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El mundo entero presencia impávido el periplo de miles de personas deambulando de un lado para otro en busca de una vida mejor y, en muchos casos, con el único objetivo de huir de la guerra y de la miseria.
Por un lado, vemos miles de africanos naufragando en el Mediterráneo mientras huyen de guerras civiles y de hambrunas históricas.
Por otro, caravanas de migrantes de países de América Central intentando entrar a México con destino USA para escapar de la pobreza, mientras México endurece las políticas migratorias tras las amenazas de Trump de bloquear las exportaciones.
En América del Sur, los venezolanos continúan su travesía hacia Colombia como destino o como tránsito para otros países, buscando alternativas a la crisis económica.
Al interior de Colombia los desplazamientos forzados aumentan al ritmo de las nuevas violencias por la disputa del control territorial tras la salida de las FARC.
Mientras tanto, en muchos países del mundo y de América Latina, crece el descontento social y se avivan las movilizaciones ahora con un nuevo ingrediente: el calentamiento global que amenaza con el futuro de la humanidad misma.
Según el Informe de Desarrollo Humano -IDH- 2019: “El mundo nunca ha estado mejor pero tampoco peor” porque la desigualdad es extrema. Esto quiere decir que, mientras la mayoría de países en general ha mejorado sus estándares de acceso a la educación, esperanza de vida e ingreso per cápita, la distribución de la riqueza está concentrada en unos pocos países o regiones.
Si se entiende la desigualdad como algo que va mucho mas allá del ingreso per cápita, se puede ver como ésta empieza desde antes de que una persona nazca. Si ésta nace en un país pobre y en vías de desarrollo (o para el caso colombiano en una región como el Chocó por ejemplo) tendrá menos opciones de acceso a la educación y a la salud, menos opciones de acceso a recursos materiales y simbólicos de bienestar y menos expectativas de vida. Es decir, sus posibilidades de desarrollo están condicionadas a su contexto social y económico. Lo anterior pone en cuestión el concepto de la meritocracia según el cual cualquier persona puede tener acceso a la educación o al trabajo dependiendo de sus propios méritos y esfuerzos, ya que no hay una igualdad de condiciones desde el origen.
Por otro lado, si buscamos un denominador común en las recientes movilizaciones sociales, las cuales exigen múltiples cambios y reformas, podemos ver en que últimas obedecen a un rechazo al modelo neoliberal, promotor de la meritocracia y por ende de la desigualdad. Para el IDH, las clases sociales mismas también deben ser objeto de revisión. Según éste, más allá de las clases pobres, ricas y medias, existe en el mundo una extensa población en vulnerabilidad económica la cual en América Latina alcanza el 40%. Esta población, al parecer de clase media, vive en la incertidumbre de los contratos a corto plazo, la informalidad y la inestabilidad económica con una fuerte tendencia de caer en la pobreza.
Las políticas públicas están diseñadas para salir de la pobreza o para sostener a las clases medias, pero la población en vulnerabilidad económica ni siquiera se reconoce como tal. Esta población, por lo general, sin contratos de trabajo a largo plazo y en las dinámicas de la privatización del modelo neoliberal, vive en la incertidumbre. Según el sociólogo francés Robert Castel, el actual curso de las sociedades modernas en su carrera libertaria se han convertido en “sociétés d’insecurité totale”, o sociedades del riesgo con individuos vulnerables, sin protección del Estado y sin cohesión social.
Así, la movilidad, la migración y el trabajo informal se han convertido en formas de salir adelante por cuenta propia engrosando el vasto mundo de la población en vunerabilidad económica.
Las múltiples formas que toman estos modos de sobrevivencia se llaman en el argot colombiano “rebusque” término bastante expandido para expresar cómo se vive sin protección social, de manera independiente y autónoma, haciendo trabajos no calificados y efímeros. Las personas se valen de la independencia y la creatividad a falta de un Estado protector. Queda por preguntarse por el nivel de vida y el cubrimiento de la necesidades vitales de esta vasta población emergente, que en efecto sabe “arreglárselas por sí misma” desde las lógicas de la méritocracia, pero viviendo de manera precaria entre la incertidumbre y la pobreza cada vez más próxima.
El mundo se enfrenta pues a la necesidad de un cambio de paradigma, todo esto frente a las amenazas del calentamiento global que cuestiona al sistema mismo y la producción y el consumo desmesurados propios de un modelo individualista y neoliberal. El planeta nos está poniendo enfin a prueba: cambiamos o desaparecemos.
* Pilar Mendoza, PhD y magister en sociología de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Periodista e investigadora especializada en temas de paz, conflicto y memoria y en fenómenos sociales urbanos como la economía informal y el desplazamiento forzado. Directora del festival de cine latinoamericano en el Filmmuseum de Frankfurt. Consultora internacional.