El pescador y la virgen

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El sol cae como plomo, en la calle desierta no hay una sola persona, Luis sigue arreglando su atarraya para irse a la faena de la tarde.

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Los pobladores del Llanito corregimiento de Barrancabermeja – Santander, pueblo de pescadores, que dista a media hora de la ciudad,  poseen dos devociones ancestrales: a la pesca y a la Virgen del Carmen. Todos los años después de la Eucaristía, la imagen de Nuestra Señora sale en hombros en una procesión hacia la ciénaga. Llegan a un improvisado puerto llamado el guamo y de ahí en una enorme canoa, a ritmo de papayera, voladores, y una que otra veladora pasean la imagen de la Virgen hasta el otro extremo de la ciénaga, escoltada por una multitudinaria procesión de canoas, y botes artesanales. Aunque últimamente el pescado lo están trayendo de otros lados porque la ciénaga se ha ido secando. Luís Manuel Ariza, pescador por más de cincuenta años se lamenta de eso. Amparado sobre un cobertizo elaborado en zinc, sentado sobre una butaca, remienda lo que debió ser una atarraya, mira hacia el infinito a una parvada de garzas que emiten roncos graznidos y algunas levantan vuelo. Es un espectáculo majestuoso. Luis las mira con indiferencia y continúa en su rutina en zurcir lo que en otra época fue su más preciada herramienta de trabajo. Él es uno los pobladores más antiguos de esta ciénaga, relata que ya no saben qué hacer porque el tema de su seguridad alimentaria cada día se ve amenazada. Al fondo, una estatal petrolera la cual ha tenido serios conflictos con esta comunidad por el tema de daños ambientales instala una enorme plataforma de acero de donde seguramente brotará el oro negro. Algunos lideres ambientales y sociales tuvieron que abandonar la zona por amenazas en contra de sus vidas por un grupo armado ilegal.

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Los indígenas yariguies primeros pobladores de esta zona tenían un ritual a la diosa luna cada año para que les bendijera la ciénaga y tuvieran abundancia de peces. Luego llegó la fe católica que se fue cimentando en estos humildes pobladores y dedicaron a Nuestra Señora del Carmen esta protección. Luis hace una pausa en su labor y va al fondo de su casa y saca un vaso de agua fría de una vieja nevera, se lo toma de un solo sorbo, se sienta nuevamente y murmura con tristeza que hubo un año en que no pasearon la imagen de la virgen por la ciénaga y ese año hubo escasez de peces. Hoy esperan otro milagro, que haya abundancia de peces y que la petrolera cese sus operaciones en la zona.

El sol cae como plomo, en la calle desierta no hay una sola persona, Luis sigue arreglando su atarraya para irse a la faena de la tarde.  En un rincón de su casa, tiene un altar a la virgen, debajo de él hay cosas más terrenales: un canalete, un galón y un viejo perro que lo mira adormilado y mordisquea al aire y atrapa a una que otra mosca que lo han fastidiado todo el tiempo.

Finalmente le pregunté qué le pedía este año a la Virgen María; mirando hacia la inmensa ciénaga susurra: “Que nos de muchas bendiciones para que nunca nos falten los peces, ellos son nuestra vida.  Somos guardianes del agua, si nos falta el pescado, pasaremos hambre”, por ahora el progreso puede irse al carajo”, – remata este humilde pescador- seguramente lo decía porque algunos “machines” estructuras metálicas con un enorme pico de acero parecido al de un pelícano y que se mueve perpetuamente ya están instalados en las goteras de este humilde caserío. Imponentes camionetas 4×4 pasaban raudas las calles polvorientas de esta pequeña población. “A nosotros solo nos interesa que haya peces y que no se nos vaya el agua de la ciénaga” remata este hombre. Desvara una vieja canoa que está anclada sobre la arena y espera con paciencia que llegue la noche para aventurarse a una de las tantas faenas en su medio siglo como pescador. 

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*Ubaldo Díaz, Sacerdote. Premio Nacional de cuento y poesía ciudad Floridablanca. Premio de periodismo pluma de oro 2018 – 2019 – 2022. Email: [email protected]

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