El racismo, el arma política del radicalismo

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Si seguimos eligiendo gobernantes e idolatrando líderes que nos venden odio y nos enseñan a ver como enemigo o inferior al que es diferente, seremos cómplices del extremismo.

Cortesía Alcaldía de Bogotá

La muerte, en total indefensión, de George Floyd a manos de la policía de Minneapolis o las cínicas palabras del locutor Fabio Zuleta en las que expresa que comprar a una niña wayúu y explotarla es algo válido, nos muestran que el racismo y toda su injusticia siguen siendo, tristemente, parte estructural de nuestras sociedades y de la manera como entendemos el color de la piel o el origen étnico de quien ven nuestros ojos.

La brutalidad con la que Floyd fue asfixiado mientras sólo pedía que lo dejaran respirar o la crueldad con la que se valora en unos cuantos pesos la vida de una niña indígena de la Alta Guajira, parecieran gritarnos que el color de la piel con la que se nace o la pertenencia a ciertas etnias se constituyen, aún, en etiquetas que pueden arrojar a una persona al fondo de nuestras prioridades sociales y someterlos a ser vistos como seres inferiores y prescindibles. Ésta es una de las peores derrotas a las que hemos llegado como sociedad, pero no podemos quedarnos allí.

Si queremos trabajar, democráticamente, por vencer el racismo debemos tener algo muy claro: el racismo es el arma política de los radicales. Éste nunca se da espontáneamente, ni es algo que venga en nuestros genes. Es algo que se produce, se refuerza y se utiliza como herramienta ideológica y electoral por aquellos que saben que, generando emociones perversas hacia los que tienen una piel, un idioma o unas ideas distintas, pueden hacernos actuar por fuera de nuestra capacidad de reflexión y llevarnos por el camino de la ceguera política hacia el abismo del extremismo y a votar impulsados por el odio para cederles el poder sobre nuestra existencia.

Hoy, las posiciones políticas radicales de gobernantes que disparan permanentes ataques de odio para erigir una reelección, como Donald Trump en los EE.UU, o para debilitar el Estado de Derecho, como Jair Bolsonaro en Brasil, no nos pueden parecer inofensivas. Se trata de actitudes que, abierta y hechiceramente, buscan que sus discursos, cargados de un espíritu de división social, se impongan en el imaginario de las personas y que, a partir de esto, por ejemplo, nos parezca que prácticas como el uso brutalizado de la fuerza policial o el abandono institucional de grupos étnicos minoritarios nos parezcan tolerables y hasta naturales.

Así, se nos vuelve aceptable que la mayoría de las víctimas de la policía en EE.UU sean afro-descendientes o latinos o que, ante el bloqueo de una vía por parte de indígenas en nuestro Cauca, la fuerza pública utilice la violencia de manera directa contra los manifestantes. La naturalización de estas prácticas nos va carcomiendo el alma democrática y esto nos puede llevar a creer, cínicamente, que sí existen ciudadanos de segunda categoría.

Contra el racismo tenemos que luchar en muchos campos de batalla. Uno fundamental es nuestra mente, donde no podemos dejar anidarse la idea de que alguien de una tez diferente es menos capaz o que una persona de una etnia indígena es un objeto. Otro campo clave es el de nuestras relaciones sociales y económicas, en donde no se puede seguir institucionalizando la práctica de menospreciar y pagar con menos el trabajo de un migrante, de una persona afro o de un indígena.

Un campo trascendental es el de la política y ésta no puede salir de nuestro radar en la lucha contra el racismo y su crueldad pues, si seguimos eligiendo gobernantes e idolatrando líderes que nos venden odio y nos enseñan a ver como enemigo o inferior al que es diferente, seremos cómplices del extremismo y la injusticia racial que asfixiaron la vida de George Floyd y que le pusieron precio a la existencia de una niña wayúu. Así las cosas, la hegemonía de las segmentaciones raciales y sus jerarquizaciones son, en definitiva, una de las condiciones estructurales de nuestra sociedad que debemos intervenir, democráticamente, y deconstruir.

*Oscar Orlando Simmonds Pachón, profesor Fac. Ciencia Política y Relaciones Internacionales. @OscarSimmondsP

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