colombia, caracterizado como el país de las desigualdades[3]. Definitivamente, la educación es la palanca de primer grado de la movilidad social ascendente. Es más, de acuerdo con investigaciones de Eric Hanusheck, profesor de la Universidad de Stanford (EEUU), “si el sistema educativo colombiano garantizara a todos los jóvenes colombianos aprendizajes mínimos, la tasa de crecimiento de largo plazo se incrementaría en 0.7 puntos porcentuales por año[4].
Al ponderar la importancia y trascendencia del rol del educador, el papa Francisco hizo un parangón con el astro rey, afirmando que “el sol no se apaga durante la noche, se nos oculta por un tiempo, pero no deja de dar su luz y su calor. El docente es como el sol. Muchos no ven su trabajo constante, porque sus miras están en otras cosas, pero éste no deja de irradiar luz y calor a los estudiantes”. Luz y calor, conocimiento y empatía en la formación de estos.
En concepto del célebre historiador Israelí Yuval Noah Harari, los educadores deben hacer énfasis en la enseñanza en el desarrollo de “las habilidades del uso general para la vida…Lo más importante de todo será la capacidad de habérselas con el cambio, de aprender nuevas cosas y de mantener el equilibrio mental en situaciones con las que no estamos familiarizados”. Y, de esta manera los educandos saldrán mejor equipados para enfrentarse al mundo exterior del ecosistema educativo. Kant no dudaba en afirmar que “somos lo que la educación hace de nosotros” y por nosotros.
Como nos lo recuerda el gran pedagogo Julián Zubiría, apelando a la sabiduría de Paulo Freire, “los grandes docentes sienten que están cambiando a las personas que cambiarán el mundo”. Así de importante y trascendente es su misión y compromiso ético, la de formar más y mejores personas. Por ello, el Maestro debe estar siempre en la frontera del cambio, de la innovación; como decía el gran escritor Jorge Zalamea, “salta hombre sobre tus propias fronteras, pues ya no cabes en ellas”, a riesgo de que si no lo hace se rezaga y termina anclado en el pasado.
La enseñanza es una labor, además de encomiable, fascinante para quien la ejerce, animado siempre por la vocación y el altruismo en su ejercicio, cada vez más retador y exigente. Personalmente, hace décadas que me liberé de la dictadura de clases, pero sigo consagrado a la docencia y a la investigación universitaria, labor esta que permite tener el polo a tierra y estar en permanente sintonía con las nuevas realidades, así como con el entorno en el que nos desenvolvemos. Después de 45 años ininterrumpidos del ejercicio de la pedagogía como profesión, he podido llegar a la conclusión que lo que a uno le queda mejor aprendido es aquello que enseña. Y, de contera, la docencia, la enseñanza, obligan al estudio permanente, a la actualización de los conocimientos, porque estos mutan, evolucionan, cada vez con mayor celeridad y de manera permanente. Nada más cierto que la metáfora de Heráclito de Éfeso, cuando afirmó que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río porque siempre está cambiando y las aguas siempre son otras.
Como lo advierte Harari, “el cambio es la única constante. Lo último que un profesor debería dar a sus estudiantes es más información”[5], porque esta al alcance de ellos, dista sólo un clic en el botón de un computador. Se debe concentrar y enfocar, más bien, en darle “herramientas para encontrar lo que es y lo que no es importante y combinar la abundante información en procesar para crear una imagen general del mundo” para entenderlo y comprenderlo.
Y así como cambia y se enriquece el conocimiento que se imparte, también cambian los métodos y los medios utilizados. Yo empecé dictando mis clases y mis conferencias utilizando la pizarra y/o apoyándome en las “fichas” y los papelógrafos, inicialmente con papel periódico y posteriormente con cartulina, viéndose reemplazados por el tablero “mágico”, luego las filminas, para lo cual era menester trastear con el carrusel en las que insertaban, las cuales fueron sustituidas a su vez por el retroproyector hasta arribar al uso del computador, que trajo consigo la herramienta del Powerpoint para las presentaciones de apoyo para mis conferencias, módulos o seminarios en los postgrados en donde funjo como docente e investigador.
Pero, ahora, sin vísperas, por cuenta de la pandemia COVID-19 y el confinamiento como medida de contención de la misma, de manera abrupta maestros, profesores y docentes nos hemos visto precisados a modernizarnos a la carrera para seguir dictando clases, conferencias y participando de foros, conversatorios, paneles e interactuando con los estudiantes por vía virtual, utilizando la tecnología digital y sus distintas plataformas. Este ha sido un cambio disruptivo sin precedentes, para el cual el país no estaba preparado, develando nuestras falencias y vulnerabilidades. Prueba de ello es la imposibilidad en la que se han visto millones de alumnos en todo el país, especialmente en las zonas rurales, por falta ya sea de la conectividad, del plan de datos o de computadores o de los tres para acceder a las clases virtuales. Según la UNESCO, 826 millones de alumnos no cuentan con computador y 706 millones de ellos no tienen acceso a Internet, más del 50% y el 43%, respectivamente, de los 1.500 millones que por razón del confinamiento no pueden recibir clases presenciales[6].
La enseñanza no va a volver a ser la de antes; la actual coyuntura nos plantea el reto de repensar la educación, sus métodos y sus medios, dejándonos pendiente la tarea inaplazable de la digitalización del ecosistema educativo. ¡El futuro es ahora!
*Amylkar Acosta, ex Ministro de Minas y Energía, ex Director de la Federación Nacional de Departamentos, Miembro de Número de la Asociación Colombiana de Ciencias Económicas, @amylkaracosta
[1] Amylkar D Acosta M. Las cifras no mienten. Marzo, 19 de 2019
[2] El Tiempo. Mayo, 24 de 2018
[3] Amylkar D. Acosta M. Colombia: el país de las desigualdades. Noviembre, 14 de 2018
[4] Ibidem
[5] Yuval Noah Harari. 21 lecciones para el siglo XXI. 2019
[6] El Tiempo. Abril, 21 de 2020