El paro no se diluye, entra en modo pandemia

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La protesta está lejos de diluirse y las dos partes ganan oxígeno, afirma Sebastián Líppez-De Castro, decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Pontificia Universidad Javeriana

La nueva fase en la disputa entre los manifestantes de diferentes vertientes y el gobierno nacional puede confundir a quienes vean la protesta como desgastada o diluida, así como a aquellos que vean un gobierno sin margen para maniobrar; por el contrario, los hechos más recientes dan oxígeno a todas las partes y anticipan una aún más larga y peligrosa confrontación. 

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Aunque luzcan desgastados, los manifestantes y el paro podrían continuar. La idea de un paro desgastado puede provenir de la reducción de los últimos días en el volumen de manifestantes en las calles y de la disminución en la intensidad de las protestas. A ello se suma la estrategia gubernamental de anunciar unilateralmente algunos paquetes de programas educativos, de fomento de empleo, y de reforma policial, entre otros, lo que en consecuencia desliga dichos anuncios del proceso de concertación con el comité del paro y con otros actores sociales, pero sobre todo impide a dicho comité adjudicarse, al menos directamente, una victoria por el anuncio de dichos programas. La negativa gubernamental a firmar el pre-acuerdo con el Comité es también parte de esos factores que apuntan al desgaste. Y, por supuesto, el proceso de reactivación económica también contribuye en ese propósito, apostándole a que las protestas tengan cada vez más una resonancia menor en el conjunto de las actividades de la sociedad. 

Sin embargo, la protesta está lejos de diluirse. La organización de los manifestantes, y más aún la persistencia de las inconformidades que motivan las protestas, auguran su continuación. Algunos programas aislados no podrán atender la vasta gama de demandas sectoriales y territoriales y, en medio de ese mar de demandas, el común denominador de insatisfacción con el gobierno y el de indignación por los excesos en el uso de la fuerza están tan profundamente anclados, que se requerirá un largo proceso poderlos superar.   

Por su parte, y aunque cuestionado, en el ojo de la comunidad internacional, y casi a punto de caerse a pedazos, el gobierno nacional encontró un nuevo respiro. Ese respiro se lo dio, como ya se lo había dado, la dinámica de la pandemia; ésta le brindó herramientas para gobernar con poderes excepcionales y también la oportunidad de reaccionar ante la necesidad de reactivar diversos sectores económicos que no aguantan el aislamiento. La fallida moción de censura al Ministro de Defensa y el enfoque en el tema de los bloqueos le permitieron también sacar el debate de la mesa de concertación y recuperar algo del terreno perdido.   

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Con el oxígeno que da aliento a las partes, la protesta parece haber entrado en modo pandemia; es decir, con períodos de meseta o incluso valle en los que la disputa parece estabilizarse, seguidos de picos en los que se intensifican las confrontaciones. Desde esa mirada, las movilizaciones de finales de 2019 podrían entenderse como un primer pico, mientras que las pasadas siete semanas de paro expresarían un duro segundo pico, que ahora parece ser sucedido por una meseta de tensa calma en la que las partes transitan la reactivación económica y pierden la premura por concertar. Con el oxígeno que les queda a las partes, es entonces esperable que ocurran nuevas rondas o picos de confrontación. Posiblemente haya un tercer pico y otros más en el segundo semestre de 2021, y sin una concertación efectiva, nos acercamos a un peligroso gran pico de confrontación en tiempo electoral en 2022.    

Esa falta de un acuerdo entre el comité del paro y el gobierno extiende entonces la confrontación, pero lo hace al tiempo que se profundiza la desconfianza y se radicalizan las divisiones sociales, exacerbadas por discursos y tensiones que han tomado el camino de la estigmatización. Y es que el balance después de siete semanas de paro es trágico desde el punto de vista humano y nefasto desde el punto de vista económico, pero es aún peor desde el punto de vista político. Si esas divisiones no se apaciguan, podrían terminar acompañando el camino a las urnas y derivar en un peligroso y enrarecido ambiente en los comicios de 2022.  

De seguir igual entonces, estaremos transitando el camino a la violencia electoral. Por ello, más que nunca se requieren liderazgos constructivos que tiendan puentes y señales de que la reconciliación es posible.  Se necesitan acuerdos amplios, no sólo entre el gobierno y el comité del paro, sino acuerdos con la oposición y con otros grupos sociales, pero sobre todo se necesitan muestras que reivindiquen los acuerdos y la política como mecanismo de solución de los problemas sociales. 

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*Sebastián Líppez-De Castro, decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones InternacionalesPontificia Universidad Javeriana, candidato a Ph.D. en Asuntos Públicos y Comunitarios de Binghamton University, State University of New York.

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