El COVID, destructor de rituales

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India, como farmacia del mundo, saldrá adelante. Empero, sus 1.395 millones de habitantes padecen ahora el rigor pandémico y sufrirán lo inimaginable por la desaparición progresiva de los rituales.

El libro “La Desaparición de los Rituales” del filósofo coreano Byung Chul Han es una obra capital, con edición original en 2019 y publicación en español en 2020, que se ocupa de la pérdida de los rituales en la sociedad contemporánea a manos del consumismo y del dataísmo. El profesor de la Universidad de Berlín explica cómo los ritos son acciones simbólicas que dan forma a una sociedad, sin comunicación. Tienen un enorme significado porque “sin transmitir nada” permiten que una sociedad reconozca señas de identidad. El ritual se consolida como fenómeno cultural, religioso o sociológico a través de su repetición que le otorga las características de duración y permanencia. De ahí que sea una especie socio cultural en peligro de extinción ya que en el mundo de la información disminuye la duración y crece la contingencia.

En una de sus excelentes reseñas, Álvarez Terán, invoca la cita de Antoine de Saint Exupery de la cual se vale Han para dar densidad a su aserto: “Los ritos son al tiempo lo que la morada es al espacio”. En la sociedad del rendimiento, líquida, veloz, esclava de las décimas de segundo, sin pausa y por ende sin pensamiento cuajado, todo debe expresarse, decirse, sentirse y afirmarse por medio de datos. Pero los datos carecen de fuerza simbólica. La pasión por producir y gastar no da tiempo para pensar. Los speakers de eventos gerenciales revisten de emociones las cosas y los datos, pero las emociones son aún más efímeras que las cosas. 

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En el frenesí neoliberal, se individualizaron las creencias, las precauciones y los actos, haciendo creer que se es auténtico cuando cada quién hace lo que quiere. No hay tal, lo que terminamos practicando es un hábito serial impuesto por el consumo, incluido todo lo que se estima por “alterno”. No es cliché afirmar que la obsesión neoliberal nos introdujo en una maratón de fugacidades. Incluso, el vértigo consumista es tal que lo nuevo se banaliza y se convierte en rutina. La proclamada autenticidad se autoexplota pensando que se está realizando. El narcisismo, según las tesis de Han, o mejor, el culto narcisista, es corresponsable del embrutecimiento de la sociedad.

Los ritos resuenan. La resonancia se produce con la comunidad o con Dios. El narcisismo en cambio es un eco del yo. La profusión de aplicaciones y plataformas es muy engañosa. Los me gusta y los seguidores sólo amplifican el eco del yo. La virtualidad en exceso ligada a los cambios vitales impuestos por el Covid está matando los sentimientos comunitarios. El sujeto del rendimiento se explota a sí mismo. Incluso, digámoslo con claridad, hay nuevas discriminaciones. La comunidad implica sentimiento, the community implica mercado, tal la severa óptica transformada en advertencia por Byung-Chul Han.

El Covid, al acabar la congregación, extrema el individualismo mientras la inteligencia artificial y los algoritmos de predicción liquidan la libertad individual. Tal es la trampa. Todo se vuelve subjetivo. La desaparición de los rituales degrada y profana la vida, reduciéndola a la mera supervivencia. Es que no podemos habitar la red que no es un lugar; es un no lugar. No la habitamos; con suerte la navegamos en una bahía formateada que suele ser muy pequeña. Nuestro filósofo nos explica que la información es diferente de la narración; ésta tiene comienzo y final, la primera no. Tal cual, nos susurra, la ausencia del lugar es lo global, el infierno de lo igual, incluso en los bienes y servicios culturales donde han tomado gran fuerza también los hipermercados de la cultura como consumismo.

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Los umbrales como fases de la vida también tienden a desaparecer. Infancia, adolescencia, juventud, vejez y muerte son umbrales que implican pausa, inflexión y los rituales los conforman. Nos estamos quedando sin pausas, sin etapas que ordenan la vida. La información prefiere un mundo sin umbrales, sin pausas ni rupturas. Y la creación se ahoga; ella necesita el descanso sabático, el séptimo día. Si el discurso se subordina al trabajo, va perdiendo su esencia, su plusvalía ontológica. Da a entender Han que, en el vértigo de estos tiempos, el trabajo individualiza y aísla, mientras el día festivo une e integra. 

Es muy complejo, el tiempo es discontinuo, el rendimiento es la continuidad del trabajo y lleva a explicar la vida desde el trabajo, casi exclusivamente. Lo humano necesita de la pausa, del ritual, de ese espacio en lo comunal, en lo social, incluso dentro del marco de la libertad religiosa. De la religión es ligar, de la sinagoga juntar como de la mezquita, la ausencia de rituales implica una desintegración. Pero el ritual en sí mismo no es la conciencia, ni la virtud, tiene unas reglas que no se asimilan; se ponen en práctica sin moralizar el asunto. El rito implica cortesía y ciertos modales, como sucede con la poesía. Hoy se leen menos poemas, esas ceremonias mágicas del lenguaje. Pero también hay gestos ritualizados sin palabras, como la ceremonia del té en Japón, totalmente silenciosa. El Covid y el dataísmo van a lesionar los rituales y variadas formas creativas. El autor del saber podría ser aniquilado por el dataísmo. El big data es un saber dominante, subordinante, en una sociedad enferma de demasía.

