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Una vez el país político entienda que la suerte de ambas Colombias, la urbana y la rural, está unida, empezaremos a acercarnos a lo importante.
En Colombia, existen por lo menos dos países – el urbano y el rural – . Los intereses y las grandes discusiones giran en torno al primero. La Colombia rural es un país de sombras que no logra capturar la atención de la otra Colombia, que se interesa en comentar procesos penales, mientras discute agriamente y en “profundidad” por qué un líder político usa determinada marca de zapatos.
Nuestra capacidad de convertirnos en creyentes cuando algo nos beneficia tiene capturada a la nación en la defensa de un modelo que debe cambiar para adecuarse a los nuevos desafíos. El país sigue estancado por la imposibilidad de tomar decisiones en conjunto; en tanto, continúan las masacres y la presencia de carteles mexicanos en la Colombia rural. Al mismo momento que esto ocurre, con mucha regularidad se habla del cambio y su urgencia, pero si el cambio es que llegue la centroizquierda sin Congreso, se reproducirá el modelo clientelista que dé cambio más bien poco o nada.
Tenemos que escoger entre lo urgente y lo importante. Para el país urbano, que gusta tanto de la discusión política en clave con las predicciones y acuerdos, construyendo país para los próximos cuatro años, lo importante es 2022. De esta manera, nuestra política con minúscula gira en torno a la búsqueda del poder por el poder mismo. En esta apuesta tampoco habrá espacio para el cambio. Bien vale advertirle a todos aquellos que pregonan la necesidad del cambio que aquel se encuentra en el Congreso. Pero más importante aún que continuar con la hiperproducción de textos normativos que pocos leen y aplican es vincular a los ciudadanos a la discusión pública.
Podemos seguir pensando en clave con las lógicas de la guerra fría, donde la disputa entre capitalismo y comunismo era todo cuanto hay, o, actualizar la discusión tomando en cuenta los nuevos escenarios de pandemias, sequías, migraciones y demás. Pero no, estamos concentrados en decisiones penales y, al mismo momento, en la marca de los zapatos de un líder progresista. Mientras, el mercurio y cianuro se vierten en nuestros ríos, pero estos temas no logran concentrar nuestra atención.
Debemos apostar por educar ciudadanos y no únicamente bases políticas. Necesitamos entender de una vez por todas que la Colombia rural es también país. Allá donde en muchas zonas no existe acueducto, energía, hospitales de tercer nivel y, en su lugar, grupos armados que amedrantan; entre tanto, los citadinos acusan a los ciudadanos del campo de colaboradores. El país político debería ampliar la discusión evitando la concentración excesiva en la representación de sus intereses, advirtiendo el grave problema existente ligado al poco control real del territorio. Ya son muchos quienes señalan la presencia de carteles de droga mexicanos. Según Diego Alejandro Restrepo, coordinador de la línea de investigación en conflicto, paz y posconflicto de la Fundación Paz y Reconciliación, existe una alianza entre cárteles mexicanos con disidencias del paramilitarismo y la antigua guerrilla de las Farc.
Según Restrepo, “a través de la aparición de grandes flujos de dinero traídos por los cárteles mexicanos para, especialmente, regular el precio de la pasta base de coca (…) la búsqueda del trabajo conjunto en función de la regulación de la cadena de producción y comercialización de la cocaína… es el caso de la relación construida entre el Cartel de Sinaloa y el Clan del Golfo en el Bajo Cauca antioqueño y en Magdalena”. Una vez el país político entienda que la suerte de ambas Colombias, la urbana y la rural, está unida, empezaremos a acercarnos a lo importante.
Como nación deberíamos prestar atención a los problemas reales y concretos, en lugar de sumarnos al coro de estrategas de campañas electorales que venden en un mismo paquete apocalipsis y salvadores. En consecuencia, vale entender que, mientras lo rural siga como va, los citadinos no podrán vivir mejor, no solo por la asignación del presupuesto para la guerra, también por las graves afectaciones al ambiente.
Necesitamos gente capaz de entender que somos diversos. Heterogéneos. Con gustos y posiciones diferentes y “condenados” a vivir en comunidad. Que las ideas no se matan. La izquierda y la derecha son eso: ideas. No morirán. Cuando venga la crisis del agua y las graves afectaciones climáticas, habrá migraciones y no podremos cargar con nuestros bienes raíces. Si el ambiente se cuidara tanto como la propiedad privada, el Antropoceno tardaría un poco más. Tendríamos que estar discutiendo acerca de esto y más, pero estamos enfocados en 2022 dando la espalda a lo importante por discutir lo urgente.
*Juan Carlos Lozano Cuervo, abogado, realizó estudios de maestría en filosofía y es profesor de ética y ciudadanía en el Instituto Departamental de Bellas Artes. @juanlozanocuerv