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Banalizar es la clave. En eso parecen estar de acuerdo los funcionarios. Es el hilo conductor de las reacciones oficiales alrededor de este reguero de muertos, atribuidos a grupos ilegales y también en relación con el artículo del New York Times.
Los falsos positivos son crímenes sin par en las sociedades democráticas del mundo actual. El asesinato de jóvenes a mano de algunos miembros de la fuerza pública con el objeto de cumplir con indicadores de desempeño, con base en directiva emanada del ministro de la defensa en su momento, es, de lejos, más grave que los más atroces crímenes cometidos por paramilitares y guerrilla, simplemente por ser estos últimos grupos al margen de la ley.
No se sabe cuántos jóvenes cayeron dentro de la estadística del macabro eufemismo de los falsos positivos. Miles, en todo caso. Madres colombianas con el dolor sin nombre, anónimas, con excepción, quizás, de las madres de Soacha, que han perdido el temor a pronunciarse y que le resultan incómodas al mandatario que sentenció que los muchachos muertos “no estaban recogiendo café”.
De ahí que los artículos de Nick Casey, publicados la semana pasada en el New York Times, particularmente el que denunció directivas del ministerio de defensa que abren el espacio a la reedición de los falsos positivos, prenda las alarmas. Elaborado con base en fuentes de la misma fuerza pública, el escrito de Casey es alarmante. Como en la prevención de desastres, se trata de una alerta temprana que hay que tomar con todo el rigor y la diligencia debida.
Un par de altos funcionarios brillaron en el 85 por su reacción escéptica y cínica frente a las alarmas tempranas registradas. El desastre de Armero estaba cantado y, no obstante, la avalancha se llevó 25 mil vidas.
Las reacciones del ministerio, la presidencia, la cancillería, se asemejan a las del desdén frente a las alertas tempranas del 85. Trivializar la alarma, ridiculizarla. El recorrido de la violencia en Colombia en los últimos meses, la muerte de centenares de líderes sociales y decenas de desmovilizados, tiene todos los ingredientes para constituir una robusta alarma temprana que amerita tomar los correctivos necesarios.
El asesinato de Dimar Torres, desmovilizado, a manos de un cabo del ejército, es grave en extremo. Más allá del hecho en sí, la pérdida de una vida humana, resulta aún más peligrosa la cadena de explicaciones que el ministro Botero ha dado y que se resumen en la pretensión de banalizar el asunto (Torres fue muerto en defensa propia, dijo en algún momento). Entonces, más allá de las muertes que grupos al margen de la ley están provocando, de las amenazas que a diario profieren, surge la pregunta obvia: ¿Dimar Torres es un caso aislado?
Banalizar es la clave. En eso parecen estar de acuerdo los funcionarios. Es el hilo conductor de las reacciones oficiales alrededor de este reguero de muertos, atribuidos a grupos ilegales y también en relación con el artículo del New York Times.
¿Cómo banalizan algunos ministros y congresistas en este caso del NYT? En primer lugar, con una dosis alta de parroquialidad. La miopía de los funcionarios queda estampada sobre la mesa, visible a todo el mundo. Pareciera, cuando emiten sus réplicas al NYT, que estuvieran respondiendo un derecho de petición emitido por alguien de la oposición en algún corregimiento apartado y que no amerita tener en cuenta argumentos ni el rigor mínimo formal. Las respuestas parecen dirigidas a alguna tribuna local que aplaude con beneplácito.
Es curioso que ninguno contara con una oficina de prensa que se hubiera esmerado en redactar las respuestas de forma más o menos razonable. La foto del trino de la senadora resultó no corresponder a Casey, amén de sugerir que éste estaba en la nómina de las Farc. El ministro borra un trino propio en el que afirmaba que los líderes sociales asesinados son delincuentes y el general Martínez otro en el que postulaba que “mas vale una onza de lealtad que una libra de inteligencia”, una probable referencia al espíritu de cuerpo, forma de “omertá” o ley del silencio en Sicilia. Los ministros de defensa y de relaciones exteriores enviaron una carta burda y agresiva al NYT, dirigida “al editor”, sin nombre propio. Parroquia.
Segundo: la agresividad que algunos están acostumbrados a utilizar en casa la han trasladado, por cuenta de las reacciones al dicho artículo, al mundo. El señor Casey y el fotógrafo se vieron obligados a abandonar el país a raíz del trino de la congresista de marras, un colega suyo y las réplicas internas amenazantes. Casey lo sabe: hoy en Colombia se mata a algunos de los señalados de auxiliadores del “castrochavismo” y si los líderes, como la congresista mentada, dan el banderazo… a correr, se dijo. ¿Qué significa lo anterior? Que, mediante el matoneo al periodista y su fotógrafo, se elude hablar del mensaje central: el eventual resurgimiento de los falsos positivos. Sin embargo, eso de propiciar amenazas a periodistas del NYT se hincha…
El senador demócrata Patrick Leahy (por el estado de Vermont, desde hace más de 40 años) ha pedido al presidente Duque que exija, de parte de la senadora, pruebas de las acusaciones que ésta formuló al periodista Casey y que de no hallarlas, que haga la denuncia pública. Que la libertad de prensa es vital en cualquier sociedad democrática y que es obligación de los gobernantes defenderla. Cierto: hay congresistas como Díaz Ballart (Florida) que han pretendido minimizar el significado del artículo del NYT; sin embargo, su reacción solo corrobora que el tema de los falsos positivos, gracias al matoneo criollo, se discute, de nuevo, fuera de la parroquia.
Pese a los esfuerzos de la banalización, las altas esferas criollas han demostrado que sí les afecta lo que en un diario como el NYT diga. La directriz aludida fue derogada, aunque quedan elementos peligrosos: “doblar los resultados” y la no exigencia de perfección en los operativos.
De ahí que sea importante, entre otras cosas, comprender que los Estados Unidos son un país complejo en el que, a pesar de la xenofobia actual, del auge del llamado supremacismo blanco, del uso del “bullying” político y la cultura de “fake-news”, es también un ejemplo de prensa libre y de periodismo riguroso.
*Rafael Orduz, Gerente general de la Fundación Compartir, académico y analista económico, Doctor en Ciencias Económicas de la Universidad de Gottingen en Alemania, exsenador de la República, @rafaordm
Las acciones que despliega el gobierno de Duque en respuesta al trabajo realizado por el New York Times y a la declaración del Congresista Patrick Leahy- a la que hoy se le han sumado los 79 demócratas del congreso – no pueden ser otras diferentes a su torpeza e incapacidad. Las respuestas del gobierno no obedecen a una política exterior y muchísimo menos a una diplomacia respetuosa del acuerdo de paz y de los derechos humanos son solo un conjunto de acciones burdas y groseras. Piensan que igual que aquí solucionaron todo con superficialidad e intimidación. Allí Duque y sus funcionarios deben responder y asumir responsabilidades por su lenguaje y actuaciones (to be accountable). La mediocridad y la altanería no les funciona.