¿Qué pasará en India, la nación de todos los rituales?

La gran nación del sur de Asia, con sus 1.395 millones de habitantes, fue considerada  hasta comienzos de febrero del año en curso como caso de estudio en manejo del Covid, ya que logró un descenso notable en contagios y muertes. Penosamente, la tendencia cambió de forma extrema y hoy el país muestra cifras muy elevadas. Se estima que, durante la segunda década del mes de mayo, batirá la marca de 450 mil contagios por día y llegará a una cifra de muertes realmente dramática. En la dinámica intrínseca de la enfermedad, la propagación de las cepas británica y sudafricana, así como la aparición de la variante de doble mutación de la India, la B.1.617, son elementos que agudizan las dificultades, como también la velocidad de contagio que ha superado las camas disponibles del sistema hospitalario, el mismo que no ha tenido un progreso comparable al de otros servicios sociales. Se ha configurado un escenario muy adverso para los próximos 45 días, agravado por problemas de suministro de oxígeno y por la insuficiente habilitación de facilidades en unidades de cuidado intensivo.

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El problema no corre en la esfera de la producción de vacunas como tal. India, como se reconoce, es la farmacia del mundo, gran proveedor del mecanismo Covax, primer fabricante de vacunas y genéricos y proveedor de medicamentos para 85 países. Actualmente, tras un salto enorme, está vacunando cerca de 1.5 millones de personas por día por lo cual ha copado su capacidad y se está surtiendo complementariamente con proveedores temporales del exterior. No obstante, esa capacidad viene creciendo y obteniendo validaciones internacionales. Además de los grandes productores tradicionales, nuevas firmas de gran escala culminan plantas de última generación y se suman a la oferta al inicio del mes de junio próximo.

Polarización política en una dimensión desconocida

El 24 de marzo de 2020, el Primer Ministro Narendra Modi dispuso el confinamiento más grande del mundo. Se logró aplanar la curva de contagio y el gobierno recibió reconocimiento. Como en muchas naciones, el impacto económico y social de la parálisis durante dos meses fue inmenso y precipitó una crisis en el empleo y en los micronegocios en una economía donde la informalidad supera con creces el 60% de las unidades económicas. A partir de tal realidad, los pronósticos fueron erráticos y la crispación del ambiente político que venía afectado por un fuerte debate en materia de política agraria, estuvo acompañada de movilizaciones y arengas contradictorias. La política regresó a las plazas y hubo elecciones en cinco estados. Muy pocas voces advirtieron sobre los ciclos repetitivos de las pandemias. El gobierno se proclamaba vencedor de la pandemia y la oposición marcó el énfasis en la caída del 8% que experimentó el PIB durante 2020. La declinación de las cifras de contagio tuvo una lectura equivocada de parte del gobierno y de la ciudadanía. India, es bueno recordarlo, es la mayor democracia del mundo y el comportamiento de los ciudadanos es multidireccional como se corresponde con la diversidad y el orden político federalista. India se ilusionó, desconociendo el aserto clásico romano según el cual “es bueno tener ilusiones, lo grave es ilusionarse”. Y cuando se informó del posible aumento de los casos durante el festival de los colores, el amor y la primavera, el Holi, muy pocos lo tomaron en serio y, la gente se embadurnó los rostros con todos los polvos, las mascarillas terminaron como banderolas de las avenidas y suburbios, mientras el pueblo regresaba a casa como si no hubiera existido el coronavirus.

Las procesiones y los rituales se asimilaron a festines por la superación del Covid más que a congregaciones solidarias

Quién no ha vivido las peregrinaciones y fiestas religiosas de India apenas si puede comprender su masividad. He tomado parte en muchas de ellas; son indescriptibles. La cuestión comienza mediados de enero cuando se inician las peregrinaciones en el norte del país hacia cuatro ciudades para confluir en Haridwar donde este año participaron millones de personas en la Kumbh Mela, la fiesta del cántaro sagrado que se llena una y otra vez en el Ganges y en las villas de la porción alta de la cuenca gangética. Me he sumado en diversas ocasiones a peregrinaciones como las de los dos Navratri que, así lo esperamos, serán muy reducidas en este 2021.

La explosión de contagio es muy alta y aunque en términos de proporción la letalidad aún no es la primera, el país necesita retornar a las prácticas bioseguras a nivel ciudadano, con énfasis en grandes metrópolis y en la ruralidad. Claro, es indispensable unir a los líderes sociales, económicos, educativos, políticos y religiosos en un esfuerzo denodado hacia la reivindicación de la disciplina y la piedad, proceso que ha de extenderse por el resto del año. Nunca habría imaginado el propio Byung-Chul Han que la megatendencia preocupante, al menos desde su punto de vista, a la desaparición de los rituales, pudiera verse acelerada por el Covid-19, justamente en el epicentro de todos los rituales, en el país de todos los tiempos, de todos los colores, de todas las bondades y alegrías, de todas las formas del sufrimiento y, tal como lo advierten los Upanishads, de las mil y una formas de derrotarlo.

*Juan Alfredo Pinto, escritor, economista, @juanalfredopin1

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