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Ese sesgo en el accionar político es posible verlo también en nuestro continente, con resultados similares.
Ciertos procesos políticos en curso evidencian que el centro, a veces tan desprestigiado porque para algunos a nada sabe, es lo que las personas buscan cuando el liderazgo nacional afinca su accionar en los extremos, máxime si este tiene por objeto imponer posiciones que sustentan sus creencias. El caso más reciente es España.
El pasado domingo se celebraron elecciones autonómicas y locales en buena parte del país. El PSOE, desdibujado por su junta con la izquierda podemita y los independentistas, resultó derrotado.
Alguno me dirá que también lo fue -y como- Ciudadanos, pero no debe dejar de observarse que los vaivenes de este a esa situación lo condujeron, máxime cuando en la gerencia que ha implementado el señor Nuñez Feijoo en el Partido Popular, en búsqueda de una extrema centralidad, contraria a lo que desarrollaba su predecesor Casado, los hacía innecesarios.
El PSOE del señor Sanchez no es ni la sombra del partido constitucional que fue.
Se ha convertido en un partido burocrático en el cual no hay autocrítica, lo que lo ha llevado a la situación actual de pretender revalidar la victoria del 2019 no por esfuerzo propio, sino con la ayuda de terceros.
Las decisiones adoptadas por la mayoría “progresista” que en este periodo gobernó España, no les redituaron y por el contrario, quizás logren el efecto contrario, el de ser expulsados del palacio de La Moncloa, por una parte y por la otra, ser minoría en las Cortes que se constituirán a partir del próximo 23 de julio.
Ese sesgo en el accionar político es posible verlo también en nuestro continente, con resultados similares.
En Chile, por ejemplo, un gobierno de izquierda como el del presidente Bóric, pretendió imponer una constitución diseñada para las mayorías que le apoyaron y no sólo recibió un NO rotundo a la propuesta. Adicionalmente, en la reciente elección de los personeros que habrán de discutir el nuevo texto el espectro contrario a los derrotados de ayer, tiene mayoría para imponer su visión. Respecto de lo anterior desde ya afirmo que, si lo aprobado resulta igualmente sesgado como lo fue la precedente, también será desestimada, quedando en vigencia -irónicamente- una constitución generada por el señor Pinochet con todo y sus reformas.
Respecto de Colombia prefiero ser muy cuidadoso. Mi condición de refugiado en el país a eso obliga.
Solo diré para mis lectores fuera de esta tierra de Nariño y Caldas que los números en las encuestas reflejan mensualmente la reducción del apoyo al presidente, mientras éste restringe su círculo de trabajo a sus más afines ideológicamente e insiste en representar el cambio por el que, a su juicio, los electores votaron. Entre tanto, en el congreso, por carecer de mayoría, no avanzan como quisiera la reforma a la salud -tan criticada por distintos sectores- la laboral y la pensional tan importantes para su proyecto político.
Cerremos este paneo en Venezuela, ni más faltaba.
En nuestro país llevamos, especialmente más de 15 años desarrollando una gestión pública dirigida a empobrecer a su ciudadanía con base en una visión del mundo, la de destruir lo que existía para de allí crear una nueva sociedad. Una fundada en una suerte de lucha de clases que origina que, quienes adversan el accionar público, sean perseguidos, bien por vagos o maleantes o institucionalmente. Esa actitud, al día de hoy, es rechazada por más del 85% de la población, está casi impedida de informarse y muy limitada para expresarse.
Bajo esas circunstancias, el año 2024, a más tardar, se realizarán elecciones presidenciales en los términos en los que el señor Maduro quiera, tal como lo afirmó el presidente Lula en la misma declaración de la semana pasada que tanto ruido causó. Allá, ese porcentaje ciudadano que adversa el accionar actual se expresará no por motivos ideológicos sino casi que por necesidad de vida. Solo bastará ver si su decisión es suficiente para producir el cambio.
Como conclusión, creo que en los cuatro países mencionados, sería erróneo colegir que sus habitantes quieren que su dirigencia aplique posiciones extremas. Considero que la mayoría de quienes allí habitan, aspiran, tan solo, a vivir mejor.
Que el Estado les provea salud, seguridad y educación de calidad. Que nos ofrezca -y nos permita- condiciones de vida razonables pues nos es indiferente que el gobierno sea de izquierda o de derecha.
Si esos objetivos logran quienes dirigen el país, sus electores -y los de los otros partidos- le premiarán y no por el carácter ideológico del objetivo, sino porque mejoraron la vida de las personas.
*Gonzalo Oliveros Navarro, Abogado. Director de Fundación2Países @barraplural